Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

Cada inquilino del Poder Ejecutivo de la Nación tuvo sus célebres anuncios frustrados o truncos, menos Ramón Puerta y Eduardo Camaño, quienes sólo dispusieron de tiempo para entrar y salir del Gobierno. Así como Alfonsín quedó identificado con la mudanza inconclusa de la Capital Federal a la Patagonia, Duhalde pasó a la historia por decir “quien depositó dólares, recibirá dólares”.

Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

Errar es humano tanto como recordar más una promesa incumplida que otra que sí se honró a cabalidad. La palabra quebrada deja una huella formidable. De sobra lo saben los argentinos: el viaje democrático emprendido en 1983 está cargado de anuncios grandilocuentes de la Presidencia de turno y para la hora que luego quedaron en la nada o resultaron mucho menos espectaculares que su formulación discursiva. La tendencia a “prometer imposibles” se acentuó durante el último tiempo, quizá a partir de que el ex presidente Carlos Menem admitiera que decir la verdad no servía para ganar las elecciones. Pero también se pasó de soñar “faraónicamente” a plantear cuestiones básicas como la promesa de “poner asado en la parrilla” y “llenar la heladera” del presidente saliente Alberto Fernández.

Raúl Alfonsín (1983-1989)

No pudo probar los beneficios materiales de la democracia ni consiguió el traslado de la Capital Federal a una locación de la Patagonia

Evaluado con el beneficio del tiempo, Alfonsín fue uno de los mandatarios de este período de cuatro décadas que más honró su palabra desde el punto de vista de la institucionalidad, aunque su promesa de prosperidad general dentro del Estado de derecho encontró límites infranqueables en la indomable economía.  Por algo la cita alfonsinista “con la democracia se come, se cura y se educa” se erigió en un lema que resume las deudas materiales del orden constitucional para con el pueblo argentino. Además, se embarcó en el proyecto irrealizable de trasladar la Capital Federal a Viedma, propuesta que quedó grabada en el imaginario colectivo del federalismo y resurge de tanto en tanto, a menudo con el argumento de la conveniencia de desmembrar Buenos Aires, la llamada “provincia ingobernable”.

Carlos Menem (1989-1999)

Campeón del ilusionismo, quiso hacer una aeroisla artificial y, vía Alsogaray, dijo que en 1.000 días se podría beber agua del Riachuelo

Menem parece imbatible en el arte de prometer proyectos fantasiosos. Su década desborda de anuncios increíbles: no conocía límites la inventiva del mandatario que domó la inflación e introdujo a la Argentina en el capitalismo. Dos promesas llaman la atención en ese repertorio tan rico: la aeroisla y el saneamiento del Riachuelo. La idea de construir un aeropuerto en una isla artificial del Río de la Plata con una inversión cercana a los USD 1.000 millones se mantuvo en pie hasta que el Banco Mundial la descartó, aunque en 1999 todavía había quienes la consideraban una iniciativa excelente, como el ex funcionario Rodolfo Barra. En 1993, la entonces ministra María Julia Alsogaray comunicó que el Gobierno de Menem iba a sanear el Riachuelo, que sigue siendo un río emblemático por su contaminación, hasta el punto de poder beber de él. “Me tiraré a nadar”, había asegurado Alsogaray.

Fernando De la Rúa (1999-2001)

Falló con la que había sido su bandera política tras los excesos y estridencias del menemismo: la promesa de una Argentina aburrida

Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

El spot proselitista lo muestra saltando de la silla con un gesto enérgico. “Dicen que soy aburrido”, masculla De la Rúa. Mira por la ventana de su despacho y agrega: “aburrido… ¿será que no manejo Ferraris? ¿Será para quienes se divierten mientras hay pobreza?.. ¿Será para quienes se divierten con la impunidad?”. De la Rúa se propone como el que va a terminar con “la fiesta para unos pocos”: “viene una Argentina distinta; la Argentina del respeto; la Argentina de las reglas claras; la de la dignidad; la del trabajo, que va a educar a nuestros hijos, que va a proteger a nuestras familias, y que va a encarcelar a los delincuentes y corruptos… A quien esto le aburra, ¡que se vaya!”. Como se sabe, la Argentina de De la Rúa estuvo en las antípodas del aburrimiento: en 2001, el Presidente abandonó el cargo en un helicóptero mientras en las calles tronaba el clamor para que “se vayan todos”.

Ramón Puerta (21 de diciembre-23 de diciembre de 2001)

Tomó posesión del cargo de jefe del Poder Ejecutivo y se dispuso a entregarlo: no tuvo tiempo para hacer anuncios

El peronista Puerta había asumido como presidente provisional del Senado el 29 de noviembre de 2001 para cubrir la vacante generada por la renuncia del vicepresidente Carlos Álvarez. De su paso por la Casa Rosada tras la dimisión de Fernando De la Rúa casi no hay registros. Su tarea presidencial consistió en la convocatoria de la Asamblea Legislativa para que designe a su reemplazante.

Adolfo Rodríguez Saá (23 de diciembre-30 de diciembre de 2001)

Asumió con el mandato de llamar a elecciones, pero se entusiasmó con la Presidencia y hasta anunció una moneda: “el argentino”

El gobernador justicialista de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá, fue electo presidente de la Nación por la Asamblea Legislativa con la misión de convocar a elecciones. Pero Rodríguez Saá tenía otros planes de mando, y, tras prestar juramento, declaró la cesación de pagos de las deudas contraídas por el Estado y, tras rechazar la devaluación y la dolarización, anunció la creación de una moneda alternativa al peso llamada “el argentino”. Horas más tarde, en un encuentro con la CGT, Rodríguez Saá redobla la apuesta y dice que “el argentino”, una moneda que murió antes de nacer por la renuncia de su promotor, iba a ser un bono respaldado con una garantía insólita: los bienes inmuebles de la Nación. “La Casa Rosada, el Congreso, las embajadas en el exterior…”, enumera Rodríguez Saá.

Eduardo Camaño (30 de diciembre de 2001-1 de enero de 2002)

Era titular de la Cámara de Diputados, y sólo alcanzó a recibir el Año Nuevo y a nombrar como jefe de Gabinete a Cafiero

Al igual que el misionero Puerta, Camaño tuvo una presencia fugaz en el Poder Ejecutivo de la Nación. Su “obra de gobierno” consistió en fortalecer el dispositivo de seguridad montado para contener el estallido social que había provocado la renuncia del ex presidente De la Rúa y la salida precipitada de sus reemplazantes, Puerta y Rodríguez Saá. Entre las pocas decisiones que tomó, Camaño se dio el gusto de nombrar a un peronista histórico como Antonio Cafiero en la jefatura de Gabinete.

Eduardo Duhalde (2 de enero de 2002-25 de mayo de 2003)

"Quien puso pesos, recibirá pesos, y quien depositó dólares, recibirá dólares", afirmó inolvidablemente Duhalde

Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

El país ardía y Eduardo Duhalde echó mano de lo que tenía a su alcance para tratar de apagar las llamas. Y lo que tenía más al alcance, como suele suceder, eran palabras. "Quien puso pesos, recibirá pesos, y quien depositó dólares, recibirá dólares", aseguró el mandatario al tomar la brasa del Poder Ejecutivo de la Nación ante una Asamblea Legislativa que lo aplaudía a él como en las semanas anteriores había aclamado a sus antecesores en la Casa Rosada. Aunque la pesificación forzosa de los depósitos ya se avecinaba -estaba en ciernes el popular “corralito”-, Duhalde no se amilanó y el 6 de febrero, cuando el dólar cotizaba por encima de los $ 3 (más del 200% respecto de la convertibilidad), anunció: "vamos a clavar el dólar a $1,60 o $1,70. El que compró dólares a $2,50, va a perder plata".

Néstor Kirchner (2003-2007)

Enunció que promovería una nueva coparticipación federal de impuestos y a combatir el clientelismo, pero “el viento de cola” torció los planes

Cuando el santacruceño Néstor Kirchner llegó al poder tenía una lista larga de tareas por delante: debía diferenciarse de Duhalde; debía conquistar a los peronistas adeptos a Menem; debía seguir saneando la economía; debía legitimar su ínfimo respaldo electoral y debía darse a conocer en sociedad. En esa situación de debilidad, Kirchner se calzó el traje de la institucionalidad y en 2004 dijo que iba a impulsar la ley de coparticipación federal de impuestos adeudada desde 1996, una norma que debía ordenar, equilibrar y racionalizar el traspaso de recursos regido, en muchos sentidos, por las normas de la adhesión política y la discrecionalidad. Kirchner también expresó que erradicaría la relación de los planes sociales con el clientelismo. Pero ambos anhelos fueron abandonados: el período de bonanza económica dio oxígeno al Presidente y este pudo dedicarse a otros planes.

Desde el tren bala hasta la aeroisla: promesas presidenciales jamás cumplidas en los pasados 40 años

Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015)

Los trenes fueron su estandarte y su déficit: nunca hubo servicios de alta velocidad y en Tafí Viejo se quedaron con las manos vacías

En enero de 2008, el Salón Blanco de la Casa Rosada se llenó de entusiasmo por la presentación del proyecto popularmente conocido como “tren bala” que debía cubrir a una velocidad alta la ruta Buenos Aires-Rosario-Córdoba. Fernández de Kirchner tomó el micrófono y apuntó: “es un salto a la modernidad. Y la modernidad es una cuestión absolutamente estratégica”. El proyecto ferroviario nunca pasó de ser una maqueta aunque el servicio llegó a tener una denominación propia, “Cobra”. Algo parecido sucedió con el tren interurbano que iba a unir Tafí Viejo con San Miguel de Tucumán, y que había sido puesto en marcha con bombos y platillos por la propia presidenta Fernández de Kirchner durante una visita al entonces gobernador José Alperovich. Aquel tren apenas rodó una vez y, luego, fue guardado. Algunos años después, pasó a Salta para reemplazar a una formación que había tenido problemas técnicos.

Mauricio Macri (2015-2019)

Quedó atrapado en dos hipérboles de campaña: la certeza de que la inflación “no iba a ser un tema de gobierno” y la consigna “pobreza cero”

Dos eran los caballos de batalla de Macri cuando pedía el voto para llegar a la Presidencia de la Nación: la subestimación del problema de la pérdida de poder adquisitivo de la moneda que se había acelerado al final del segundo mandato de Fernández de Kirchner y la expresión de una posición intolerante con la desigualdad resumida en el eslogan “pobreza cero”. Al final, ambos ejes terminaron minando su gestión presidencial. Por un lado, la inflación se reveló incontrolable a partir de la tormenta cambiaria de 2018, cuando, en medio de la corrida, Macri se vio obligado a volver a pedir un préstamo al Fondo Monetario Internacional. Al momento de solicitar el voto para la reelección, la inflación mensual oscilaba en el 4%. Por el otro, la pobreza aumentó: estaba en el 31,5% al comienzo del mandato de Macri y llegó al 35,5% en el final.

Alberto Fernández (2019-2023)

Aseguró que “iba a poner de pie al país” y a unir a los argentinos, y que tomaría medidas para “poner asado en las parrillas” y “llenar las heladeras”

Una propaganda de la campaña presidencial de Fernández terminó siendo su talón de Aquiles: en ese audiovisual, el Frente de Todos lamentaba que el Gobierno de Macri hubiera quitado a los argentinos hasta la costumbre de comer un asado para “consolarse” por las penurias sufridas. “Hacer un asado era algo más… Para qué laburamos, ¿si no? Lo bueno es que en un tiempo esto va a mejorar. Hay esperanza”, dice el spot. El compromiso de “llenar las heladeras” y “poner asado en las parrillas” fue recurrente en las alocuciones de Fernández, junto a otras metáforas como la idea de “poner al país de pie” y el juramento de que iba a dedicarse a unir a los argentinos. La historia lo desmintió de múltiples maneras, pero el asado es la más elocuente: el kilo costaba $ 290 en diciembre de 2019 mientras que hoy es difícil conseguirlo por menos de $ 1.600.

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