"Yo hice patria vendiendo empanadas"

"Yo hice patria vendiendo empanadas"

Sara Figueroa, la famosa empanadera, tres veces galardonada en los órdenes provincial y nacional, vive de un puesto precario en la calle. Las necesidades económicas la obligan, a los 80 años, a seguir trabajando. Ofrece su célebre producto frente a la Casa Histórica.

LA LUCHA COTIDIANA. Vestida impecablemente de blanco, con gorro y delantal, Sara Figueroa y sus empanadas, prácticamente, ya forma nparte del paisaje del Paseo de la Independencia. LA LUCHA COTIDIANA. Vestida impecablemente de blanco, con gorro y delantal, Sara Figueroa y sus empanadas, prácticamente, ya forma nparte del paisaje del Paseo de la Independencia.
27 Abril 2008
Los 25 de Mayo, los 9 de Julio, las vacaciones de invierno, los días nublados o con lluvia, le traen recuerdos gratos. Fueron días de éxito, juventud y reconocimiento internacional, porque era la mejor entre las mejores del país haciendo empanadas. Doña Sara Figueroa fue tres veces campeona provincial y otras tantas en el ámbito nacional. Hoy se sienta en un banquito de madera, al frente de la Casa Histórica, donde ofrece en la vereda sus famosas empanadas para sobrevivir. La gente la reconoce y le compra. Muchos le encargan por docenas. Ella los atiende con orgullo de campeona. Delantal y gorro inmaculados. Un cartel de papel cortado a mano indica que las empanadas que allí se exhiben sobre una humilde mesita las hizo doña Sara Figueroa, la campeona nacional -1982. Hoy vende en la calle para poder vivir y pagar el alquiler de un modesto quiosquito -como ella dice- en Rivadavia 44, donde apenas tiene espacio para cocinar. Con 80 años -se le notan en los finos pliegues de su cara- Sara Moyano viuda de Figueroa -su nombre completo- dice que no tiene casa y que por eso pide a Dios que la ayude para que pueda conseguir una vivienda. "No estoy bien de salud; sólo quiero morir tranquila bajo un techo propio; siento que me está llegando el tiempo", dice, y se le llenan de lágrimas los ojos. "Duermo donde me agarra la noche; en la casa de alguna de mis dos hijas o en la de alguna vecina; ellas me guardan la ropita, no tengo bienes, no tengo nada", susurra. "Creo que nietos tengo siete, y tres bisnietos; no recuerdo bien", se lamenta.

La misma rutina
"Yo hice patria vendiendo empanadas", le dice a LA GACETA cuando intenta encadenar su vida al oficio de empanadera. En sus mejores tiempos, llegó a vender más de 1.000 unidades por día, en el stand del Festival de la Empanada, en Famaillá, su ciudad natal. En poco tiempo se hizo conocida, y se trasladó de Famaillá a Tucumán; tenía un local compartido en el ex mercado artesanal de 24 de Setiembre al 300, y luego puso su local propio al frente. Allí comenzaron los problemas, y no pudo seguir pagando el alquiler. Para entonces ya había obtenido el cetro provincial y el nacional. Fue campeona de campeonas; viajó a Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil para competir entre las mejores, y llegó a obtener la Empanada de Oro, entre las 10 mejores empanaderas del país. Un curriculum interminable que apenas surge a cuentagotas en su frágil memoria. A pesar de la edad, su rutina no ha cambiado: se levanta a las 5, y a las seis menos cuarto de la mañana -afirma con exactitud- ya está con las manos en la masa. "Yo hago el picadillo, pero con matambre que es más jugoso, yo hago la masa y los bollitos, yo hago el repulgue; y mi hijo, Américo, me ayuda con la horneada; a las 11 me vengo a la Casa Histórica; por aquí pasa mucha gente. Estoy hasta las dos de la tarde. Algunos me encargan con anticipación, pero me da vergüenza que vayan al quiosquito porque es pobrecito; y la gente se merece algo mejor", dice.

En avión y en la Rosada
Doña Sara cuenta que sus empanadas viajaron varias veces en el avión presidencial. "Hasta me di el lujo de cocinar en la Casa Rosada, cuando el ex presidente (Carlos) Menem quería empanadas. Una vez se llevó 70 docenas; y el presidente (Néstor) Kirchner, cuando vino por primera vez, hizo comprar 20 docenas", recuerda.
Como es común en los abuelos cuando hablan del pasado, Sara llora mientras relata que tiene cuatro hijos, uno de ellos discapacitado -tiene epilepsia-, y que cobra una jubilación de $ 550. "No alcanza, m?hija, para el alquiler de $ 700 del quiosquito; por eso tengo que salir a vender". Se seca las lágrimas, sonríe, a pesar de la pena, y sigue ofreciendo empanadas.

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