Los robots caminan por las calles tucumanas, pero los cables siguen enredados

Los robots caminan por las calles tucumanas, pero los cables siguen enredados

Hace algunas semanas, dos robots irrumpieron en la vida cotidiana de la peatonal Mendoza y se convirtieron, por un rato, en el centro absoluto de todas las miradas. Uno avanzaba sobre cuatro patas con una soltura casi animal, el otro lo hacía erguido, en dos extremidades metálicas, como si llevara años ensayando el equilibrio perfecto. Bajo el sol de invierno, entre cafés, puestos de venta callejera y caminantes distraídos, ambos parecían salidos de una película de ciencia ficción. Jubilados curiosos, estudiantes con sus mochilas al hombro y vendedores ambulantes interrumpieron por un momento sus rutinas para contemplarlos con fascinación. Se llaman Chicho y Amancio. El primero es un robot cuadrúpedo de movimientos sorprendentemente suaves, casi juguetones, que transmite una mezcla inquietante de simpatía e inteligencia como un caniche. Amancio, en cambio, es un humanoide de rostro pétreo que se desplaza con una precisión mecánica casi hipnótica: un mimo de titanio que observa sin gestos, sin prisa, como si lo viera todo y no dijera nada.

En 1993, imaginar que un robot caminaría entre nosotros parecía pura ciencia ficción. La escena de Chicho y Amancio recorriendo la peatonal habría sido, por entonces, material de película futurista. Sin embargo, los avances llegaron más rápido de lo previsto, aunque no en todos los frentes. Porque mientras este tipo de tecnología avanza a pasos firmes, la ciudad sigue arrastrando deudas con su propio presente. Los robots llegaron antes de que se cumpliera, en forma efectiva, una norma básica como la ordenanza 2114/93 y sus decretos reglamentarios (471/94 y 1144/01), que regulan el cableado aéreo en San Miguel de Tucumán.

Este instrumento legal define y ordena todo lo que ocupa el espacio público: desde marquesinas y carteles hasta cables, toldos, cestos de basura o farolas. Se trata de un manual de convivencia urbana, que muchas veces termina siendo ignorado.

La ordenanza es clara: el espacio aéreo, al igual que las veredas y calzadas, pertenece al dominio público y solo puede ser utilizado por empresas de servicios bajo autorización expresa del municipio. Esta cesión de uso está sujeta a condiciones específicas: los cables deben estar correctamente identificados con etiquetas visibles, seguir el contorno de las fachadas sin invadir el espacio de manera arbitraria y, en caso de ser necesario, solo se permiten hasta cuatro cruces por cuadra, siempre ubicados a más de 6,5 metros de altura. Es decir, incluso el tendido de un simple cable debería responder a criterios de organización y respeto por el espacio compartido.

Puntos críticos

Meta Tucumán, una asociación multidisciplinaria que reúne a personas de diversos sectores de la sociedad y que trabaja de forma desinteresada para impulsar proyectos con impacto cultural, social, educativo y ambiental en beneficio del bien común, llevó adelante un relevamiento en base a los aportes recibidos a través de sus redes sociales. El objetivo fue identificar puntos críticos vinculados al cableado aéreo y al desorden en el espacio urbano. Este “mapeo ciudadano” se elaboró a partir de testimonios y fotografías enviadas por vecinos, quienes señalaron las zonas que perciben como más conflictivas. Entre los lugares más mencionados figuran Congreso al 900, Lucio V. Mansilla 647, San Martín al 2.300, General Paz al 1.000 y la intersección de Congreso y Lavalle. También se destacaron denuncias en San Juan al 700, Batalla de Las Piedras al 200, España y 12 de Octubre, Maipú y Sarmiento, Italia al 1.300, Córdoba al 100, Chile y Godoy Cruz y barrio Kennedy.

Como ocurrió en otras ocasiones, la Municipalidad de San Miguel de Tucumán notificó a todas las empresas prestadoras de servicios que utilizan cableado aéreo sobre la obligación de adecuarse a lo establecido por la ordenanza vigente. El plazo para regularizar la situación ya venció, por lo que el municipio comenzará en breve con el retiro de los cables que se encuentren fuera de norma. Desde la intendencia aclararon que las empresas que utilizan infraestructura subterránea, como EDET -que en gran parte de la ciudad, especialmente en el área central, tiene sus tendidos bajo tierra o con sistemas preensamblados- no están alcanzadas por esta medida. La primera etapa del operativo de ordenamiento del espacio aéreo comenzaría en las peatonales y luego se extendería a todo el centro, donde se detecta la mayor concentración de tendidos irregulares.

El objetivo es recuperar el orden visual del espacio público y garantizar condiciones de seguridad para los peatones y frentistas. Muchos de los cables colgados de manera precaria no solo afectan la estética urbana, sino que representan un riesgo en caso de tormentas, incendios o siniestros viales. La iniciativa busca además establecer un criterio uniforme para el uso del espacio aéreo, promoviendo el soterramiento de los servicios y una convivencia más armónica entre la infraestructura urbana y la vida cotidiana de la ciudad.

Hablamos de inteligencia artificial, conectividad 5G y autos eléctricos, pero aún no podemos garantizar que un cable no caiga sobre una cabeza durante una tormenta. Hay una contradicción de época: pretendemos un futuro con infraestructura del siglo pasado. Basta con mirar hacia arriba para descubrir un caos suspendido.

Los robots ya caminan por la ciudad. Lo que no camina es el orden. Mientras Chicho y Amancio sorprendían a todos, sobre sus cabezas colgaban cientos de cables mal instalados, desprolijos y peligrosos. La ciudad no puede avanzar al futuro con el espacio público hecho un caos. Antes que robots, se necesitan calles limpias, cables bajo tierra y, sobre todo, normas que se cumplan.

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