
Según una encuesta del diario La Nación de hace un par de años, los adolescentes utilizan cotidianamente no más de 200 palabras, pese a las más de 48.000 registradas en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Si uno tolera más de cinco minutos el programa Gran Hermano comprobará que la estadística es, incluso, benévola.
Además de un espejo social, la pobreza expresiva evidencia las inquietudes vitales y culturales de los protagonistas. Lo curioso es que Gran Hermano impuso términos con una determinada carga semántica. Nominar ya ni siquiera es sinónimo de postular o de designar a alguien para un cargo o premio, como se filtró del inglés (está registrado en el DRAE desde 2001 con esa acepción, porque hasta entonces sólo significaba dar nombre a una persona o cosa). Nominar es, ahora, algo negativo: sentenciar a alguien a la expulsión de la casa.
Lo mismo sucede con la voz gala, que en castellano siempre sirvió para denominar a las fiestas excepcionales o distinguidas. Ahora, en cambio, la gala se hace para nominar. ¿Quién decía que Gran Hermano sólo tenía el mérito de haber institucionalizado el boludo/boluda?