Además de un espacio de entretenimiento, el juego permite al niño desarrollar su autonomía.
"Mamá, no sé a qué jugar", "mamá, el papá me hace trampa", "mamá, Sofía no quiere jugar conmigo", etc. muchas de estas frases son las que se escuchan una y otra vez en tiempo de vacaciones, donde no sólo de la escuela se toman un descanso los chicos sino también el tiempo regulado por los adultos.
Las vacaciones suelen muchas veces ser agotadoras para los padres porque nos enfrentamos a conflictos propios de tiempo libre y nos sentimos exigidos a buscar recetas mágicas para evitar estos malos entendidos. En busca de garantías llenamos la casa con amiguitos o juguetes, con video juegos, películas, etc, pero inevitablemente siempre llegan estos desacuerdos y momentos de aburrimiento.
Creo que estamos muy exigidos por modelos de éxito familiar, donde la armonía y el acuerdo deben sí o sí estar en nuestras vidas y no podemos ver que el conflicto generado en el juego o por la falta del mismo es una muy buena oportunidad para que el niño genere sin las consecuencias de la vida adulta su autonomía como persona. El juego, libre o reglado, de acuerdo a lo que el niño elija por su gusto o edad además de brindar un espacio de entretenimiento y creatividad le permite al niño desarrollar su autonomía para tomar decisiones, resolver conflictos, desarrollar proyectos, hacerse responsable de las consecuencias de sus acciones, todas estas aptitudes y actitudes necesarias para enfrentar la vida adulta y se pone en juego desde el momento que decide jugar con la pelota en vez de video juego Power Ranger, o con las Princesas en un castillo en vez de con la Ballena Jorobada en el fondo del mar.