"La violencia suele estar ligada a la infidelidad, a la mentira, a la traición, a la desvalorización y a crear enemigos fantasmas", afirma María (nombre ficticio), quien sufrió el maltrato psicológico de su ex marido hasta que logró separarse, en 1992. "En nombre del amor se dan golpes bajos que no tienen nada que ver con él. Te prohiben estudiar o salir a la calle, te encierran, te pegan, supuestamente porque te protegen, porque te cuidan. Pero eso es avidez de poder, de posesión. El verdadero amor no daña, sino que te permite crecer en libertad, porque es dador de bienes y de valores", subraya con firmeza, como si quisiera que todas las mujeres abran los ojos y los oídos. "El perverso justifica y tapa el maltrato con esto de que te cuido, te protejo del mundo, aísla a la mujer. Domina aislándola y haciéndola creer que sin él no vale nada, que el mundo la va a destruir, que tiene que aceptar su ?protección?", advierte.
Al primer golpe que María recibió de su ex marido presentó la denuncia. "Vino la Policía y lo llevó preso. No volvió a levantarme la mano, pero mi hijo -que tenía cinco años en ese momento- quedó muy impresionado y después contaba: ?cuando alguien se porta mal en mi casa, mi mamá llama a la Policía y la Policía lo lleva?".
María colabora con varios grupos de autoayuda dedicados a contener a víctimas de violencia familiar. Afirma que sólo se puede salir de esa situación si se apela a un tercero, que, por lo general, son estos grupos, y luego la Justicia.
"Las mujeres solemos entrar en un ciclo terrible, que es llamado encerrona trágica. Cuanto más devastada está la mujer en su interior psíquico y emocional, más busca la aprobación y el afecto del otro, pero cuando lo pide, vuelven a rechazarla; entonces, al sufrir nuevas frustraciones va cayendo cada vez más en su autoestima, en la confianza en sí misma y en la capacidad de defenderse. Hasta que finalmente pierde las esperanzas de que exista una posibilidad de salida", explica María. "Como no se ve luz ni salida, uno empieza a pensar en su muerte como modo de ponerle fin al horror. La sensación es de agotamiento de la energía vital. Se acaba la fuerza para vivir", describe. "Yo buscaba el diálogo con mi ex marido, y después, quedaba hecha estragos. A veces él ponía una botella de whisky entre los dos y yo terminaba hablando con la pared", añade.
María, como tantas otras mujeres, padeció ataques de asma, sufrió de hipertensión, de problemas digestivos, de gastritis, de espasmos y de insomnio. "Lo que pasa es que una está siempre en estado de alerta, en guardia", explica.
María no volvió a casarse pero está de novia. "De toda esta experiencia yo aprendí a reconocer el verdadero amor de las ansias de poder de posesión y a entablar relaciones mucho más sanas. Recuperé mi salud física, mental y emocional. Me siento feliz y veo tan lejano aquello...", dice.
"Estoy agradecida a Dios y a la vida por lo que aprendí a través de la búsqueda de ayuda y colaborando con la gente a la que todavía le cuesta salir de esa encerrona trágica; he logrado amistades y afectos muy sólidos", enfatizó.