02 Ago 2020
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La secretaria

Las prácticas sadomasoquistas se pierden en el origen de los tiempos. Ya el Kama Sutra dedica todo un capítulo a los amantes de azotar al prójimo, e incluso describe el sonido que debe producir cada latigazo. También contiene advertencias acerca del uso de ciertos instrumentos como las cuñas, las tijeras, las pinzas y las agujas.
Curiosamente, según consigna el autor británico Stephen Arnott en su libro “Sexo, manual del usuario”, fueron los ingleses quienes, históricamente, estuvieron a la cabecera de la fama de sadomasoquistas. Tanto es así que en Europa la flagelación solía recibir el nombre de “vicio inglés” y muchos prostíbulos contaban con una “habitación inglesa”, equipada como una mazmorra. Sin embargo, el sadomasoquismo y la humillación están extendidos por todo el mundo y, de hecho, los términos “sadismo” y “masoquismo” no provienen de las islas británicas sino del continente europeo.

Sade y Sacher-Masoch

La historia del marqués de Sade (1740-1814) es conocida: comenzó su carrera secuestrando y torturando a una joven a fin de probar un bálsamo cicatrizante de su invención. Luego, sus andanzas siguieron con la introducción de bombones condimentados con mosca española en un banquete, la fuga tras raptar a la hermana de su esposa y el secuestro y la violación de numerosas vírgenes. Fue encarcelado en la Bastilla y más tarde ingresado en un manicomio, donde escribió su obra más famosa: “Los 120 días de Sodoma”, en la que se enumeran unas seis mil perversiones, muchas de las cuales incluyen la dominación sexual violenta, la cual se ganó así el nombre de “sadismo”.
El término “masoquismo” fue utilizado por primera vez por un científico austríaco, Richard von Krafft-Ebing, en su obra “Psycopathia Sexualis” (1886). Éste hizo derivar el término de un escritor de éxito -también austríaco-: el caballero Leopold von Sacher-Masoch, quien publicó sus fantasías sexuales. En su primera obra erótica, “La Venus de las pieles”, una mujer vestida con pieles le hacía “marcar el paso” a su amante desgraciado. Al parecer, Sacher-Masoch en la vida real se empeñó en que su esposa se comportase igual que la heroína de su novela e incluso la obligaba a mantener relaciones sexuales con otros hombres. Todo aquello resultó demasiado para la señora Sacher-Masoch, quien, embarazada, acabó por abandonarlo.

Flageladores victorianos

Dicen que la emperatriz Catalina la Grande y el poeta Algernon Swinburne eran adeptos a las palizas. De hecho en la época victoriana se publicaron muchos libros y panfletos sobre el tema, tales como “La alegre orden de santa Brígida”, “El romance del castigo” y “Conferencia experimental”, escrita por Charles Carrington bajo el seudónimo “Coronel Spanker” (perfecto apellido: en inglés significa “azotador”). Y es que este período está repleto de famosos flageladores. Una de las que alcanzó su mayor gloria fue Theresa Berkley, una prostituta londinense, experta en manejar con las manos diversos instrumentos. Guardaba los bastones en agua para que la madera se conservara dúctil y decoraba su salón con jarrones colmados de ortigas frescas. Theresa inventó el “caballo de Berkley”, un artefacto –que le hizo ganar fortunas- en el que la víctima se ponía en posición de castigo, pero permitiendo un fácil acceso a su cara y sus genitales.

El informe Kinsey

En 1953 Kinsey afirmó que la “algofilia”, o excitación sexual ocasionada por el dolor, no era para nada infrecuente. Su revelador informe señaló que una de cada dos personas se sentía estimulada después de haber recibido un castigo físico. Años más tarde, otra fuente estadounidense aseguró que el 17% de la población del país practicaba alguna forma de actividad sadomasoquista.
Contrario a lo que muchos piensan, el sadomasoquismo no se trata sólo de humillaciones y palizas. Aquí es igualmente importante el componente psicológico, según el cual una persona es sometida por otra que hace las veces de amo/a (un vínculo muy bien retratado en la icónica película “La secretaria”, con Maggie Gyllenhaal y James Spader de protagonistas). De hecho, estas relaciones pueden ser enteramente psicológicas, aunque por lo general se intensifican mediante prácticas corporales, incluidas las sexuales.


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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.