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Trabajamos a diario para conocer cuáles y cómo son las relaciones de nuestros hijos con su entorno. Tratamos de conocer sus amistades, entender sus estados emocionales, sus intereses y miedos. Sin embargo, ellos, al igual que nosotros, comenzaron a habitar nuevos entornos digitales que todavía siguen siendo desconocidos por su alcance. A las redes sociales y los videojuegos online -que aún nos desafían como adultos y padres-, en los dos últimos años se sumaron chatbots como ChatGPT o Gemini, adoptados por los adolescentes de forma casi inmediata.
Según un reciente estudio de Unicef, más de la mitad de las chicas y los chicos adolescentes de Argentina usa Inteligencia artificial. Dos de cada tres lo hace con fines escolares, entre los 9 y los 17 años. La mayoría afirma haber utilizado ChatGPT, y el ámbito educativo se consolida como el principal espacio de uso: el 66% de los usuarios la emplea para resolver tareas escolares, un hábito más frecuente entre las adolescentes de 15 a 17 años. Otros usos, como la búsqueda de información por interés personal o la simple curiosidad, son menos comunes, al menos en las respuestas de la encuesta. La percepción sobre la efectividad de la herramienta, sin duda, es positiva: según el informe, el 69% de los estudiantes que la usaron para fines académicos la consideraron ‘muy útil’ y un 30% la encontraron ‘algo útil’, lo que demuestra su alta valoración como un recurso de apoyo escolar.
El trabajo Kids Online Argentina, presentado por Unicef y Unesco, reveló que, al igual que con otros aspectos de la accesibilidad tecnológica, esta cercanía con la herramienta muestra una marcada correlación con la edad y el nivel socioeconómico. La notoriedad de la plataforma aumenta significativamente con la edad, escalando del 58% en menores de 12 años hasta casi el 90% en los adolescentes de mayor edad. De manera similar, se observa una brecha socioeconómica considerable: mientras que en los hogares de niveles bajos el conocimiento es del 59%, este se eleva al 92% en los de niveles altos, lo que evidencia desigualdades en el acceso a la información sobre nuevas tecnologías.
Las IA generativas
Sin duda, este impacto se replica a nivel mundial y otras entidades también están siguiendo de cerca los fenómenos que se presentan debido a la cercanía de los más jóvenes con estos entornos desafiantes. La prestigiosa Asociación Americana de Psicología (APA) no solo suscribe los usos que señala Unicef en su informe, sino que agrega, en un trabajo presentado la semana pasada, que los adolescentes están desarrollando relaciones novedosas con las IA generativas. Los jóvenes están teniendo ‘conversaciones en tiempo real, experiencias de aprendizaje personalizadas, relaciones y recomendaciones de contenido a medida’, destaca su reporte.
Este es, quizás, uno de los aspectos más relevantes del fenómeno. La web ya era un lugar de consulta para los escolares, y la IA podría ser un entorno más de consulta. Pero hasta ahora no existía una plataforma en la que los jóvenes pudieran desarrollar interacciones “artificiales”. Dialogan, hablan de su vida privada, consultan dudas que quizás no plantearían en su entorno material y de relaciones humanas. Se crea un ámbito que podría considerarse privado, pero no lo es. Detrás de la pantalla, hay un registro constante de la actividad de los usuarios y un entrenamiento permanente de los modelos para ofrecer nuevas respuestas.
La comprensión del mundo de los jóvenes está cambiando, y no solo eso. En el informe Inteligencia Artificial y Bienestar Adolescente, la APA además señala que la IA generativa permite a los chicos generar nuevos textos, producir imágenes, audio y videos realistas, hasta el punto de que las percepciones y los comportamientos de los jóvenes podrían verse alterados por este nuevo fenómeno.
A pesar de las advertencias, los expertos en psicología no adoptan una postura de rechazo ante un fenómeno innegable. Los efectos de la IA en la adolescencia, apuntan, no son “buenos” o “malos”, sino complejos y dependientes del contexto. Aún así, alertan que la adolescencia es una etapa de desarrollo cerebral crítico, solo superado por la primera infancia, lo que vuelve a los jóvenes especialmente vulnerables. Por ello, insisten en que la edad no es un indicador fiable de madurez, y que factores individuales como la neurodiversidad, el estado de salud mental y las experiencias personales provocan que cada adolescente reaccione de manera muy distinta ante un mismo contenido digital. Además, advierten sobre los sesgos de discriminación frecuentemente presentes en los sistemas de IA, los cuales se originan en datos de entrenamiento poco representativos y en la falta de diversidad durante su desarrollo.
Si bien la utilización de IA ya es una práctica presente entre los más jóvenes, quizás todavía tenemos tiempo de no repetir los errores cometidos con las redes sociales. Las prestaciones tecnológicas pueden identificar distintos tipos de usuarios según sus edades y considerar tanto sus competencias como sus vulnerabilidades. De esta forma, se podría trabajar de manera responsable en su seguridad, privacidad y, principalmente, en la sensibilidad de quienes recién están conociendo el mundo.









