En El Bajo muchos negocios se resisten al paso del tiempo

En El Bajo muchos negocios se resisten al paso del tiempo

No quieren alterar el rubro con el que se fundaron y siguen funcionando hasta con la nostalgia de tiempos de esplendor. El lugar donde se consiguen las cosas más baratas y más impensadas.

 Patos, pollitos y pavos.
Insumos necesarios para armar la granja propia. LA GACETA / FOTOS DE ANALíA JARAMILLO Patos, pollitos y pavos. Insumos necesarios para armar la granja propia. LA GACETA / FOTOS DE ANALíA JARAMILLO
06 Octubre 2013
Inconfundible. No solo por sus calles en pendiente que indudablemente conducen a la zona más baja de la ciudad, sino por sus sonidos, colores y folclore. En El Bajo sobreviven negocios familiares que levantan las persianas hace más de 50 o 100 años. Los atienden los hijos y los nietos que se criaron visitando a sus abuelos detrás de mostradores largos con estanterías que cubren las paredes. Y todavía se consigue mercadería de los rubros más impensados.

La estrategia de marketing más efectiva en la zona consiste en exhibir los productos en la vereda. De manera que el transeúnte pase mire, toque y se tiente. En pocas cuadras es posible encontrar objetos que sería difícil conseguir en otro sitio y a esos precios.

Las marquesinas dejan en claro que es la zona más barata de la ciudad. Hasta hace un par de años también sobrevivían en El Bajo rubros que hoy están extintos. Por ejemplo el limpiador de sombreros, recuerda Juan Carlos Muhana, dueño de una tienda de cueros que vende barrigueros, estribos y todo para los caballos.

Poco a poco las dos primeras cuadras de 24 de Septiembre y de Crisóstomo Alvarez fueron copadas por bazares, mueblerías y venta de ropa.

Un sitio dominado por apellidos árabes, chinos y bolivianos. Con un público que baja de los ómnibus que paran en la terminal, provenientes de otras provincias o del interior. "La gente del campo viene temprano a comprar mercadería para llevar a su casa o revender en sus locales", explica Muhana.

Todo pasa en esas pocas cuadras. Solo allí todavía se consigue un desayuno a $ 10 o un menú por $ 25, que incluye la sopa. Un mundo de colores y ritmo de cumbia. Donde hay que caminar con cuidado y hay que ejercitar la paciencia porque los embotellamientos son la regla.

Comida a la carta
Un menú boliviano que hace furor en la feria

A las 12 el olor a comida suculenta y bien condimentada invade la feria. Sobre avenida Sáenz Peña primera cuadra se abre un surco que lleva al corazón de la manzana. Una pequeña muestra de la feria Persa con pasillos de medio metro y productos para todos los gustos. "El amigo" es el bar de Gladys Luna. Ella cocina todos los días lo que los feriantes comen y varios viajeros que ya saben que ahí se consigue comida a buen precio y platos colmados. Hace cuatro años que se hizo cargo del bar y tuvo que aprender recetas bolivianas porque la mayoría de los comerciantes son oriundos de esas tierras. Por eso el menú del día es Picante de pollo y estofado (bien criollo). "El picante es como una salsa portuguesa bien picante que la acompañan con arroz o papas", comenta. Las recetas se las pasaron ellos mismos y Gladys prepara todo. El menú incluye una sopa, pero no la bebida. "En realidad nunca la piden porque ellos acostumbran a comer esos dos platos y nada más", comenta. Hay varias mesas con vista a los puestos y a un mural con palmeras y un sol. Por mediodía se van unos 40 platos, algunos se consumen ahí y otros en una feria cercana.

Patos, pollitos y pavos
Insumos necesarios para armar la granja propia

En las calles de El Bajo también hay forrajerías. Pero en una de ellas, ubicada en 24 de Septiembre primera cuadra, se pueden comprar pollitos ponedores, pavos, pollitos doble pechuga, patos y codornices. "Lo que más llevan son los pollitos doble pechuga, que cuestan $ 6. Algunos los quieren para criarlos y comerlos y otros para vender", comenta Daniel Liendo, un empleado. En 45 días ya están listos para el consumo. Los que ponen huevos salen $ 16, los pavos $ 30 y los patos $ 23. Todos estos animales vienen de Mar del Plata, donde el clima es ideal para que se reproduzcan. Un fin de semana se pueden llegar a vender 200 pollitos y unos 60 pavos. A los patos, muchos chicos los piden para tenerlos como mascotas en las casas.

Tradicionales
Sombreros de gaucho, para desfiles y de trabajo

"Gardel" es una de las tiendas que más años suma en El Bajo. Allí se consigue ropa de trabajo y telas, pero es uno de los pocos lugares que vende sombreros. En un puesto que está a la entrada se encuentran los de paño negro y los de color beige. Se ofrecen dos modelos, el de ala 7/8 que sirve para montar y cuesta $189, y el que es más elegante, el chambergo, ideal para los desfiles, que es de ala 10 y cuesta $199.

"También está el de paja forrada que es el que llevan los que trabajan en el campo bajo el sol", explica Walter Neiman, nieto de quien abrió ese comercio. Esos pertenecen a la línea más económica y son fabricados en Jujuy. Además, están los célebres sombreros Lagomarsino, que despiertan el interés de los apasionados por la vida de campo y el folclore. Frente al espejo de un probador del local, Alberto Iturre se prueba un sombrero color beige y sonríe con gusto. "A este me lo compro para la fiesta del Caballo, porque voy a participar en el desfile", cuenta entusiasmado este gaucho oriundo de Benjamín Paz. Uno de esos se consigue por $ 850 porque son de piel de nutria. "Son para toda la vida", explica Neiman.

El batón no pasa de moda
Ropa cómoda y fresca para andar de entrecasa

Los batones de la abuela, esos con estampados de flores multicolores, botones y bolsillos grandes, todavía se consiguen en la esquina de 24 de Septiembre y Balcarce. Están exhibidos en la puerta porque son un imán para las mujeres mayores, comenta Evelyn, una de las dueñas. El comercio ya tiene unos 100 años, lo abrieron sus abuelos llegados desde Siria. Los techos muy altos permiten que la mercadería se exhiba colgada de perchas a más de tres metros. Los mostradores de madera y vidrio también cumplen el centenario. Allí se confeccionan vestidos a medida, que son muy parecidos a los batones, pero con cuello camisa y de friselina. De esa misma tela -que es por la que más preguntan, aclara la dueña- también hay soleras y babuchas.

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