

Carlos Duguech
Analista internacional
Subsiste desde aquellos días de agosto, hace ochenta años, en los que el mundo todo tuvo la certeza de que el arma que se probaba sobre la cabeza de los japoneses que era decididamente infernal. La preocupación por el arma atómica borraba todos los límites geográficos. Y a partir de esos dos nombres de ciudades penosamente emblemáticas, Hiroshima y Nagasaki, en el mundo todo se asumía remedar, no con poesía, naturalmente, la primera de las cánticas de la Divina Comedia. La del “Inferno”, esa a la que el florentino Dante le asigna la categoría de un código penal divino. Y, para más, con específicas penas según cada clase de delito.
No era fácil para los EE.UU. zafar de la condena mundial por ese oprobioso modo de aniquilar poblaciones e imposibles de asimilarlas como “objetivos militares”. No obstante -priorizaban los teóricos de la guerra y sus ejecutores- que ese “sacrificio” (de los otros, los “despreciables japoneses”) era necesario para terminar con la Segunda Guerra Mundial (IIGM).
Nos resulta extraño que en la propia carta de la ONU generada como resultado de la “Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional” en San Francisco (EE.UU.) del 25 de abril al 26 de junio de 1945, los hechos históricos de ese año se soslayaran. Se nos dirá, y con razón, que la Carta de la ONU se firmó el 26 de junio de 1945. ¿No hubiera sido más que razonable que se hubiera incorporado el significativo hecho contemporáneo de la rendición de la Alemania nazi? Cuando la Carta entró en vigor el 24 de octubre de ese mismo año (Por ello, “Día de la ONU”) habían transcurrido ochenta días desde Hiroshima y nada de eso se menciona. Es que el texto de la Carta “se congeló” el 26 de junio sin referencia al fin de la guerra en Europa, sucedida casi 50 días antes.
Mejor no mencionar
La historia sucede con naturalidad trágica, a veces. Pero se escribe de un modo conveniente para algunos de sus protagonistas relegando, con desprecio, a otros. De allí que los revisionismos históricos engrosan su importancia y alimentan las expectativas que preanuncian para unos y otros. Por ello, cuando el 24 de octubre de 1945 cobra vigor la Carta, en su preámbulo se expresa que “Los pueblos de las Naciones Unidas” están “resueltos a preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles”.
Sí, las dos guerras mundiales. Al tiempo de vigencia de la Carta, octubre de 1945, guerras acabadas, claro. Pero la omisión de las primeras bombas atómicas probadas en Japón, siendo –como era, indubitablemente, el eje mismo de la bisagra de los tiempos: el antes y el después de la bomba atómica, la omisión se torna indefendible. Incursionar en este aspecto de la documentación de la Historia es propósito de esta columna, entre otros. Recién en agosto de 1946, un año después de Hiroshima, la URSS engendra su arma atómica. ¿Por qué razón, entonces, semejante hecho bélico experimental en Japón no marcó nada en la Carta de la ONU? Una cuestión tan extraordinariamente importante, obviada. Deliberadamente. Desde esta columna barruntamos: Un “pecado” demasiado capital como para figurar en la Carta involucrando, obviamente, al pecador: EE.UU.
Alguna vez la Historia antiquísima se escribía según fuera antes o después de la invención de la rueda. La moderna, la “rueda” esta vez es la “energía atómica”. Ese antes y después, tanto en las aplicaciones civiles harto beneficiosas como en las militares horriblemente dañosas, marcan hoy mismo la idéntica diferencia que apreciamos entre lo blanco y lo negro.
Una singularidad destacable en grado sumo es la que surge del simple análisis del hecho histórico de las dos bombas atómicas arrojadas en Japón. Consagración muy exitosa (“Prueba de campo”) del proyecto llevado a cabo por el “Plan Manhattan” liderado por el científico Robert Oppenheimer. Preanunciada en la primera explosión mundial “De laboratorio” del 16 de julio de 1945 en el Desierto de Nevada (EE.UU).
Siendo portentosa creación del ingenio humano es la primera y única vez en la historia que un arma nueva -probada de modo que se conoce su efectividad- no se haya vuelto a utilizar. Esta es la clave que patentiza el comportamiento de los nueve poseedores de armas nucleares pero pone en telares de juicio en extremo, la irrazonable actitud de continuar la acumulación. Las que desde hace 80 años no se utilizan. ¡Habrase visto tanta estupidez humana! nos diría -de seguro- el ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha.
La ONU, ese proyecto
¿Cómo “proyecto”, después de 80 años de vida? Claro, exageración no semántica sino conceptual. Si nos atenemos al preámbulo mezquino (no dice todo, todo) y analizamos resultados, una conclusión viene precedida como los musiqueros a los juglares. Resultados en el campo de la prevención bélica, mezquinos, insuficientes. “La paz y la seguridad internacionales” son dos conceptos (palabras) que se repiten a lo largo del texto de la Carta de ONU con el mismísimo texto. Letanías semejan.
En este tiempo ya se mencionan los candidatos a ocupar el sitial de Secretario General de Naciones Unidas a partir de 2027. El nombre surgirá a mediados de 2026. Ya hay candidatos propuestos y formalmente el actual director general de OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) con sede en Viena, el diplomático argentino Rafael Mariano Grossi. Propuesto formalmente por el gobierno nacional en noviembre último.
Entre los competidores la médica Michelle Bachelet, ex presidente de Chile (dos mandatos) socialista. Elegida provisoriamente por el presidente Boric probablemente no alcance el apoyo del nuevo presidente José Kast que asumirá el 11 de marzo próximo, muy distante, políticamente, de Michelle Bachelet. Sería, a nuestro criterio, una importante competencia del candidato argentino Rafael Grossi. Por sus antecedentes (Dos veces presidenta de Chile, Directora Ejecutiva y Alta Comisionada para los Derechos Humanos, de ONU) una relevante candidata. Dudosa perspectiva, sin embargo.
La muy notoriamente frondosa gestión del diplomático y abogado Rafael Mariano Grossi al frente de la OIEA le sirven, “como en bandeja”, para aspirar al cargo de Secretario General de ONU. Logró una vastísima experiencia diplomática en Austria y particularmente en ese bastión de lo nuclear -no militar- que es OIEA, nacido en 1957 como consecuencia de propuestas del presidente estadounidense Eisenhower. La formuló en la Asamblea General de ONU del 8 de diciembre de 1953 y consagran. “Átomos para la paz”, lema impulsor de ONU, entonces.
Nadie en el mundo tiene la experiencia sobre asuntos nucleares como Grossi. Nadie, vale insistir. Se le ha visto con ropaje de operador de centrales nucleares en inspecciones en Zaporiyia (Ucrania) en plena contienda bélica. También se lo mostró al mundo en diálogo con Putin, en el Kremlin y en vastas reuniones con Zelenski, presidente de Ucrania. Y no poco fue el esfuerzo permanente con los responsables del gobierno iraní en materia nuclear intentando salvar lo que quedaba del Plan de Acción Integral Conjunto de 2015 (P5+1, Francia, China, EEUU, R. Unido, Rusia y Alemania, con la UE e Irán). Un plan orientado a controlar el accionar nuclear iraní y confinada al uso no militar. Trump, cuándo no, a contramano, retira del acuerdo a EE.UU. el 02.08.2019. A instancias de Israel.
Un mérito de Grossi que vale señalar. Su gestión con la red internacional de monitoreo de explosiones ligada al Tratado Internacional de Prohibición de Ensayos Nucleares permitió que se detectara la ubicación del submarino “Ara San Juan”.
En suma: que el nuevo Secretario General de Naciones Unidas sea un diplomático de vastísima experiencia, en tiempos de paz y en tiempos de guerra y con el dominio y conocimiento del tema nuclear bélico como ninguno, será bienvenido. Se lo necesita.












