La raíz de todos los comicios

Mañana faltarán, exactamente, 50 días para que los argentinos celebren los comicios presidenciales. Un número que puede parecer eterno cuando hay que sobrellevar los avatares de la crisis económica y social. A la vez, una cifra vertiginosa y efímera a los efectos de una campaña electoral.

Ante la cuenta regresiva, hay una idea determinante para el análisis del escenario proselitista. Más allá de “libritos” y libretos, de “pisos y techos”, de “voto blando, voto duro y voto permeable”, ese concepto sigue dominando las estrategias a la hora de planificar lides en las urnas. Es un elemento ineludible en los “cuartos de guerra” de cada candidato, a la vez que escasamente expuesto puertas afuera. Por un lado, porque es, en sí mismo, el revés de la trama: es la médula del plan. Todo se vertebra a partir de ese punto. Por otra parte, porque lo define una palabra que, oficialmente, no existe en nuestro idioma. No figura en el Diccionario de la Real Academia Española. Es el “clivaje”.

Se trata de una término que proviene del campo de la geología y que designa la propiedad de ciertos minerales para dividirse simétricamente ante una acción mecánica. Por ejemplo, la piedra laja, que ante el golpe del cincel se separa siguiendo la veta. La ciencia política y la sociología se apropiaron del “clivaje” para metaforizar la manera en que los votantes se dividen. El vocablo viene del inglés y equivale a disociación, escisión, fisura, segmentación. En otras palabras, significa “fractura”.

El cincel, en este caso, está dado por la dicotomía principal que plantea cada candidato: “Lo que se define el 22 de octubre es A o B”. Y en esa opción ofrecida se busca una divisoria de aguas que pone a los votantes de un lado o del otro con respecto a las ofertas en pugna. Con el “clivaje” adecuado se puede ganar una elección. Con uno que no lo sea, claro está, se pueden perderlas.

Reparar los “clivajes” que ensayan los tres candidatos más votados en las PASO es un ejercicio válido, en tiempos de crispación (cada vez más gente se define por lo que la indigna) para observar con cierto grado de racionalidad cómo se plantea la pelea por los votos, cómo evoluciona y cómo concluye. Aunque el voto es una decisión emocional, esa emocionalidad se construye con razones.

Pensar los “clivajes” (los que se avisen aquí u otros que cada quien identifique) también combate los discursos de odio. De lo contrario, si todas las lecturas sobre los resultados electorales consisten en que las clases altas son oligarcas, en que las clases medias son traidoras y en que las clases bajas son masoquistas, la democracia cumplirá 40 años sin que sus miembros hayan aprendido algo de ella.

Exploración y fractura

En 1983, el PJ fue a las urnas con el más clásico de los “clivajes” argentinos: “peronismo vs. antiperonismo”. La UCR advirtió, en cambio, que la fractura que dividía en dos a la sociedad era “democracia vs. dictadura”. El símbolo más acabado de la vigencia de los derechos humanos y las garantías del Estado de Derecho es la Constitución. Raúl Alfonsín, por tanto, hizo su campaña bajo el signo del Preámbulo: no convocaba a los votantes en tanto radicales o peronistas, sino como ciudadanos que se reconocían en la vigencia de la Carta Magna. El resultado: por primera vez desde el surgimiento del peronismo, la UCR vencía al PJ en elecciones libres de proscripciones.

En 1989, tras el caos social y la hiperinflación, Carlos Menem, líder indiscutido del PJ tras ganarle la interna a Antonio Cafiero, planteó que sólo el peronismo (encolumnado detrás de sí) podía gobernar el país. “Siganmé, no los voy a defraudar”, arengaba. “Peronismo vs. antiperonismo”.

Durante toda una década funcionó ese “clivaje”. En 1999, la Alianza propuso otro: radicales y peronistas del Frepaso se unieron para horadar una nueva fractura: “corrupción vs. anticorrupción”. Apenas dos años duró el experimento, que estalló con las coimas del Senado y el “corralito”; y que culminó con la renuncia de Fernando de la Rúa, saqueos y muertes en las calles.

En 2003, el peronismo fue “la” opción: al balotaje llegaron dos candidatos del PJ: Menem y Néstor Kirchner. El santacruceño alcanzó esa instancia planteando uno de los “clivajes” fundacionales de los partidos de la modernidad: “centro vs. periferia”. Él, aunque gobernador, se presentaba no como un político (se encargó como pocos de demonizarlos), sino como un “pingüino que viene del sur”.

Curiosamente, Jorge Bergoglio apeló a esa misma divisoria de aguas cuando lo consagraron Papa 10 años después: se presentó como el obispo de Roma que habían ido a buscar “al fin del mundo”. Planteó entonces que había una Iglesia rica, en el centro del poder, distinta que la que él representaba, y que predicaba en las “afueras”. Y pasó a llamarse Francisco.

Cristina Fernández de Kirchner, sobre la base del exitoso mandato de Néstor, puso en juego el mismo “clivaje” en 2007 y en 2011: “continuidad vs. cambio”. Pero hacia el final del segundo mandato, esa “escisión” estaba agotada. Lo advirtió temprano Sergio Massa, en 2013. Logró evitar una polarización entre el kirchnerismo y UNEN (la UCR y el socialista Frente Amplio Progresista) al plantear en esas elecciones de medio término que había que ponerle un freno a Cristina, pero con identidad peronista. Es decir: “peronismo republicano vs. peronismo populista”. Ganó con la “ancha avenida del medio” y buscó reeditarla en 2015. Pero esa vez, el macrismo leyó que el clivaje central era “kirchnerismo / antikirchnerismo”. Hasta el punto de rechazar un acuerdo con Massa porque él tenía pasado “K”. Curiosamente, el macrismo ensayó también “continuidad vs. cambio” con la certeza de que ahora se impondría el cambio. ¿Cómo se llamó el frente? “Cambiemos”. Y ganaron.

En 2019, con inflación y devaluación y pobreza, el macrismo prometía “brotes verdes” en el “segundo semestre” (nunca aclaraban de qué año) para ensayar el “clivaje” de “pasado malo vs. futuro bueno”. Pero el kirchnerismo contrapuso “mal gobierno vs. buen gobierno”. Y así fue como Alberto Fernández y Cristina Kirchner resultaron electos Presidente y Vicepresidenta de la Nación.

Claridad y bipolaridad

¿Por qué la peronista Unión por la Patria y el macrista Juntos por el Cambio, con tanta experiencia en “clivajes”, no se impusieron en las PASO? En la lectura de estas “fisuras” asoma una razón.

En primer lugar, porque sus “fracturas” no son del todo claras. Les falta (apelando a la metáfora geológica) profundidad. Patricia Bullrich comenzó proponiendo “orden vs. caos”. En definitiva, su papel como ministra de Seguridad de Cambiemos la trajo hasta su candidatura presidencial. Y buscó proyectar esa dicotomía a todos los órdenes. Pero no alcanzó para ser la más votada. Ayer presentó a Carlos Melconian como su eventual ministro de Economía. Acaso lo que venga sea el ensayo de un “clivaje” económico. Buena parte de las angustias colectivas, hoy, están hechas de esa materia.

El peronismo arrancó temprano en el año defendiendo su política económica con el “clivaje” de “peronismo vs. derecha”. Pero a mediados de año consagró como candidato presidencial a Massa, quien en su amplio álbum de fotos no tiene, precisamente, un retrato luciendo barba y boina calada. Al oficialismo, que según la semana culpa a Javier Milei de promover saqueos, pero después le agradece su apoyo ante el FMI para demonizar a Bullrich, le urge un “clivaje”. Y, sobre todo, claridad. En los últimos días empezó a apostar por “gobernabilidad vs. ingobernabilidad”. Pero no tiene la exclusividad de esa fisura: Juntos por el Cambio también martilla en esa disociación.

En medio de unos y otros, La Libertad Avanza si planteó un “clivaje” específico y nítido. A la vez, completamente rupturista. Todos las “fracturas” enumeradas aquí son, en definitiva, bipolaridades sobre un mismo plano. Milei, por el contrario, cambió esa lógica. Le apunta, es obvio, a los excesos de la clase política: a la “casta”. Pero a cambio no propone decencia. Ni habla de honestidad. Su “clivaje” es “corrupción vs. castigo”. Y sin fiscales, siquiera, terminó primero en las primarias.

Cadenas y matrices

Las divisorias de aguas sirven para construir cadenas de significación. Es decir, para generar representación. Son, usualmente, “cadenas de daño”. Es decir, el “clivaje” busca poner, del lado del candidato que lo martilla, a la mayor cantidad de personas afectadas por un gobierno, por una ideología, por una política de Estado, o por todo ello en simultáneo.

Juntos por el Cambio, entonces, planteó que el “modelo K” es lo que más afecta a los argentinos. Unión por la Patria responsabiliza de eso al endeudamiento externo contraído por el macrismo. Milei dice que “la casta corrupta” nos trajo hasta aquí. Quien más votos consiguió (quien logró que más votantes se sientan representados) fue el libertario. Léase: quien construye la cadena de representación más larga, quien consigue más eslabones para su “cadena de daño”, gana la partida.

En todo caso, ahí está el verdadero fallo de las encuestas. Cada vez más gente define el voto en los instantes previos a sufragar, de modo que pedirles predicciones de resultados es baladí. Para lo que sirven, en realidad, es para definir estrategias de campaña. Para “leer” el humor social. Para identificar los valores más tenidos en cuenta en una coyuntura. Es decir, para identificar “clivajes”.

Todas dieron la economía y la inseguridad como primeros problemas, y subestimaron la corrupción. En los sondeos, desde hace años, la corrupción está en el podio de las “principales preocupaciones”, y última entre las “razones para definir el voto”. Así que se naturalizó esa dinámica, sin tener en cuenta una cuestión: la corrupción importa poco cuando no hay crisis. Ahora, crisis es lo que sobra.

A pura inflación y devaluación, ese antiguo “clivaje” de “mejor malo conocido que bueno por conocer” está fracasando. Incluso si se alterara el orden de los adjetivos, o si se los eliminara, los “conocido” pierde terreno frente a lo opuesto: lo que aún se debe “conocer”.

Queda medio centenar de días para excavar hasta la matriz: ¿Qué está en juego para los argentinos?

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