Hacer un comentario en general sobre Mozart implica quedar inexorablemente en mora. Pero este aniversario amerita intentar una semblanza de una de las figuras sobresalientes de la historia de la música. Niño prodigio, instrumentista y compositor precoz, es sin dudas el más popular entre los músicos de todas las épocas. Tanto que algunas de sus melodías han pagado el alto precio de ser asaltadas por los invasivos y voraces ringtones de los celulares. Su inconmensurable talento fue enriquecido tempranamente por la influencia de grandes músicos. Prolífico al límite de lo sobrenatural, compuso en su corta vida más de seiscientos títulos, dejando en cada género abordado obras del más alto nivel.
La música parece no tener secretos para esa pluma cuyas sinfonías, conciertos, sonatas, tríos, cuartetos y quintetos fluyen hacia el papel con una inspiración sublime, combinada con una tenacidad que no responde a la imagen que se tiene del músico a partir de la película “Amadeus”. Mozart es el creador de la ópera alemana. De hecho, fue el primero en componer una en ese idioma (“El rapto en el serrallo”) para acercarla al pueblo, a instancias de miembros de la corte de José II, aristócratas progresistas opuestos a las oligarquías obsesionadas por el odio a la razón y a la creatividad que dominaban buena parte de Europa. Su música vocal religiosa alcanza en las misas expresiones de honda sensibilidad, siendo el Réquiem la más notoria y excelsa de ese género. Más allá de las anécdotas (la situación que rodeó la composición del Réquiem y su propia muerte es toda una historia) lo que hace a este personaje digno de todo homenaje es su genialidad y su legado.