CABEZA CORTADA. “Tejedoras de abismos” reúne tres monólogos.
Una gran cabeza de estatua yace de costado en el medio del escenario. Desde detrás de ella aparecen las tres actrices españolas con una versión modificada de la letra del tango “Por una cabeza”, en clave de derechos y luchas feministas, la primera y principal por lo más obvio: seguir vivas. Que un reclamo de esa naturaleza sea la apertura de “Tejedoras de abismos”, la obra española presente en el Festival Internacional de Teatro de Córdoba, nos enfrenta con el grave estado de situación global en torno a la violencia de género. Por causalidad, no casualidad, hablan de “cabezas cortadas de tantas mujeres” y de que “tienes que vivir” como premisa central.
En esta pieza que reúne tres monólogos del argentino Arnoldo Liberman -radicado en Madrid desde los tiempos de la dictadura militar-, Verónica Andrés, Jéssica Martínez y la propia directora, Lola López, encarnan los abismos de personajes intensos y cargados de fantasmas: la atormentada poetisa Alejandra Pizarnik, la hermana de Gregorio Samsa -el protagonista de “La metamorfosis”, que pierde su humanidad al transformarse en un insecto- y Alma Mahler, que sacrifica su libertad creativa para ser la sombra de otros. Una obra de gran calado poético y humano que forma parte de la celebración de los 30 años de vida del grupo valenciano Hongaresa Teatre.
En el casi desierto escenario, aparte de la escultura degollada, sólo hay mínimos elementos y el truco de magia de la mujer que es cortada por la mitad, elocuente signo sobre esos personajes rotos, que van en distintos sentidos y que deben rearmarse para seguir. Ese artificio sirve atractivamente de paso de escena a escena, en un planteo minimalista. El título de la obra remite a “hilar puentes del abismo entre los siglos XX y XXI”.
“Domadoras de abismos, de mitos y creencias. Víctimas y verdugos. La vida en su despiadada crudeza. Desgarros de pérdidas y de rechazos. El amor que crea, la muerte que hiere, el sufrimiento que duele y forja, la sed de ser, las heridas. Una amalgama de pensamientos, sentimientos, latidos y gritos, momentos dulces y amargas extrasístoles. Todo ello puesto a prueba con una intención e intensidad dramática que por momentos estremece”, prometen desde antes de ingresar a la sala.
Y lo cumplen de sobra desde el comienzo con las actrices desafiándose entre sí y al público. Martínez arranca con Pizarnik: atraviesa su desesperada búsqueda del amor y la comprensión de una sociedad que la alejaba de sus urgencias, cargada con la marca de su magnífica desmesura artística y sus desequilibrios emocionales. Sus textos expresan esa angustia existencial, que en escena transitan en un trabajo sin respiro, que deja sin aire a la platea.
La tragedia ronda su existencia en todo momento, atravesada por la situación extrema de sentirse y saberse frágil y expuesta, con el agregado de llevar un apodo, Sasha, que refiere a sus antepasados judíos. Reniega de su figura, su condición, su talento, su incomprensión, su soledad, su necesidad de amar y ser amada, su diagnóstico médico, todas referencias que la llevan a un final anticipado de su vida y que deja entre interrogantes cuanto más pudo haber escrito y creado. Su tristeza y su melancolía la lleva a los extremos, reconoce en escena. “Odio las palabras pero no puedo vivir sin ellas”, confiesa.
Personaje de ficción
Luego es el turno del único personaje de ficción de la obra, Gregoria Gretel Samsa, la hermana del personaje central de la novela de Franz Kafka y la única que trata de mantener alguna clase de vínculo con ese ser transformado, llena de contradicciones y conflictos internos. Sobre ella (protagonizada por Andrés) pesa la decisión de haberle deseado la muerte, de ya no reconocer en lo que es ahora quien fue antes, en ese proceso que encierra una destrucción de su propia identidad y del entramado familiar patriarcal que se sostenía por el ahora insecto. Expresamente identifica el texto novelado con el propio entorno de Kafka y su vínculo con sus padres y su hermana, para armar un puente entre ficción y realidad que potencia el discurso escénico. Perder a la familia es el final de su propio sentido de vivir; a partir de ahora solo que queda respirar y seguir, desde su figura de mujer “ninguneada”.
La actriz logra transmitir a la platea esa desesperación de quien sabe que el paso siguiente será el final y definitivo, y que también es ineludible y necesario. Tratar de mantener una normalidad ya inexistente la expone a la locura de darle sentido a lo que ya no lo tiene. Asumirlo le permitirá tratar de reencontrarse.
El cierre es con López como Alma Mahler-Werfel, que tomó su primer apellido de su primer esposo, Gustav Mahler, el mismo que la obligó a firmar un contrato para que se comprometa a dejar de lado su propia carrera como compositora musical para ser su inspiración silenciosa, como “esposa pero no colega”. Mujer de tres hombres, amante de muchos más, deseada por todos en una “sociedad misógina” que la desespera y que a sus 85 años la empuja a lograr “algo que valga la pena ser vivido”. Como ella misma lo dice, sólo pretende “acariciar el alma”.
Las tres mujeres de estas historias son las protagonistas trágicas de búsquedas inconclusas: del amor, de la familia, de los hijos perdidos, de su realización plena… En sus vidas se sintetizan las de muchas más, que tienen las mismas necesidades y urgencias y que se ven en escena, con un final al ritmo del tango “Cambalache”.









