Adolfo Rodríguez Saá está sentado, al aire libre, en un café de Recoleta, en Buenos Aires. Es sábado por la mañana y faltan 24 horas para las elecciones. Está solo, con un semblante que transmite una tranquilidad que es la contracara de la hiperactividad de esa semana en que fue presidente y no durmió, hace un cuarto de siglo. Refleja también la calma sabatina posterior a los abruptos cambios de escenario provocados por la aceleración de acontecimientos de las últimos siete semanas en la Argentina. Un transeúnte lo reconoce y se detiene. “Adolfo, buen día, no me digas quién querés sino quién crees que gana mañana”, le dice. “El mileísmo, y por muchísimo más de lo que la mayoría cree”, responde.
Los escasos vaticinios electorales que acertaron provinieron de viejos lobos de la política como el ex ministro menemista Carlos Ruckauf o Joaquín de la Torre, ex intendente bonaerense que conoce y camina como pocos el conurbano. Vieron lo que pasó por debajo del radar de encuestadores y analistas que mantuvieron, en las semanas previas, un inusual perfil bajo o una notoria prudencia, implícita admisión de su impotencia para pronosticar una insondable voluntad electoral.
Casi todos, incluidos los estrategas mileístas y kirchneristas, imaginaron un empate o victorias por poco margen que desatarían, esta semana, una guerra de interpretaciones en las que el componente estadístico se diluiría en los sesgos narrativos. Algo parecido a las discusiones de los comentaristas de las peleas de boxeo en las que hay fallos divididos y en las que los dos boxeadores levantan los brazos en señal de victoria.
En estas legislativas competían distintas aritméticas para hacer el balance. Cifras acumuladas por afinidad partidaria, cantidad de bancas, resultados contrastados con elecciones anteriores, etc. El debate exegético quedó de lado por la contundencia de los resultados y su contraste con las expectativas. No fue knock out pero casi.
El mileísmo dio vuelta una derrota categórica en la provincia de Buenos Aires. Y superó el 40% a nivel nacional, cifra constitucional mágica que permite -con diez puntos de diferencia- consagrar a un presidente en primera vuelta.
Remake de Rocky IV
El boxeo es el deporte polarizado por excelencia. Es uno contra uno, y a todo o nada. Hay un momento de soledad mayúscula para los contendientes en el que el árbitro ordena “segundos, afuera”, señal de que los equipos que acompañan a los deportistas deben abandonar el ring.
La estrategia de campaña de Karina Milei y los Menem, los segundos del Presidente, fue boxística. Lejos de los deportes colectivos que promueven Santiago Caputo y Guillermo Francos, se eligió un rival: Cristina representada por Axel Kicillof. Hubo combates laterales de ignotos candidatos vestidos de violeta contra púgiles k locales pero una pelea de fondo: Rocky Milei contra el soviético bonaerense. Si bien se enfrentaba con un “Drago talla baja”, el Presidente venía de hacerse una transfusión de urgencia en Washington por una hemorragia de dólares que amenazaba con desmayarlo.
La campaña promocional de la pelea agitó el contraste de dos estilos antitéticos y el peligro de una derrota: “La libertad avanza o la Argentina retrocede”. Los promotores del rival también se alimentaron de eslóganes binarios: “Bessent o Perón”. “Les hablamos con el corazón -Garrahan, educación pública, prédica gandhiana contra el insulto, ‘la Patria no se vende’- y nos contestaron con el excel -inflación a la baja, orden fiscal, préstamo norteamericano condicionado a los resultados-”, analizaba en la mañana poselectoral un asesor peronista. “No fue el excel ni el bolsillo -la mayoría no llega al 20 y votamos el 26- sino el espanto del pasado; Kicillof decía que hay que tocar canciones nuevas y se dedicaron a hacer covers de Sui Generis”, respondía un consultor de la otra orilla.
Provincias hundidas
La batucada siguió hasta tarde, ya en la madrugada del lunes, en el búnker de La Libertad Avanza, alimentada por la euforia de la arremetida y también por la anulación de aspirantes serios a disputarle el título al renovado campeón. Varios cancelaron los turnos que tenían, este lunes, para confeccionarse pantalones de contendiente. No fueron pocos los que imaginaron que una candidatura presidencial de Martín Llaryora o Maximiliano Pullaro podría estar cocinándose, en estas horas, de haber tenido victorias que no fueron.
Los libertarios también celebraron algo quizás más importante para sus planes. Debilitaron la versión local del “centrao”, ese espacio de legisladores brasileños que suele dirimir el empantanamiento legislativo entre bolsonaristas y lulistas. El proyecto Provincias Unidas fue un test de vitalidad del poder de los gobernadores que quisieron gestar una tercera vía. Tuvo a cinco gobernadores como protagonistas pero llegaron a ser quince los que conformaron una protoalianza. Y 24 -o sea todos- los que se unieron, en ocasiones, para marcarle la cancha al Presidente desde el Congreso.
Milei suele mencionar al DeLorean, el auto/máquina del tiempo de la película Volver al futuro, en sus metáforas políticas. Pudo usarlo en la noche celebratoria del domingo para volver al 9 de julio de este año, cuando había desistido de viajar a Tucumán por la niebla porteña, y despotricaba contra todos los gobernadores en la inminencia de los embates legislativos contra el superávit fiscal, la clave de bóveda de su plan económico y político.
“Quieren romper todo...No les importa si los argentinos van a estar peor o mejor...Los espero el 10 de diciembre (con el nuevo Congreso derivado de las elecciones)” gritaba, en un programa de radio, el Presidente.
En lugar de esa opción temporal, en su moderado discurso de la victoria, decidió usarlo para volver a Tucumán un año antes, a la noche del 8 de julio de 2024, al momento en la que se tomó la foto en la Casa Histórica acompañado de 18 gobernadores. No los unía el afecto sino el temor, representado por el frío de esa noche, de quedar a la intemperie. Eran animales políticos procesando el mensaje estremecedor del ballotage de 2023.
Ese frío recorrió las columnas de todos los gobernadores, incluidos los ganadores, en la noche del último domingo. Las elecciones presidenciales de 2023 plasmaron una voluntad de ruptura con el sistema anterior pero podría haber derivado en un experimento fugaz, propio de una circunstancial alteración anímica del electorado. El 40% de los votantes de las elecciones de este 26 de octubre plebiscitaron una gestión conocida, ratificando una intención de mantener un rumbo que los aleje de un pasado al que no se quiere volver.
Reconstruir el horizonte
Una elección muestra una foto. Lo engañoso de la fotografía es que puede convencernos de que hemos capturado una esencia cuando lo que muestra es una faceta de un fenómeno móvil. En menos de dos meses, en la provincia de Buenos Aires el peronismo pasó de arrasar por 14 puntos a perder la elección. ¿Solo aparato contra boleta única y mayor participación de votantes indecisos? ¿O también volatilidad y memoria breve? ¿Cuántos se acordaban el domingo de Spagnuolo o Fred Machado? El presidente, en tres semanas, pasó de encarnar un rockstar desaforado a un sobrio presidente suizo. Todo fluye.
Ninguna victoria asegura un porvenir inexorablemente auspicioso al ganador. El macrismo también ganó claramente, con más del 40%, las legislativas de 2017. Dos meses después, 14 toneladas de piedras caían sobre el Congreso y se iniciaba la debacle del gobierno de Cambiemos.
La realidad cambia y seguirá cambiando. No obstante, una elección define volúmenes políticos y genera inercias, fuerzas que pueden servir para construir y destruir. Hasta este domingo, la Argentina vivió un presente con una densidad insoportable, con semanas en las que se pasó de la inminencia de un colapso a resurrecciones de último minuto. Desde este lunes, el país puede regenerar un mañana con una perspectiva en expansión. El Presidente cuenta con un resultado que genera fuertes estímulos de negociación a gobernadores y legisladores. Tiene la oportunidad de avanzar con políticas de consenso que impulsen la agenda de reformas que requiere la Argentina para sostener un crecimiento tan anhelado como esquivo.










