¿En qué puedo ayudarlo?

¿En qué puedo ayudarlo?

Por José Azar - PARA LA GACETA - TUCUMÁN

11 Marzo 2012
Propongo a los lectores un breve paseo teórico para que esta nota no se confunda con un "Cómo desconfiar de las llamadas autoayudas", lo que sería caer en lo mismo de aquellos que se creen y se venden como los que poseen la universal solución para las dificultades y dolores que aquejan al hombre.

El ser humano por la prematuración con que nace necesita de los cuidados, de la ayuda, de un primer Otro, un Otro primordial llamado madre y de la función de aquel que ocupa el lugar de padre. Así nos constituimos como sujetos. Acorde a como este Otro nos mira y habla, miramos y somos mirados, hablamos y somos hablados por los otros semejantes que poco a poco van reemplazando a los padres. Solo en la relación con otros aprendemos el duro oficio de vivir. Otro, otros, que no son sin cuerpos, no sin su presencia, no son libros ni programas de televisión. Freud decía en relación al psicoanálisis que no podría oficiarse "in absentia ni en efigie". Ni con alguien ausente ni como una esfinge se forma un sujeto, ni con alguien ausente ni con una mera imagen se puede hablar de aquello que de la vida angustia. La ayuda es siempre un llamado a otro que auxilie ante aquello que no se puede solo

Vivimos, además, una época donde la fugacidad de los vínculos no deja marcas, que impulsa a gozar a cualquier precio, dejando de lado el amor y el deseo, la cercana e íntima relación con el otro. Una época en que la palabra perdió su valor de pacto de confianza, y si la palabra no tiene valor ni confianza en el otro y por lo tanto tampoco en sí mismo, solo queda la desolación de la tristeza con sus múltiples disfraces. Padecemos de tristeza del alma los habitantes actuales de este mundo -los antidepresivos son unos de los medicamentos de mayor venta en el mundo-, lo que nos hace proclives a las "soluciones auto": llámese alcohol, drogas, en las que me atrevo incluir las "ayudas" de la automedicación, el ilusionarse que se tiene amigos acorde al número de contactos vía internet, y todas las otras autosatisfacciones que como todo lo auto que deja de lado al otro termina siendo auto-destructiva. Aplacar momentáneamente el dolor, del cuerpo, del alma, con soluciones o respuestas que en el mejor de los casos sirvió al que escribió el libro, sin ocuparse de aquello que generó el dolor solo conduce a lo peor. Lo "auto" es uno de los mejores caminos para quedar atrapado en las mortíferas redes del narcisismo-soledad, en el canto de sirenas de la propuesta que alguien sabe cómo ser feliz, o no tener miedo o seducir al temido otro sexo. No hay soluciones últimas ni universales, no existe un manual para la vida ni como ser feliz o tener amigos.

La mejor bienvenida

Evidente síntoma del desamparo de una época son las búsquedas de soluciones que paradójicamente no son nada de auto, por sí mismo, sino las proporcionadas por aquel que se ubica como poseedor de "La verdad".

El por sí mismo de lo auto no es sin el otro. De un otro que a semejanza del Otro de los orígenes ayuda a que en el cobijo de su escucha, las palabras, que siempre de la verdad del que habla dicen, puedan construir un camino, el propio, para transitar creativamente por la vida. Para que por sí mismo -que, insisto, no es sin el otro- pueda ayudarse. El dolor necesita compañía, tiende a eternizarse el sufrimiento en soledad.

¿En qué puedo ayudarlo? Es , a mi entender, la mejor bienvenida que puede dar un cura, pastor, rabino, médico, psicólogo, psicoanalista, un amigo, o todo aquel que se preste, con su real presencia, como soporte del que siente que no puede en ese momento de su vida ayudarse.

© LA GACETA

José Azar - Psicoanalista, miembro del Grupo Psicoanálisis de Tucumán

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