Respuestas para unos; silencio para otros

Respuestas para unos; silencio para otros

La preocupación central de las autoridades es recuperar los votos perdidos: si se llega a 400.000, mejor. Esta obsesión las aleja de la política, que podría ayudar a reencontrarse con sectores de la sociedad que se han descuidado. Los vecinos piden seguridad y sólo el gobernador apura respuestas.

El martes a la noche un grupo de jóvenes -de los mismos que han refugiado sus sueños, sus preocupaciones y sus utopías en la toma de facultades- se encerró en una casa a jugar.

Desparramaron un TEG sobre la mesa y compartieron algunas bebidas. Al terminar la partida y empezar la madrugada una de las contertulias propuso caminar para regresar a sus respectivos hogares. Otro -experto en sufrir asaltos y en quedarse sin celular, porque alguien le acerca un arma a su cuerpo- se opuso, y sólo accedió a tomar un taxi. Finalmente se fue solo. El miedo, la experiencia y la realidad que vivió en sus pocos años lo obligaron a decirle no a sus amigos. Increíblemente, le dio la espalda a sus amigos y a la entrañable y apasionante aventura de caminar envuelto en la penumbra. Volvió solo, vacío de compañía, de amistad. Por la mañana el anónimo protagonista se enteró de que los que volvieron caminando ya no tenían ni documentos, ni celulares, ni carteras, ni algunos pesos que tenían. Una historia más de las muchas que se viven en la ciudad. Pero señala -o al menos trata de precisar- que un asalto no es el valor económico de lo que se pierde, sino la vida que se deteriora. La detención del autor del hecho puede satisfacer el sentimiento de venganza, pero no devolverá el instante de felicidad perdida.

Estos jóvenes se van a acostumbrando de a poco al silencio porque no suelen oír respuestas a sus cuestionamientos. Les ocurre en la toma de sus facultades. Han pasado más de 15 días para que se active un sistema de diálogo, pero la solución a sus preocupaciones necesitan un sí o un no. Una acción. Da la sensación de que apuestan a su desgaste y no a afrontar un problema. Parece que la falta de una reelección, -curioso cordón umbilical que une al rector, Juan Cerisola, y a muchos decanos- alivia las obligaciones y distiende las responsabilidades.

En la ocupación de las facultades los estudiantes exageraron sus reclamos y eso les dio patente de corso a las autoridades para hacer oídos sordos. Al principio de la protesta, el imán de la brújula estudiantil apuntaba a los problemas de inseguridad, a la violencia sexual de la que eran víctimas; pero cuando vieron que la respuesta podía ser más seguridad y más policías se amedrentaron.

Quisieron alejarse de esas palabras con tufo a dictadura. Entonces apuntaron a otros problemas. En ese maremágnum de confusiones y de definiciones poco precisas se aprovecharon las autoridades universitarias, municipales y provinciales para no dar respuestas. ¿Cuánto sale el reclamo del boleto? ¿Se puede poner tal o cual sistema de seguridad? ¿Es factible estirar o no los recorridos de las líneas de ómnibus? ¿Qué dicen los empresarios? ¿Hasta dónde pueden o no acceder a esas necesidades estudiantiles? Silencio. Y los jóvenes aprendieron lo que los adultos no terminan de entender: el silencio es una respuesta. Implica subestimación e incapacidad.

Sobre ruedas

Los que andan en bicicleta tuvieron distinta suerte. Ellos pararon su vehículo e hicieron el piquete más ingenioso de la última década en la provincia. Los recibió -y escuchó- nada menos que el gobernador, que anda por la misma senda, aunque los custodios que lo rodean no dejan que los que se esconden tras las múltiples expresiones de la yunga se le atraviesen en su camino. A las pocas horas los silenciosos y bucólicos senderos estaban alterados por las motos y los uniformados. El reclamo había dado resultado.

¿Cuál es la diferencia de ciudadanía entre los jóvenes estudiantes y estos hombres y mujeres de todas las edades? Tal vez que estos últimos hicieron su reclamo ante José Alperovich.

La seguridad es el gran problema que afronta Tucumán. No son las elecciones, que es lo que desvela a las autoridades y a los protagonistas de la política tucumana. Mientras estos andan desesperados midiendo cada voto para estrujar a los punteros, los ciudadanos piensan en otra cosa. Cuando los principales referentes llegan a los barrios a preguntar por qué pasó lo que pasó el 11 de agosto se enfrentan al siguiente diálogo: "¿tuviste que llevar a tu hijo al hospital? Sí, y funciona muy bien. ¿Tuviste que ir a la Maternidad? Sí, tuve a mi chico allí y está de 10. ¿Tienen una escuela nueva? Sí. ¿Están recibiendo los planes? Sí". Luego de cada respuesta el dirigente responde: sí, pero. Después del pero viene lo inevitable: "no, nos alcanza y la inseguridad no nos deja estar tranquilos". Estos diálogos relatados por los propios dirigentes coinciden con las encuestas que sólo Alperovich ve.

El mandatario suele arengar a sus "sijosesistas", instándolos a recuperar 30.000 votos el 27 de octubre; pero ni él puede autoconvencerse porque el problema es político. La carencia de una política de construcción ha sido disimulada durante esta década por una gestión de billetera gorda y de liderazgo personalizado. Hoy cuando el poder disminuye, la falta de delegación deja ver las fisuras. Así, hay dirigentes oficialistas que confiesan que temen no llegar a obtener los 400.000 votos soñados y, por lo tanto, no mantener los tres escaños que pone en juego el alperovichismo. En la desesperación, aparecen jugadas como las del viernes pasado: los alperovichistas caminaron por territorio (¿enemigo?) del amayismo. Esa, precisamente, no es una respuesta política.

Alperovich no invitó a Domingo Amaya a su caminata por Villa Amalia, como hubiera indicado cualquier manual de cortesía. De todos modos, no hubiera tenido respuesta porque el intendente se encontraba lejos de barrio Sur. Sin ponerse más colorado, el lordmayor voló hasta el Vaticano para besar la mano de Francisco.

La potencia de Trimarco

Los gestos no siempre alcanzan. Esta semana reapareció Susana Trimarco. Volvió a ocupar el centro de la escena política. Activó nuevos operativos e hizo que la Legislatura le asegurara un subsidio millonario. La madre de "Marita" Verón deja al descubierto la falta de políticas profundas y comprometidas del Gobierno en la Trata de Personas. Su figura y su fundación crecieron a la sombra de la impericia, incapacidad e inacción del Poder Ejecutivo provincial. Si hubiera funcionado el Estado otra sería la historia. Pero la potencia de Trimarco va más allá. Se convirtió en vocera de la Presidenta, al punto de descolocar a la mismísima Cámpora; también sacó de las casillas a más de uno en Tribunales. La única que se animó a decir lo que pensaba fue la camarista María del Pilar Prieto. En un acto inédito se pronunció duramente contra la fundación que lidera Trimarco, en una carta al director de LA GACETA. No tuvo adhesiones públicas de pares, pero tampoco reprimendas de la Corte ni del Ministerio fiscal.

Bullying legislativo

¿Qué tienen en común Carolina Vargas Aignasse, José León, Raúl Hadla, Ramiro González Navarro, Alberto Herrera, Manuel Fernández, Guillermo Gassenbauer, Gregorio García Biagosh, Marcelo Caponio y Federico Romano Norri? Todos son legisladores. Pero, además, son víctimas de la política oficial. Todos hicieron o firmaron un proyecto sobre bullying. Este hostigamiento escolar fue centro de debate en la provincia y se convirtió en ley a nivel nacional. Sin embargo, en la Cámara aún no consiguen que les respondan expedientes que se elevaron a fines de 2012 al Ministerio de Educación.

Si el bullying anduviera en bicicleta o fuera una exigencia nacional, más sectores de la sociedad tendrían respuestas.

La política es un trabajo que construye la ilusión de un futuro mejor. En la provincia el egoísmo de los que ya no tienen "re-re", o la miopía natural de quienes conducen, o el temor a la toma de decisiones están relegando esas ilusiones. Por eso, evitan hacer política. Especular que el silencio y la falta de respuestas es la solución es como creer que una de estas noches, el protagonista del comienzo de estas líneas se anime a caminar sin miedo como si nada pudiera ocurrirle en la calle.

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