Tres síntomas de un mal implacable que nos amenaza a todos

El accidente de una familia que viajaba en moto expone el drama de la inseguridad vial en Tucumán. Una reunión en Casa de Gobierno alimenta las esperanzas. La gran pregunta es si habrá cambios reales o sólo gestos protocolares

  LA GACETA / FOTO DE ANALIA JARAMILLO

A Tucumán lo atraviesa una enfermedad severa. Es como un cáncer con el que convivimos, que se ha vuelto tan cotidiano que parece invisible, como si no nos diéramos cuenta que está ahí, al acecho, amenazándonos. Este mal no es físico, no enferma a las personas de la manera tradicional, sino que ataca a la sociedad en su conjunto y se manifiesta en los accidentes de tránsito que ocurren a diario. Algunos se tornan especialmente dramáticos. Por ejemplo, hace muy poquito, a fines de julio, una mujer embarazada que iba en la moto con sus tres hijos de 8, 5 y 4 años, chocó contra un auto estacionado. Todos terminaron internados y ella fue sometida a una cesárea de urgencia. Con sus matices, desgracias como esta nos conducen al mismo lugar: los caminos atroces de Tucumán.

Detrás de las tragedias que le dan cuerpo a esta enfermedad social aparecen cuestiones vinculadas con las falencias en la educación; con el empobrecimiento de vastos sectores de la sociedad; con la degradación de los vínculos y de las redes que nos conectan como comunidad, y con el declive de Tucumán en general, expresado con mucha potencia en el deterioro de la infraestructura vial. A todo esto le podemos sumar un factor más: la indiferencia. Los accidentes de tránsito ya no nos impactan, son parte del paisaje diario. Por eso quizás es un buen momento para interpelarnos como comunidad.

¿Qué es lo que subyace por detrás de estos hechos? ¿Que familias enteras usen una moto para trasladarse es consecuencia únicamente de la imprudencia o nos dice algo más sobre las condiciones en las que vivimos? ¿Que muchos motociclistas circulen de noche sin luces es sólo negligencia o es la peligrosa estrategia a la que recurren algunos de ellos para evitar las emboscadas de los ladrones? ¿Cómo puede ser que una autopista, como la de Circunvalación (en la que murió una mamá y sus dos hijas en abril cuando el Uber en el que viajaban fue embestido por una camioneta) esté atravesada por cerca de 50 cruces clandestinos? ¿En qué momento llegamos a semejante escenario?

Un servicio que castiga

Los factores que nos causan esta enfermedad parecen ser múltiples. Por un lado aparece la proliferación de motos, que no ha sido casual. Es el resultado del deterioro colosal del transporte público y del empobrecimiento de la población, que es innegable. De acuerdo con una nota publicada por Federico Türpe en LA GACETA, en 2010 los ómnibus representaban el 35% del total de viajes en el Gran Tucumán y en 2024, sólo el 8%. Los motivos de esta caída son diversos: la cobertura del servicio es limitada, las frecuencias son escasas (después de las 23 es imposible encontrar un colectivo) y a pesar de todas estas deficiencias -a las que podríamos sumar muchas más- es caro para el usuario promedio: el boleto mínimo cuesta $950. Pensemos, por ejemplo, en un empleado de comercio o en un administrativo que debe trabajar en horario cortado. Sólo para ir y volver de la oficina va a gastar $3.800 por día (si es que no tiene que hacer algún trasbordo). Serán $19.000 a la semana. Y podemos seguir haciendo cálculos. Por eso, muchos se preguntan si vale la pena despilfarrar ese dinero en un transporte incómodo, lento y poco eficiente. La opción es comprarse una moto, ahorrar plata y ganar tiempo. La elección de la mayoría resulta obvia y está en las calles (también en las guardias de los hospitales).

Otra variable -más intangible pero tan real como la anterior- se expresa en el deterioro de las condiciones de vida. A la pobreza hay que adosarle el daño en las redes de contención que nos vinculan como comunidad. La educación no está exenta de este declive. Y eso se manifiesta en el no uso del casco, en la normalización de la imprudencia, en la banalización de los peligros, en la falta de respeto y, en muchos casos, en el desconocimiento total de normas que regulan nuestra convivencia, como las de tránsito. Es decir, pensar que sólo la imprudencia o la irresponsabilidad es la que empuja a todos los miembros de una familia a viajar arriba de una sola moto y sin casco es quedarse demasiado corto en el análisis.

Tierras de nadie

Si ponemos el foco en la infraestructura vial, da la sensación de que Tucumán está en un pozo. En el ámbito urbano, los bacheos y las repavimentaciones conviven con pérdidas de agua que destruyen el asfalto, con obras de arreglos inconclusas y otros obstáculos que convierten algunas calles en trampas. Por ejemplo, la Municipalidad tapa un bache, pero a pocos metros aparece una pérdida de líquidos cloacales que arruina lo que se había arreglado unos días antes; para reparar esa pérdida hay que hacer un nuevo pozo y así parece que vivimos en un loop interminable. Estas situaciones ocurren en todo el ámbito urbano, pero se potencian en los márgenes de los municipios, donde las responsabilidades administrativas parecen diluirse. El Camino del Perú y su entorno son un buen ejemplo: tránsito intensísimo, tremenda presión urbana, infraestructura colapsada y una cantidad cada vez más grande de transeúntes que buscan alternativas a una ruta que ha quedado demasiado chica para contener el flujo vehicular que recibe. Barrios como Congreso y Oeste II, en San Miguel de Tucumán, y San José, del lado de Yerba Buena, se enfrentan al desafío de integrar a aquellos que buscan calles alternativas para ganar tiempo.

Si salimos del ámbito metropolitano el panorama no es mejor: Tucumán cuenta con menos de 100 kilómetros de autopistas; con una Circunvalación que no circunvala nada, porque terminó devorada por la ciudad; con rutas nacionales que han sido abandonadas por el Estado al mismo tiempo que las provinciales -salvo algunas excepciones- se deterioran de un modo irremediable, tal como demuestran los videos que suben a las redes los productores de Apronor.

Las cifras tal vez ayuden a poner en perspectiva el drama. La más impactante es la que manejan en el hospital de Niños: el 66% de los chicos atendidos por accidentes de tránsito en lo que va del año viajaban en moto. De algún modo, este número opera como una síntesis que agrupa todos los síntomas que constituyen el cáncer del que hablamos al principio de este texto.

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Esta semana ocurrió algo significativo: hubo una reunión entre funcionarios del Gobierno provincial, representantes de la Justicia, de empresas privadas, funcionarios judiciales y directivos de la ONG Meta Tucumán, entre otras instituciones. Allí, cinco ministros del Poder Ejecutivo recibieron el Plan Integral de Transformación Cultural Vial, que fue elaborado durante más de un año mediante debates y foros de los que participaron distintos actores de la sociedad. Este plan se sostiene en cinco pilares:

-Recopilar, procesar e interpretar datos para pasar a la acción.

-Educar para el cambio

-Realizar controles policiales estratégicos y transparentes

-Aplicar tecnología y sanciones efectivas

-Comunicar de modo eficiente para lograr la transformación de hábitos.

En sí, este plan constituye una hoja de ruta. Y ahora está en manos de los que deben tomar las decisiones. Ya sabemos cuál es el camino. La pregunta es: ¿estaremos dispuestos a recorrerlo?

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