Cinco décadas de “Cubanero” repartiendo dulzura

Cinco décadas de “Cubanero” repartiendo dulzura

Generaciones de tucumanos han crecido degustando los cubanitos que desde hace 50 años vende Carlos Rojas en la zona de las galerías. La historia de un hombre sencillo que tanto en sus reflexiones como en su testimonio de vida transmite, sin habérselo propuesto, un mensaje que por estos tiempos se extraña: el de alguien que ha encontrado la felicidad en las pequeñas cosas.

POSTAL SIN TIEMPO. La figura de Carlos Rojas, vestido impecable, con su bandeja de cubanitos en mano, es parte del paisaje del centro tucumano. la gaceta / foto de oscar ferronato POSTAL SIN TIEMPO. La figura de Carlos Rojas, vestido impecable, con su bandeja de cubanitos en mano, es parte del paisaje del centro tucumano. la gaceta / foto de oscar ferronato
Desde hace 51 años, Carlos Rojas cumple religiosamente el mismo ritual. Sobre una bandeja de madera deposita decenas de cubanos (cucuruchos cilíndricos y arrollados), de unos 20 centímetros de largo, y los rellena con dulce de leche. La marca que utiliza es un secreto de Estado.

Luego se calza un traje negro, de gala, una camisa blanca, combinado con un moño violeta; el toque final es un clavel rojo en la solapa.

Impecable, bandeja en mano, desde su departamento en la Crisóstomo Alvarez, sale a vender sus golosinas, sorprendiendo con su estilo a los tucumanos y a los turistas. Rojas tiene un lugar fijo de ventas desde hace cinco décadas. El puesto se encuentra ubicado en la intersección de las galerías la Gran Vía y Muñecas.

Durante una tarde, LA GACETA acompaña a Rojas en su caminata hasta las galerías.

En la esquina de 24 de Septiembre y Congreso, frente a la Catedral, lo esperan dos camarógrafos de LA GACETA Videos y Catto Emmerich, quien fue invitado por LA GACETA a entrevistarlo, para una producción audiovisual sobre la vida de este personaje urbano.

“¡Hola, hola, hola!”, dice con una sonrisa, mientras extiende su mano derecha para estrechar la de Catto. “Qué elegancia la de Francia”, le lanza el periodista y conductor televisivo.

A partir de ese momento, se encienden las cámaras y empieza la filmación.

Su andar, por la plaza Independencia, no pasa desapercibido. Varios, tentados, miran de reojo la pirámide de cubanos rellenos con dulce de leche, pero no se animan a romper la dieta. Otros, en cambio, con la excusa de que los niños les piden, aprovechan para saborear esta sabrosa golosina artesanal.

Nace el personaje
Rojas se define como “muy dulcero”. Desde hace 51 años se dedica al oficio, que denomina, de “Cubanero”. Todo comenzó en 1963, cuando vio en la calle a una niña que le rogaba a su madre que le comprara un cubano a un señor que los ofrecía. Pero el hombre -dice Rojas- no estaba en condiciones higiénicas para venderlos.

En ese momento, tuvo la idea presentar a los cubanos de una manera diferente. Buscó de su ropero un traje de “Príncipe de Gales”; una camisa blanca y un moño. Para completar el uniforme le faltaban unos zapatos de charol que combinaran con tanto glamour. Sin embargo, eran muy caros y no los podía comprar. Entonces recurrió a un amigo, quien lo ayudó a adquirir los zapatos. Se vistió con su elegante uniforme, en una bandeja de madera puso varias servilletas, decenas de cubanos rellenos con dulce de leche y salió a la calle. Su apariencia llamó de inmediato la atención y comenzaron a preguntarle si los vendía. Al poco tiempo, lo descubrió LA GACETA y se transformó en un personaje urbano del centro tucumano.

Pensamiento positivo
Rojas se considera un hombre de mentalidad positiva. “Siempre he sido positivo en mi vida. Nunca he dicho me va a ir mal en esto. Siempre dije: a mí me va a ir bien”, señala.

A su trabajo se lo toma con seriedad y cumple con los horarios de venta. De lunes a sábado, a las 17.30, ya tiene todo listo para salir desde su departamento, en la calle Crisóstomo Alvarez. Sube por el Paseo de la Independencia, cruza la plaza, toma la calle San Martín e ingresa por la Galería La Gran Vía. A las 18.30, se ubica frente a un comercio de instrumentos musicales y otro de video juegos, en donde, en un par de horas, vende todos sus cubanos.

Lejos de jubilarse
Aunque tiene 78 años de edad, Rojas no planea jubilarse. “Hay muchos clientes que me dicen: ‘Rojas, ¿hasta cuándo vas a vender?’. Hasta cuando Dios quiera, les respondo”. Destaca que aunque suma más de siete décadas, no para de trabajar porque se siente bien. “El de arriba me quiere muchísimo, me ama”, asegura con una amplía sonrisa.

Desde hace 50 años, Rojas vende sus cubanos en la intersección de las galerías la Gran Vía y Muñecas. Llegó gracias a la generosidad de un comerciante de la galería que le pidió que venda frente a su local.

“Son esas cosas lindas de la vida, que no tienen precio”, afirma. Rojas, bien llega a la galería, va a saludar a su amigo, el relojero, quien lo considera un colega más. Comenta que Carlos es único: “a dónde vas a encontrar uno con esa facha”, dice y estallan las risas.

Varias generaciones
Sale y es recibido con respeto y cariño por el personal de seguridad. Una niña, de unos 10 años, acompañada por su padre, quiere un cubano, pero le intimidan las cámaras. Rojas le pide que se acerque y le regala un cubano. Ella vuelve a los brazos de su padre, con una enorme sonrisa.

Pasa, apurado, un hombre alto y canoso. Saluda al “Cubanero” con apretón de manos. Rojas cuenta que el señor es ingeniero y que lo conoce desde que era niño. El hombre dice que tiene 60 años de edad y recuerda que cuando tenía 12, Rojas pasaba por la puerta de su casa, y su papá le compraba 10 cubanos para la familia.

Un hombre feliz
“Rojitas”, como lo llaman muchos de los comerciantes y habitués del centro, es soltero y vive solo en su departamento. A su familia la componen una sobrina y dos sobrinos nietos que viven en la zona oeste de la capital, a quienes visita siempre. Parece no tener días tristes. Siempre se muestra con una sonrisa y derrocha alegría. “Soy un hombre feliz, conmigo mismo y con mi familia”, afirma sin dudar.

El equipo de LA GACETA, luego de acompañarlo durante su jornada laboral, se despide del “Cubanero”. Fiel a su estilo, él responde con un: “hasta cuando Dios quiera”.

Seguirá en la galería un par de horas más, parado, en silencio, sin vociferar. Sólo exhibiendo su bandeja de cubanos rellenos con dulce de leche; luciendo su traje de gala y su clavel rojo en la solapa. Haciendo lo que saber hacer desde hace 51 años: repartir dulzura entre varias generaciones de tucumanos.

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