Estereotipos sexuales

01 Nov 2014
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Se llaman “estereotipos sexuales” o “estereotipos de género” a las ideas simplificadoras y por lo tanto erróneas, que se pronuncian de manera categórica acerca de los rasgos, conductas y actitudes que definen a varones y mujeres. A pesar de la revolución sexual de los 60 y del movimiento de liberación femenina, nuestra cultura aún sostiene, desde múltiples discursos, estas creencias. Lo cual se traduce en una serie de expectativas y mandatos acerca de lo que se considera “femenino” y “masculino”.

A las mujeres, el estereotipo tradicional nos define como solícitas, sociables, ansiosas y dependientes. Y naturalmente dotadas para las tareas domésticas y rutinarias, incluido el cuidado de los hijos. Nos identifica además como irracionales, caprichosas, cambiantes, indecisas e “histéricas”. Con necesidades sexuales menos acuciantes que las de los hombres, una autoestima más baja y, en términos generales, débiles. Más “auditivas” que visuales (“a las mujeres no les atrae la pornografía”), sugestionables e influenciables por las opiniones ajenas (aunque también, manipuladoras expertas).

Los varones, en cambio, deben ser seguros de sí mismos, activos, competitivos, independientes, dominantes. Decididos, fríos y controlados. El modelo imperante los considera biológicamente superiores, más fuertes y creativos (aunque menos hábiles en lo social), con mayor estabilidad en sus emociones y con una gran capacidad sexual. También se los asocia con la agresividad y la violencia como modo de resolver conflictos (se han esgrimido hasta razones de orden biológico en este sentido). Y con los impulsos congénitos de lanzarse siempre que puedan a la conquista sexual y de no mostrar signos de femineidad (“los hombres no lloran”).

Construcción

Los estereotipos sexuales se encuentran fuertemente arraigados porque su construcción es un proceso lento que moldea de modo sutil pero firme nuestra manera de interpretar la realidad. Así, durante siglos hemos asumido sin cuestionar ciertos roles y conductas, muy diferenciados, como esperables y apropiados para los varones y las mujeres. Y, si bien puede decirse que al respecto hemos evolucionado mucho en las últimas décadas, la sexualidad sigue siendo una de las dimensiones más contaminadas por la falacia de los estereotipos (la doble moral, por ejemplo, sigue vigente en muchísimas personas).

Se trata de una construcción que se realiza en cada uno de nosotros muy tempranamente, a través de diferentes vías. La familia en primer lugar, que reproduce el discurso de sus grupos de pertenencia y de su cultura, comunicando de muchas maneras lo que se espera de una niña o de un niño (una de ellas, a través de los juguetes y los juegos que se promueven según sea cada caso). Más tarde, la escuela adquiere un gran protagonismo en esta elaboración. Pero en todo momento, los medios de comunicación constituyen tal vez el factor de mayor peso, sobre todo en la actualidad.

Los estereotipos sexuales o de género no sólo reflejan creencias u opiniones ampliamente extendidas sino que, a modo de círculo vicioso o profecía autocumplida, las alimentan. Por eso es importante revisar y ahondar en nuestra concepción de lo femenino y masculino. Solo así podremos tomar conciencia de las veces en que caemos presos, hasta por inercia, de prejuicios capaces de empobrecer nuestras experiencias.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.