El “Homenaje al sánguche de milanesa”

El “Homenaje al sánguche de milanesa”

En algunas semanas, una de las obras paradigmáticas del arte contemporáneo tucumano cumplirá 15 años.

Fue un sábado de diciembre en 2000, por la mañana, cuando a pocos metros de la entonces Avenida de Los Próceres, Sandro Pereira y su padre bajaron de un flete el “Homenaje al sánguche de milanesa”. La Dirección de Espacios Verdes no le otorgó permiso para que la ubicaran sobre la misma avenida, sino a unos metros de los “próceres” y por ese único día.

La inauguración atrajo algunos docentes, estudiantes y amigos de Sandro Pereira de la Facultad de Artes, además del reconocido artista Jorge Gumier Maier (curador del Rojas de Buenos Aires, escenario central de la movida artística de los 90). Al mediodía, en el vernissage se sirvieron sánguches de milanesas realizados por el padre, con gaseosas y casi nada de vino.

En mayo de 2001, todos los medios de comunicación, coleccionistas, críticos y artistas hablaron de esa obra, cuando se expuso en la feria de arteBA y fue adquirida por por el coleccionista Juan Cambiasso a U$S 10.000. En rigor, Cambiasso la había comprado unos días antes de la feria.

Cuando en 2007 se quiso integrar el sánguche a la exposición antológica “Yo soy otro”, en el Fondo Nacional de las Artes, fue imposible, porque, por su tamaño, únicamente podía egresar de su ubicación rompiendo las paredes del espacio. El monumento tenía 2,10 metros de altura por 1,70 metro de lado, y está hecho en resina poliéster. “Aquella obra, ahora célebre, fue emplazada por primera vez por el artista en el Parque 9 de Julio, donde el general Bussi había mandado construir un paseo de estatuas heroicas que evocan, en toscas versiones, a los próceres argentinos. Entre toda esa retórica de la epopeya, el artista colocó su ‘homenaje al sánguche de milanesa’, como un acercamiento mucho más verdadero a la historia argentina de la vida cotidiana. Fuera del acartonamiento kitsch de la escultórica bussista, la obra de Pereira revela sensibilidad y humor”, escribía el crítico Fabián Lebenglik, en “Página/12”.

En rigor, el monumento permitió que la escena artística tucumana cobrara una mayor visibilidad nacional, escasa, hasta entonces.

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