Nomofobia: atrapados por el miedo a salir sin celular

Nomofobia: atrapados por el miedo a salir sin celular

El 53% de los usuarios sufre ansiedad y angustia cuando olvidan el aparato en sus casas, se les acaba la batería o no tienen señal.

22 Octubre 2011
Si el mundo se acabara hoy seguramente nos pillaría con el celular en la mano. Puede faltarnos todo. Menos él. A la mañana nos despierta, en el camino al trabajo nos entretiene, nos conecta con amigos y familiares, nos mantiene informados, nos da la hora y el estado del tiempo, nos da estatus. Si por casualidad se nos termina la batería, nos sentimos impotentes. "Nos quedamos en pelotas", tal como resumió un fanático de BlackBerry la semana pasada, cuando el servicio se derrumbó varias horas.

"No te dás cuenta de lo importante que es respirar hasta que te lo impiden". Esta frase utilizó otro usuario de teléfonos inteligentes para explicar cómo se sintió cuando se quedó sin messenger, sin acceso a las redes sociales, sin mail y no tenía cómo contactarse con sus amigos. Se sintió frustrado e impaciente. Sus pulgares se veían inútiles y la abstinencia lo consumía. ¿Es para tanto? Si pensamos que la mayoría de las personas sufre cuando su servicio de telefonía móvil se avería o cuando se acaba la batería, algo está pasando. Y los médicos lo confirman: la fuerte dependencia que hay de la tecnología para las comunicaciones genera trastornos en la salud de las personas.

El psiquiatra Oscar Fiorio se refiere a un neologismo del cual se habla cada vez más: la nomofobia. Y define: "es el miedo que produce no llevar el celular encima". "Nomo" es por No mobile (no celular, en inglés), y "fobia", por la angustia que provoca.

Para aclarar un poco más las cosas compara este temor con la agarofobia. "Es el miedo de pensar que si uno tiene una crisis o un problema no va a tener recursos para afrontar esa situación, que no va a tener cerca a nadie que lo pueda ayudar", señala Fiorio, experto en fobias y estrés.

El miedo a no tener el recurso tecnológico a mano se refuerza en la imaginación. "La persona empieza a pensar todas las cosas que se perderá por no llevar el celular y se angustia. No sólo porque puede tener una emergencia, sino porque el teléfono representa la posibilidad de contactarse, de no sentirse solo, aislado", describe. Y añade que cada vez se ven más casos de nomofobia.

Cómo nos afecta

Salir a la calle sin móvil puede crear inestabilidad, agresividad y dificultades de concentración. Los primeros estudios revelan que la nomofobia afecta al 53% de los usuarios de teléfonos móviles. Así lo evidenciaron psicólogos españoles del grupo USP Hospitales, que llevaron adelante una investigación entre 2.163 personas. El principal motivo de apego al móvil es estar en contacto con amigos y familiares.

Más del 50% confiesa que nunca apaga su teléfono. Y sólo un 10% alega que lo mantiene encendido por razones laborales. Claro que este trastorno no afecta a todos por igual. Los más vulnerables son los portadores de smartphone (teléfonos inteligentes), ya que estos equipos ofrecen muchas prestaciones, y los jóvenes. "Mensajes de texto y chat predominan en su forma de interactuar y, por lo tanto, sin computadora ni celular, su apagón comunicativo es casi total", expresa el psicólogo Ildefonso Muñoz, coautor del trabajo, a la revista "Muy Interesante".

En nuestro país hay más teléfonos móviles que usuarios. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), hay más de 57 millones de aparatos, aunque se calcula que unos 40 millones están activos. Los argentinos hacemos seis millones de llamadas por mes y enviamos ocho millones de SMS. Cada año, las cifras aumentan un 25%. En ese contexto, son muy pocas las cosas de nuestra vida que permanecen ajenas a los celulares.

Nos hemos alcoholizado de teléfono móvil, grafican los expertos. Cada día que pasa necesitamos más y más. Más prestaciones, mejores servicios, más aplicaciones. Hasta tal punto que buena parte de nuestra capacidad para comunicarnos pasa por el aparatito. Lo atestiguan los usuarios de BlackBerry; muchos de ellos reconocen que cuando se averió el sistema tuvieron que volver a hablar, a mirar de frente a las personas.

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