16 Ago 2020
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Tonificadas

Arnold Kegel, destacado ginecólogo de Los Ángeles, desarrolló en los años 40 unos ejercicios -que llevan su nombre- para tratar la incontinencia urinaria de sus pacientes. No tardó en advertirse que éstos también reportaban beneficios en el plano erótico: fortalecer y tonificar la musculatura pubocoxígea -la que se extiende desde la base de la columna hasta el hueso pélvico, rodeando la vagina- derivaba en efectos positivos a nivel sexual. Porque son los mismos músculos que se contraen al momento del orgasmo. 
En tiempos pasados, las mujeres de Abisinia -reino africano que abarcaba los actuales territorios de Etiopía y Eritrea- eran famosas por la agilidad de sus músculos vaginales. Podían conducir al hombre al orgasmo poniéndose a horcajadas sobre él, moviendo esta musculatura y haciendo al mismo tiempo una suerte de danza del vientre. Esta práctica se conocía como kabazzah (cuya traducción en árabe sería algo así como “poseedora”). No es raro que las concubinas abisinias fuesen tres veces más apreciadas que el resto. El término aplicado a esta técnica en Occidente es cassenoisette (en francés, “cascanueces”). 
Una vagina “entrenada” parece ser también el secreto del “ping-pong” a menudo exhibido en los bares de Bangkok, donde mujeres expulsan rítmicamente de su vagina las pelotitas blancas. Otros trucos legendarios incluyen un pequeño concierto de armónica, beber algunos tragos de whisky y hasta pelar una banana.

Penis captivus

Supuestamente, los músculos de la vagina pueden ejercen tal presión sobre el pene que éste no pueda salir de ella. Este fenómeno, resultado de espasmos persistentes e involuntarios en la mujer, se conoce como penis captivus. Una condición tan inusual y dudosamente documentada, que la comunidad médica se ha inclinado por restarle veracidad. De cualquier manera, ha dado lugar a diversos mitos urbanos y supuestas anécdotas de “abotonamiento”.
Geoffroy IV de Tour-Landry, escritor francés del siglo XIV, registró el caso de un soldado cuyo miembro quedó cautivo de su amada en pleno coito al estilo perro, nada menos que en una iglesia. Atrapado, permaneció una noche entera en esa situación. Al día siguiente, la pareja se convirtió en una especie de atracción turística, hasta que las tropas entraron al templo para solicitarles que “pusieran fin a semejante espectáculo”. Al final, los amantes lograron separarse pero, según la crónica, se les impuso una severa penitencia que duró tres semanas.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.