Las dos máscaras del teatro, la de la risa y el llanto que aporta la vida son el símbolo perfecto de la grieta política instalada como casi siempre en la historia de los argentinos. Además, de esta realidad que una vez más se instala para mal de todos debido a la resolución que tomaron en conjunto los tres jueces de la Corte Suprema al confirmar el fallo de dos instancias inferiores que terminó de sacar de la cancha de la competencia política a Cristina Kirchner, ha dejado algunas lecciones bastante claras y además profundas, que la inmediatez y una sanguínea primera reacción social quizás hayan impedido evaluar.
Tras la opinión del Alto Tribunal, lo primero que llama la atención para el análisis es que lo que se vivió fue la recreación de una mucho más enorme polarización que la habitual, ya que las dos partes se hicieron sentir desde lo sentimental. El rictus de la comedia y de la tragedia en su máximo esplendor. Así, cada perspectiva de parte de cristinistas y anticristinistas (en la calle los primeros y con preferencia en las redes sociales los otros) mostró facetas de lágrimas y festejos, probablemente excesivos en ambos casos, como ánimo de victimización y de deseos de venganza, respectivamente, que tuvieron una connotación más ideológica que política. Una vez más, los buenos y los malos, ángeles y demonios que luchan en el devenir argentino y que no dejan espacio para construir.
Lamentablemente, hubo mucha violencia de ambos lados, verbal sobre todo. Los seguidores de la expresidenta desparramaron todas sus broncas y así las organizaciones sociales, los sindicatos y los kirchneristas de a pie, (los “peronchos” o “kukas”), se movilizaron desplegando insultos y haciéndole el aguante a la expresidenta frente a su domicilio. En tanto, y agrandados en demasía por el fallo, las redes sociales fueron el ámbito preferido de las bromas y chicanas de aquellos que querían ver presa sí o sí a la expresidenta (los “gorilas” antiperonistas o “mandriles”, como se los llama ahora), en general banalizándolo todo desde las burlas sobre un tema tan delicado.
La grieta fanatiza y por supuesto, quienes se acongojaron siguieron al dedillo las letanías de la expresidenta y hablaron de lawfare, persecución y proscripción de una Justicia “al servicio de los poderosos”, mientras que los que celebraron hablaron del “debido proceso” y llegaron a exagerar diciendo que “ésta es la Justicia que nos merecemos”. Nada menos cierto esto último porque dicho servicio en la Argentina sigue siendo sospechado, ya que en su seno se presume que hay dilaciones estratégicas en muchas causas sensibles, manipulación de los tiempos para buscar prescripciones (o para que se mueran los jubilados) y una notoria influencia de los grupos de poder.
Después está la tarea del día a día, bastante objetable también ya que en muchos tribunales la cantidad de causas supera ampliamente la capacidad operativa de jueces y empleados, lo que genera retrasos estructurales que, sumado a la falta de recursos tecnológicos y a las demoras en la designación de magistrados, le ponen a lo judicial en la Argentina un aura bastante negra, por más que los tres cortesanos se hayan esmerado en esta ocasión salir rápidamente del atolladero político.
No se puede arriesgar sobre qué cantidad de personas quedaron atrapadas en el medio o directamente no participaron de la divisoria de aguas, ya sea por ignorancia o por pudor y se quedó mirando desde afuera. Tampoco saber si el tiempo hará que los que estaban en las puntas se acomoden hacia el centro y contribuyan a rellenar el agujero. Lo que sí hubo fue una tercera posición, minoritaria quizás, pero atendible, que fue más allá de aquellos corazones calientes de partidarios y detractores, Son quienes reconocen como ejemplificadora la decisión de la Corte, pero que sostienen que la aplicación de la pena no debería ensañarse con una expresidenta de la Nación, no por ella ni por lo que se le ha probado, sino por la investidura del cargo que ostentó.
En esa línea parece haber estado el gobierno nacional, con algunas excepciones, como fue la primera reacción presidencial. Desde el exterior, Javier Milei posteó por X: "Justicia. Fin". Apenas dos palabras para definir una situación que en lo filosófico pone en dimensión lo efímero que es el poder, de la que ningún político está exento y que interpela esencialmente a los gobernantes de hoy en día, mostrándoles que “quien las hace las paga”, tal como suele decir Patricia Bullrich.
Pese a la gravedad de todo lo que estaba pasando, la dimensión que el Presidente le dio al asunto se desvió hacia otro lado. Algunos pensarán que quizás lo hizo a propósito para apartarse del tema, porque el resto del mensaje se lo dedicó a su obsesión principal, quizás olvidando que fue gracias al accionar de la prensa que buena parte de todo esto salió a la luz. “Todos los periodi$ta$ corrupto$, cómplices de político$ mentiro$o$, han quedado expuestos en sus opereta$ sobre el supuesto pacto de impunidad”, escribió. Quizás él tampoco lo sepa, pero las afirmaciones sobre la preferencia política para tener en las listas de enfrente a la expresidenta salieron de la Casa Rosada. Y el periodismo las dio a conocer, por supuesto, aunque sea una molestia para el poder, que de eso se trata.
Además, mucho de lo sucedido en estos últimos tiempos, sobre todo en materia legislativa, tuvo por detrás la misma premisa de “afecto societatis” entre UxP y LLA y eso es vox populi en el Congreso. Cuando se informa sobre la manera asociativa en que se construyó el “no” a Ficha Limpia o cómo se estaba negociando hasta ahora la presidencia de la Comisión de Investigadora del caso $LIBRA para zafar a Karina Milei de ir al Congreso, se están mostrando dos ejemplos palpables de connivencia que incomoda al poder y que lo dejan en posición ambigua ante la condena.
El miércoles próximo llegará el momento de la presentación “a derecho”, como suele decir la expresidenta, en los Tribunales de Comodoro Py y habrá en la calle una gran manifestación de acompañamiento hacia ella que se procura evitar. Quizás la Justicia defina el lugar de prisión antes de eso y ya Cristina no pueda salir del departamento de su hija, lugar donde por cuestiones familiares y de seguridad deberá quedarse por seis años sin asomarse siquiera al balcón y con restricciones de visitas y de comunicación que se deberán monitorear. Dicen los organizadores que la marcha se hará igual.
Apenas se pueda salir de todas esas trampas, la de la política interesada y la de la polarización de la sociedad, habrá que valorar con un poco más de cabeza fría el trasfondo más relevante de la resolución de la Corte, ya que ha quedado bastante claro que, aún con la suma de instancias y las chicanas de los abogados para dilatar los tiempos, los mecanismos institucionales funcionan y que la Justicia es en una República el medio más idóneo para abordar estos temas y para darles un cierre. No es para nada –como dijeron algunos porque la taba les había caído a favor- que los Tribunales han pagado esta vez una larga cuenta, sino que apenas han hecho su trabajo bien.
Por lo tanto, la que primero se destaca es la conclusión obvia de la “igualdad ante la Ley”, ya que ese principio sostiene que todas las personas deben recibir el mismo trato jurídico, sin ningún tipo de discriminación. En esta ocasión, la Justicia opinó a través de casi una docena y media de magistrados y fiscales, quienes cotejaron testigos, evaluaron pruebas y se ocuparon de mantener las garantías acordes a los procedimientos judiciales, aunque a los partidarios de Cristina les cueste aceptar dicha realidad.
Sin embargo, hay un segundo corolario que la ciudadanía ha interpretado por fin, después de tantos años de que otros “se la lleven”. Por la magnitud del desfalco o bien porque la mira se puso en lo más alto del poder, esta vez mucha gente ha tomado conciencia de que los fondos que se van a los bolsillos de los políticos (sobornos, sobreprecios, comisiones ilegales, lavado de dinero o distracciones varias) salen esencialmente del suyo y que lo mismo ocurre con los inflan gastos para recuperarlos del Estado pagador. Y también ha visualizado con mayor claridad que toda esa masa de recursos se resta automáticamente de las sumas que hay que aplicar a gastos críticos como salud, educación, seguridad, etc. o bien que se reemplaza lisa y llanamente por endeudamiento o por emisión, lo que lleva a la inflación que come el bolsillo.
La gran lección que quedará cuando las pasiones se moderen son todas estas cuestiones de fondo que se empezaron a hacer carne en la sociedad: que el Estado no es bobo, que son sus administradores transitorios quienes lo desangran y que las coimas salen del bolsillo de la gente. De “la nuestra”, desde ya.