Los caminos de la Revolución siempre condujeron a Tucumán

Los caminos de la Revolución siempre condujeron a Tucumán

Cuando cae en domingo -y además la fecha patria no se corre para habilitar un fin de semana largo- el feriado tiende, inevitablemente, a diluirse en la ociosa agenda del fin de semana. Es el caso de este 25 de mayo, a 215 años de aquella revolución que, al decir de Bernardo de Monteagudo, “fue obra de las circunstancias más que de un plan premeditado de ideas”. Al menos los actos escolares le pusieron color al viernes. Actos que reiteran el desfile de empanaderas, vendedores de velas, “damas antiguas” y Frenchs y Berutis en miniatura puestos a repartir escarapelas. Rituales orientados desde siempre a construir identidad, por más que muchas veces las formas coloridas y estereotipadas se impongan sobre el contenido. Está en cada escuela el compromiso para que eso no suceda.

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Lo importante es impregnar a los tucumanos de consciencia histórica, a partir de la certeza de que los caminos de la Revolución de Mayo condujeron -de distintas maneras- a la provincia. Hay un ejemplo poderoso e incuestionable en ese sentido, marcado por el Congreso de 1816. Seis años después del primer esbozo de autogobierno que para estas tierras se trazó en el Cabildo porteño, fue Tucumán el marco de la Jura de la Independencia. Pero hubo mucho más en el camino.

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Y eso que el primer registro relacionado con la visión de un tucumano sobre la Revolución de Mayo fue tajante: se trataba de una “jarana”. Claro, José Manuel Silva -poseedor de una de las principales fortunas de la época- había viajado a Buenos Aires a hacer negocios y semejante escándalo le castigaba el bolsillo. Se desahogó en una carta enviada a su amigo José Gregorio Aráoz, quejándose del “pueblo alborotado” que lo rodeaba. A Silva ni se le ocurrió que la Historia, con mayúsculas, se desarrollaba ante sus ojos. Suele pasar cuando el testigo está atendiendo su propio juego y no se pone en la tarea de mirar el cuadro en su totalidad.

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A Silva se le pasó el mal humor y ya de regreso en Tucumán supo acomodarse al cambio. Su casa, la primera de dos pisos en la capital, se mantiene en pie y alberga hoy el Museo Histórico Nicolás Avellaneda. En sus salones se tejió buena parte de la vida política provincial de las décadas siguientes a 1810, siempre con el anfitrión en el centro de la escena, al punto de que llegó a ser gobernador (1828-1829). Murió en 1848 sin ver concretado el sueño de todo unitario: la caída de Rosas, aunque su revancha post mortem fue legarle al país un nieto llamado Nicolás Avellaneda, futuro presidente de la Nación.

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Esos caminos de la Revolución de Mayo que condujeron a Tucumán encuentran como principal catalizador al Ejército Auxiliar del Perú, popularmente conocido -aunque erróneamente- como Ejército del Norte. En fin, será difícil que alguien se convenza de lo contrario si una avenida tan importante de la ciudad porta el nombre equivocado. La cuestión es que con sus idas y venidas a lo largo de una existencia menor a los 10 años, ya que fue creado en junio de 1810 y se disolvió en enero de 1820, la identificación del Ejército libertador con Tucumán es absoluta. Y eso nos transporta a “la” batalla.

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Otro rumbo

La Revolución de Mayo quedó a salvo el 24 de septiembre de 1812. Se sabe que una derrota de las tropas al mando de Manuel Belgrano le habría dejado pavimentado a Pío Tristán el camino a Buenos Aires, con lo que el proceso independentista hubiera tomado otro rumbo. Fue, sin discusión, la batalla por la libertad más importante que se libró en lo que es hoy la Argentina, teniendo en cuenta que los éxitos de San Martín se concretaron fronteras afuera. Lo ocurrido en torno al Convento de San Lorenzo -elevado con el tiempo a la categoría de “combate”- no fue más que una escaramuza (175 hombres al mando de San Martín contra 200 “realistas”, que eran mayormente milicianos montevideanos). Pero el diseño de la historiografía nacional distribuyó las piezas de otra manera y a Belgrano el país lo celebra mucho más como creador de la bandera que como vencedor de la batalla que decidió el triunfo de la Revolución. De allí que afirmar que Tucumán es la Cuna de la Independencia excede la declaración de 1816: sin la batalla de 1812 difícilmente hubiera existido ese Congreso.

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Esta consciencia histórica está lejos de habitar en el imaginario nacional, donde Tucumán es un spin-off de los hechos del 25 de mayo. Cualquier encuesta revela un desconocimiento descorazonador sobre el protagonismo que le cupo a la provincia en ese viaje hacia la independencia. Y eso que el hilo conductor de la Revolución ubica a sus protagonistas excluyentes en estas tierras.

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- Por Tucumán pasó Juan José Castelli, el orador que inflamaba corazones y para quien, en genial definición de Andrés Rivera, la revolución fue un sueño eterno. Lo recibieron con flores y vítores en su camino a la comandancia del Ejército Auxiliar del Perú. Varios años antes, como una premonición, le había tocado a Mariano Moreno dejar su huella en la ciudad. Fue en 1799, camino a Chuquisaca, a donde se dirigía a estudiar Derecho. Se enfermó en el camino y debió guardar cama en Tucumán durante 15 días.

- A Tucumán llegó el presidente de la Primera Junta, Cornelio Saavedra, también con la misión de hacerse cargo del Ejército, acantonado en Salta tras la durísima derrota de Huaqui. Saavedra realizó ese viaje acompañado por Manuel Felipe Molina, quien se había desempeñado como diputado por Tucumán en la efímera Junta Grande. El de Molina es otro ejemplo de deuda histórica, teniendo en cuenta su valiosa contribución a la Revolución de Mayo y lo poco (o nada) que se lo recuerda.

- Claro que si de figuras ligadas a la provincia y al proceso revolucionario se trata, nada más contundente que lo representado por los padres fundadores Belgrano y San Martín. Si los caminos de mayo de 1810 condujeron a Tucumán, que ambos los hayan desandado a paso resuelto lo dice todo. San Martín permaneció menos tiempo, unos pocos meses, suficientes para elevar el nivel de profesionalismo del Ejército a partir de la construcción de la Ciudadela y de las normas de conducta que le impuso a la tropa. Lo de Belgrano fue distinto: aquí alcanzó la gloria máxima, aquí llegó a convertirse en un vecino más -aunque de los notables, por supuesto- y aquí fue padre de Manuela Mónica, fruto de su relación con Dolores Helguero.

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Declararse independiente le llevó tiempo a aquel país en formación. Hubo numerosos pasos previos, y pese a que todo indicaba que la Asamblea del Año XIII sería el escenario propicio, los planetas recién se alinearían en 1816. Y con ausencias, porque Artigas y los suyos ya habían dado el primer paso el año antes. Nada era fácil para la futura Argentina, al punto de que el futuro inmediato tras el Congreso estaría determinado por extensas y sangrientas guerras civiles. Pero antes hubo una Revolución que abrió caminos, y el principal de ellos condujo al norte, a ese punto neurálgico de la patria llamado Tucumán.

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