Una mirada diferente sobre Manuel Belgrano

Una mirada diferente sobre Manuel Belgrano

En su último libro, Tulio Halperin Donghi enfoca agudamente aspectos no examinados en la figura del prócer, y extrae muchas conclusiones de peso, entre otras que no lo tienen.

OMISIÓN. Halperin Donghi deja de lado que Belgrano ganó dos batallas (las de Tucumán y la de Salta) fundamentales para la causa de la independencia. OMISIÓN. Halperin Donghi deja de lado que Belgrano ganó dos batallas (las de Tucumán y la de Salta) fundamentales para la causa de la independencia.
07 Diciembre 2014
El enigma Belgrano (Siglo XXI, el último libro de Tulio Halperin Donghi, ha aparecido un mes antes de la muerte del distinguido historiador, que ocurrió el 14 de noviembre, a los 88 años. Libro breve, llega apenas –incluyendo notas- a las 79 páginas. El resto de las 138 totales está ocupado por el prólogo, las ilustraciones y la cronología.

Ha causado un cierto revuelo, más notorio que en el mundo de los historiadores, en el –infinitamente- más poblado del público en general. O sea, entre quienes jamás lo leerán y se conforman con el comentario, de título “con gancho”, que le dedicaron algunos medios. Para ese público, Halperin Donghi ha atacado inesperadamente la figura del creador de la bandera.

Obviamente no hay ataque alguno, sino el concienzudo trabajo de un historiador. Las reacciones que dispara en el lector común, demuestran la vigencia de aquella pregunta que en 1919 se hacía Paul Groussac, sin demasiadas ilusiones: “¿A la edad del culto fetichista, sucederá la de la admiración consciente y razonada por ciertas fases realmente admirables del conjunto, sin extenderla a otras que lo son menos?”.

Halperín Donghi abre su texto haciendo notar la curiosidad de que Manuel Belgrano es el único de los Padres de la Patria cuya condición de tal nunca ha sido impugnada por la “litigiosa comunidad” de los historiadores. Esta, lejos de pasar por alto sus reveses, los ha explicado “a partir de limitaciones de las que ha levantado un cada vez más minucioso inventario”. Y se ha mostrado unánimemente compasiva, ante fallas de Belgrano que condenó sin piedad en otros personajes. En esto consistiría el enigma, que en última instancia es historiográfico.

Como siempre ocurre con este autor, en su denso texto hay que abrirse paso laboriosamente, sorteando una redacción tan personalísima como endiablada: arranca, por ejemplo, con 23 renglones sin un solo punto que separe los conceptos y otorgue algún respiro al lector.

Empieza apuntando que el general José María Paz, al editar en 1855 sus “Memorias”, afirmó que las había inspirado un fragmento autobiográfico escrito por “el virtuoso y digno general Belgrano”. Tras estos adjetivos, dice Halperin, el general procede, a cada rato, a erosionar la figura del “virtuoso y digno”, hasta “destruirla por completo”.

Su testimonio ha tenido enorme fuerza. A pesar de los interrogantes sin respuesta que sombrean la trayectoria de Paz, se reconoce indiscutida autoridad al testimonio que estampó sobre un Belgrano “que avanza en la vida de desdicha en desdicha, como consecuencia de fallas que en él son una contracara necesaria de esa virtud que lo hace tan admirable”. Después, Bartolomé Mitre compondría la biografía de esta “imagen de luces y sombras”, en una obra que impuso la noción de que “la contribución más valiosa” de Belgrano a la guerra de la Independencia fue la creación de la bandera.

Halperin Donghi considera que a la clave del “enigma”, “debemos buscarla en el mismo Belgrano”. Con este propósito –sin capítulos ni subtítulos que marquen divisiones- examina una decena de aspectos.

Domenico Belgrano Peri, su familia, sus negocios y el rumbo que marcó resueltamente en ambos terrenos. Cómo se manifestó e influyó ese estilo en la carrera del hijo Domingo, estudiante de Teología en Córdoba. Cómo ocurrió igual cosa con el hijo Manuel, estudiante en España, y cómo Domenico lo apoyó en sus nuevos propósitos. El desempeño de Manuel en el Consulado. Su singular entusiasmo por la carrera militar. El cuerpo de normas que proyectó para los Treinta Pueblos aborígenes de Misiones, y la vinculación de algunas ideas que lo estructuran, con las que expuso en El Correo de Comercio. El reglamento que confeccionó para las escuelas que debían fundarse en el norte, dotadas con el importe de su famosa donación. Finalmente, su relación con Manuel Dorrego.

Obviamente, un historiador de la talla de Halperin Donghi puede dar, con lujo de solvencia, novedosas vueltas de tuerca tanto a la interpretación de documentos como a la bibliografía, y echar luz sobre costados del tema Belgrano a los que nadie se había acercado.

Su exposición sobre el timoneo de Domenico, poseedor de la segunda fortuna de Buenos Aires en su época, es del más alto interés. Experto en conducir “una familia que era a la vez una empresa”, le sobraba destreza ancestral para prosperar en estrecho vínculo con la autoridad civil y con la religiosa. Esto es especialmente notable en las circunstancias que rodearon la carrera universitaria de sus dos hijos, y la correspondencia analizada resulta más que reveladora.

Yendo a Manuel Belgrano en sí, también es por demás novedoso e interesante el examen de los años transcurridos en España, así como el desempeño posterior en el Consulado, con sus nada estudiadas contradicciones e ingenuidades. Igualmente aguda resulta su incursión en los reglamentos que confeccionó para los Treinta Pueblos y para las escuelas.

De ese material tan variopinto, mirado con ojos perspicaces, Halperin Donghi extrae las conclusiones que han levantado la pequeña polvareda reciente. A su juicio, el vencedor de Tucumán y Salta era, en última instancia, un hombre despistado. “Ni como servidor de la monarquía católica ni como una de las figuras centrales de la revolución”, logrará nunca “sentirse cómodo en un mundo cuyos secretos había creído dominar plenamente”.

Al proyecto de autobiografía que inició en 1814, lo envuelve un gran desaliento. Ya está convencido, piensa Halperin Donghi, de que carecía “de la competencia necesaria para desempeñar con éxito el papel que había elegido para sí en la epopeya revolucionaria”. Así, evocaba con amargura sus experiencias de 25 años, como “una sucesión de breves etapas eufóricas en que había puesto todas sus energías en un proyecto que demasiado pronto se iba a revelar inalcanzable”.

Podrían discutirse estas apreciaciones, pero no negarles un cimiento bien elaborado.

Claro que también cabría preguntarse si no ocurre así, en última instancia, con casi todos los hombres. Son raras las memorias donde el memorioso se congratule de haber logrado todo lo que quería, o de haber tomado siempre decisiones acertadas. Me parece que todas las autobiografías de la revolución americana, están atravesadas por el ventarrón de las desilusiones.

Belgrano no vivió en un mundo de “profesionales”: era abogado y cayó sobre su espalda la responsabilidad (no gestionada por él) de mandar ejércitos. Halperin Donghi deja totalmente de lado el hecho de que ganó dos batallas, las de Tucumán y la de Salta, y que ambas resultaron fundamentales para la causa de la independencia (en la de Salta, por primera y única vez, logró rendir a un ejército completo, desde el último tambor al general en jefe). No es poca cosa. Creo que yerra Halperin Donghi al afirmar que Mitre consideraba la creación de la bandera como el “aporte principal” de Belgrano a la gesta.

Tampoco estoy de acuerdo con que las memorias de Paz destrocen la memoria de Belgrano: al contrario, me parece que en su testimonio las sombras están equilibradas con las luces. De paso: Halperin Donghi comenta que, en la carrera de Paz, “las victorias alternaron con excesiva frecuencia con las derrotas”. No se sostiene este juicio, si se recuerda que el cordobés no perdió una sola de las batallas que mandó en jefe.

Confieso no entender la afirmación final, de que tanto Mitre como Paz quisieron encontrar “la clave del enigma Belgrano” en la relación de éste con Dorrego, y a través de aquel conocido episodio que presenció -y sancionó- San Martín. O sea ese vínculo donde, de parte del general, había una admiración por el coraje del subordinado, que éste retribuía con burlas y desplantes. Me pregunto qué “clave de enigma” yace allí.

Tampoco me parece sostenible que Belgrano sea “hombre sin rostro”, y que no tenga una imagen gráfica que permita “reconocerlo sin vacilación”: los 13 retratos que reproduce como ejemplo, son todos notoriamente parecidos entre sí. Marco una peccata minuta como final. En la cronología (página 133) dice que Belgrano “prometerá matrimonio” a Dolores Helguero, madre de su hija. No se conoce documento que diga tal cosa.

Termino. En mi opinión, El enigma Belgrano reúne el agudo conjunto de miradas de un gran historiador, sobre aspectos no examinados de la figura del prócer. Es un conjunto que integran muchas conclusiones de peso, entre algunas que no lo tienen.

© LA GACETA

Carlos Páez de la Torre (h) - Vicepresidente segundo de la  Academia Nacional de la Historia.

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