Ángeles y demonios en la Babel policial

Ángeles y demonios en la Babel policial

Ángeles y demonios en la Babel policial

Hay hombres buenos y hay hombres malos. Hay otros que están en un difuso límite moral cuyo comportamiento depende de la circunstancia y de las presiones, como en la película “Babel”, llena de grises y malentendidos y donde unos son buenos en un contexto y regulares o malos en otros.

Hay policías buenos y también los hay de los otros, y aunque estos deberían ser los menos, de vez en cuando tienen notoriedad, como parece ser el caso del agente acusado hace una semana de encubrir un robo, usar un auto robado, vender armas y proyectiles, falsificar documentos y dominios de vehículos. “Es importante destacar que esta persona fue instruida para luchar contra el delito, no para que los cometiera”, dijo el fiscal Diego López Ávila en la audiencia para acusar al agente César Maximiliano Pacheco por encubrimiento de robo y venta ilegal de armas y de documentación. Le dictaron prisión preventiva por cuatro meses.

Condenas, accidentes e investigaciones

No es el único caso. Este año estuvo lleno de detalles mayores o menores de agentes de la ley que salieron de ella, se excedieron o se equivocaron. El de Pacheco es grave. También lo ha sido el del jefe de la comisaría de Famaillá, acusado en septiembre a través de Facebook de obligar a los empleados policiales a sacar los repuestos de los vehículos secuestrados para luego venderlos y de tener “arreglos” con un vendedor de drogas, “Cura” Herrera de Baviera. Hay una investigación en curso.

O el caso del comisario Dardo Romano acusado del doble crimen de los productores Orlando y Oscar Moreno, asesinados en 2017 en Tafí del Valle. la fiscalía y la querella pidieron prisión perpetua para Romano en octubre; luego el juicio fue postergado antes del dictado de sentencia. El tribunal ordenó que se vuelva a investigar.

También el caso de los policías Nicolás González Montes de Oca y Mauro Díaz Cáceres, a quienes les redujeron en agosto pasado la pena por la muerte de Facundo Ferreyra, de 12 años, ocurrida en 2018. Habían sido sentenciados a perpetua por el asesinato del niño, que recibió un balazo en la nuca en El Bajo.

O el caso del cabo Walter Gómez, acusado de haber estado manejando alcoholizado el domingo pasado en Romera Pozo y haber causado un accidente mortal en la ruta 9.

Otros episodios que tomaron estado público han dado lugar a debates. El caso de los “inculpables” , dos carreros acusados de un asalto, cuya defensora dijo que uno de ellos fue detenido “solo por un testimonio que fue desmentido”. La fiscalía le dio cierta razón. “La señora (la testigo) nos cortó las llamadas. Por falta de tiempo todavía no pudimos entrevistarnos con ella en persona”. ¿Investigaron bien los policías? Como sea, los acusados recibieron prisión preventiva.

Bien hecho y mal hecho

Otro caso que dio que hablar fue el del héroe que el 2 de diciembre bajó de un cabezazo a un asaltante que le estaba haciendo tiros en Villa 9 de Julio. El agente Martín Christopher dijo que no usó su arma reglamentaria porque había terceros y podían resultar heridos. Los vecinos aplaudieron su heroísmo. “Es para que le den una medalla”, dijo uno. El mismo jefe de Policía, Joaquín Girveau, lo elogió. Muy bien preparado y muy buena decisión.

Pero en todo este episodio hay un pequeño detalle que nadie discutió: en el video se ve que después de que Christopher había ya dominado al asaltante, llegan tres bicipolicías de apoyo y muelen a patadas al delincuente caído y reducido. Alguien dirá que es una infracción menor, pero en realidad se vincula con la preparación que deben tener los agentes frente a situaciones de violencia y tensión.

Una carga tremenda

Y en este sentido hay un caso terrible que conmocionó a Tucumán el 13 de septiembre en avenida América al 1.400. En ese atardecer el oficial Facundo Lencina hizo 12 disparos en medio de mucha gente a dos motociclistas que lo habían asaltado y le habían quitado el celular. Mató a ambos y también al joven estudiante Lucas Delgado, que hacía gimnasia en la vereda. “Quiero pedir perdón a la familia de Lucas... nunca estuvo en mis planes esta situación. Voy a cargar con esto por el resto de mi vida”, dijo en la audiencia del 31 de octubre. El jefe de Policía y el mismo gobernador Osvaldo Jaldo fueron comprensivos con el oficial, aunque el episodio no ha quedado claro: si bien su relato es consistente en cuanto a que parecía que los asaltantes -que tenían un arma de juguete- hacían gestos como para dispararle, hay testigos que dicen que les hizo disparos cuando estaban en el piso. “Uno le hacía gestos al policía para que dejara de disparar, pero el policía se acercó y lo remató de tres disparos”, dijo el hermano de Delgado, según se supo de su declaración en Cámara Gesell.

Sin prácticas

Y está la pregunta: ¿hubo exceso emocional en el agente? ¿Estaba alterado porque le habían robado el celular? ¿Qué práctica tenía con la pistola Jericho que usaba? Según una fuente policial, los policías tucumanos no tienen práctica de tiro. “Antes se enseñaba el doble tap, dos tiros seguidos para la gente que no tiene mucha destreza en el tiro. Después se enseñaba el tiro controlado, pero no hay presupuesto para munición”. Tampoco hay aparatos para prácticas virtuales, como los de la Policía Federal. Nadie dijo si Lencina estaba capacitado con prácticas y emocionalmente, para manejar un arma. “El 13 de septiembre a nosotros nos cambió la vida para siempre. Es una fecha imborrable que él también tendrá que llevar hasta la tumba”, dijo la madre de Delgado en la audiencia.

Normas anacrónicas

Los funcionarios no desconocen que la capacitación en el uso de armas es central. Pero la concepción de la preparación de los agentes y los oficiales es vetusta y se remonta a la ley policial surgida de la dictadura, que los obliga a trabajar con reglas duras y anacrónicas y, sobre todo, con la ley de Contravenciones que está desde hace mucho tiempo declarada inconstitucional. Pero se sigue usando.

También trabajan dentro de una enorme burocracia estatal, guiada no sólo por normativas anticuadas en su mayoría, sino también por deficiencias en el manejo de recursos humanos. Una enorme burocracia oscura, llena de clientelismo, que representa un complejo desafío para controlar y supervisar, enmarcada por una tarea definida como “el mantenimiento del orden público, la seguridad general y la paz social”. Estos conceptos abarcan el control de casi todas las actividades en la sociedad, lo cual les da a los agentes un enorme poder, para el cual deben estar preparados. En esa Babel aprenden a medias su tarea los agentes tucumanos, a veces aconsejados por los ángeles, y otras veces tentados por los demonios.

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