Nunca envejecer es uno de los deseos más comunes en la juventud. “El retrato de Dorian Gray”, la magistral obra del irlandés Oscar Wilde, llevó la desesperación por mantenerse siempre igual al extremo del crimen y de la obsesión enfermiza, donde el exterior seguía inmutable pero los cambios iban por dentro, deformando al protagonista.
El caso de Adaline es diferente. Ella no busca la perpetuidad de su imagen, sino que a los 29 años (a mitad del siglo pasado) sufre un accidente en una tormenta eléctrica que le impide envejecer. El paso del tiempo se registrará en su entorno y en los cambios políticos y sociales y su impacto en la moda femenina (con un gran trabajo del diseñador australiano Angus Strathie, quien ya fue el encargado del vestuario de “Moulin Rouge”).
Sin embargo, no envejecer trae consigo también la inmortalidad, que puede ser vista tanto como una bendición como un castigo, ya que todos quienes rodean al privilegiado terminan en la tumba. La soledad, entonces, es una carga pesada para soportar, sobre todo cuando la eternamente joven Adaline (protagonizada por Blake Lively) se enamora de un hombre por quien valdría la pena perder la vida. Su secreto y su aislamiento, que acumula ya ocho décadas, corre riesgo de quedar al descubierto durante un fin de semana con la familia de su amado.