25 Jul 2021
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Imagen ilustrativa

El matrimonio es una institución universal y muy antigua (basta decir que ya en la Biblia hay diversas referencias a “bodas”). Y sí, es verdad, hoy en día la gente se casa cada vez menos. Pero también es cierto que todavía muchas personas siguen eligiendo este camino -civil y/o religioso- para sellar la decisión de un compromiso estable, de vínculo exclusivo, a largo plazo… quizás hasta que la muerte los separe.

El sexo ocupa un lugar protagónico en el matrimonio. En particular en Occidente, la expectativa tradicional ha sido que todo el sexo ocurra dentro de éste. Por eso, más allá de los cambios y de cuánto se han relajado los mandatos y prohibiciones en torno a la sexualidad, un porcentaje significativo de personas sigue aceptando moverse en los límites de este parámetro, apostando a ese acuerdo de exclusividad. 

Variantes y dificultades

En nuestra cultura tenemos las variantes más tradicionales (marido, esposa e hijos) y otras más modernas, como aquellas que forman una familia ensamblada (cuando una o ambas partes de la pareja viene de una relación con hijos) o las constituidas por personas del mismo sexo, gracias a nuestra ley de matrimonio igualitario (también sujetas, desde luego, a los “ensambles” posteriores). Existen formas alternativas de matrimonio que comprenden otros estilos de vida familiar, como los grupos de vida comunitaria, en que jóvenes familias comparten sus recursos y labores tales como la producción de alimentos, las tareas domésticas y el cuidado infantil. Algunas de estas comunidades incluyen el sexo libre entre sus miembros.

La sexualidad de las parejas casadas cambia con el tiempo. Puede atravesar períodos difíciles al principio y mejorar con el correr de los años. También puede ir empobreciéndose a medida que comienzan a compartirse los problemas de la cotidianeidad y éstos tienden a ocupar el lugar del sexo. El deseo sexual se ve afectado por diversos factores: la rutina de todos los días, las demandas laborales y familiares, el estrés, el cansancio, el paso del tiempo, el cuerpo conocido y sin sorpresas -por nombrar lo más evidente- pueden conducir a actuar de manera predecible y automática. No caer en esta inercia requiere una toma de conciencia, una energía puesta en el vínculo, en el otro, en el encuentro. De lo contrario, mantener una relación monogámica durante muchos años… se hará muy difícil.

¿Un contrato renovable?

A menudo se confunde lo que es un contrato matrimonial con el amor. ¿Realmente es posible prometerle a alguien amarlo/a durante toda la vida? Es más bien un acto de fe, una expresión de deseo. No hace falta aclarar que, en los hechos, esto no siempre se cumple. Y va más allá de las intenciones: nuestras elecciones pueden cambiar, conforme nosotros mismos también lo hacemos (ni qué hablar cuando ocurrieron de muy jóvenes). En un intento de abordar esto, cada tanto aparecen noticias de iniciativas en algunos países que buscan instituir los contratos matrimoniales renovables. Las propuestas específicas varían en la letra chica, pero la idea esencial es la del matrimonio como un contrato por tiempo limitado –por ejemplo, cinco años- con opción a renovarse con el consentimiento de ambas partes.


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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.