Querer tener siempre la razón puede pasar de ser un rasgo a un problema de personalidad

Creer que el pensamiento de uno es el único, es un error. Manejar las emociones llevará a que esa característica del individuo sea anecdóctica.

Querer tener siempre la razón puede pasar de ser un rasgo a un problema de personalidad
02 Noviembre 2025

La necesidad de tener siempre la razón, o la incapacidad de admitir un error, generalmente se debe a una combinación de factores psicológicos, emocionales y cognitivos. Las personas que se comportan de esa manera por lo general les cuesta escuchar y conectar con los demás.

Comportándose de esa manera, el individuo protege su autoestima y el ego. Para muchas personas, estar equivocado se percibe como un fracaso personal o una herida insoportable a su identidad. Los de autoestima frágil o que dependen mucho de la validación externa, equiparan "tener razón" con "ser competente", "ser inteligente" o "ser valioso". Admitir un error es, por lo tanto, visto como una amenaza a su autoimagen o una prueba de su insuficiencia.

La constante necesidad de imponer su punto de vista es una manera de buscar validación continua de su inteligencia o superioridad. Es un mecanismo de defensa para mantener una imagen idealizada de sí mismos.

Quienes tienen identificados esas actitudes deben trabajar en la rigidez de pensamiento que los supera, de manera tal que el rasgo no se convierta en un problema que complique las relaciones sociales. 

En los esquemas mentales rígidos, el mundo funciona en términos absolutos (blanco o negro, correcto o incorrecto). Cambiar de opinión o aceptar una perspectiva diferente se interpreta como debilidad, incoherencia o inestabilidad.

La diferencia crucial entre un rasgo de personalidad y una patología (Trastorno de la Personalidad) es el impacto negativo y persistente que causa. La necesidad constante de tener la razón no es una patología en sí misma, pero es un rasgo de personalidad que, cuando es extremo, rígido y persistente, puede ser un síntoma de un trastorno de la personalidad subyacente.

Ejemplo

Sonia Díaz Rois, coach especializada en gestión de la ira y autora del libro “Y si me enfado, ¿qué?”, vincula el rasgo con las responsabilidades adquiridas. “Lo que yo detecto con las personas con las que trabajo es que en muchas ocasiones estas se han responsabilizado de temas a una edad muy temprana. Como se han vuelto muy resolutivas y gestionan bien los problemas, normalmente son bastante prácticas y lógicas”, señala la experta, quien, sin embargo, resalta que esto puede provocar que se tienda a descartar otras posibles alternativas o soluciones.

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