El oso blanco

19 Jul 2020
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El oso blanco

En la década de los ochenta, Daniel Wegner, psicólogo social estadounidense y profesor de psicología en la Universidad de Harvard, realizó su conocida investigación acerca de la supresión de pensamientos. Pidió a un grupo de voluntarios que durante cinco minutos fueran expresando en voz alta todo lo que se les pasara por la cabeza, pero evitando con todas sus fuerzas pensar en un oso blanco. Luego les pidió volver a exponer por cinco minutos cualquier pensamiento, pero sin necesidad de inhibir el del oso blanco. En ambos casos debían tocar una campana cada vez que dijeran o pensaran en el animal. Wegner repitió el mismo proceso con un grupo idéntico de estudiantes, pero invirtiendo el orden de las instrucciones.
Al comparar los resultados, observó algo muy destacable: en los estudiantes que habían hecho primero el esfuerzo de suprimir los pensamientos sobre el oso blanco, cuando después podían pensar libremente en lo que quisieran, el oso aparecía de manera mucho más reiterada que en el segundo grupo antes de la inhibición. La conclusión era obvia: intentar suprimir un pensamiento hace que reaparezca con más fuerza. Un experimento que se ha replicado varias veces en diferentes contextos y se cree que puede ser uno de los mecanismos involucrados en la generación de obsesiones.

¿Y en el sexo?

Interesada en ver qué ocurría en este sentido con las fantasías sexuales, la investigadora Laura Sánchez Sánchez de la Universidad de Almería convocó a 80 voluntarios y les pidió a la mitad de ellos que eligieran una palabra asociada a una práctica sexual que consideraran “adecuada” y a la otra mitad una “inadecuada”. Entonces les indicó a todos que crearan una fantasía sexual a partir de esa palabra, y que pensaran en ella durante un par de minutos. Pasado este tiempo les hizo realizar una tarea de distracción y a continuación la mitad de cada grupo recibió la instrucción de suprimir cualquier pensamiento relacionado con la fantasía sexual mientras que la otra mitad debía concentrarse en ella. Posteriormente, pasó un test de asociación de palabras para detectar cuán presente estaba esta fantasía en sus mentes. 
Los resultados indicaron que efectivamente en todas las condiciones existía este “efecto rebote” que mostraba que intentar inhibir una fantasía hacía que apareciera con más frecuencia después. Pero, además, comparó el efecto de palabras sexuales y no sexuales y vio que el “rebote” era significativamente mayor en las sexuales: intentar suprimir un deseo sexual nos genera más obsesión que intentar inhibir otros placeres.
Estudios más amplios posteriores demostraron que el esfuerzo de suprimir fantasías supuestamente “inadecuadas” genera más efecto rebote que las “adecuadas” (una calificación que, desde luego, puede variar de acuerdo a la persona). Incluso los escáneres utilizados para analizar la activación de áreas cerebrales confirman que, aunque parezca paradójico, si pasamos cinco minutos esforzándonos en suprimir una fantasía sexual aparecerá después más veces en nuestra mente que si pasamos cinco minutos concentrándonos en ella. 
Al referirse a estas cuestiones, el divulgador científico Pere Estupinyà afirma -y con razón- que estos estudios, en el aspecto más cotidiano, nos sugieren que la mejor estrategia si queremos quitarnos algo de la cabeza es dejar que aparezca y desaparezca y no intentar concentrarnos en suprimirlo. También refuerzan, es evidente, la idea de que en nuestro inconciente lo sexual tiene más fuerza que lo neutro y lo “incorrecto” que lo correcto. Por lo mismo, quizás debemos asumir que intentar controlar nuestra mente es mucho más difícil que controlar nuestros actos, y que, como dice Estupinyà, “deberíamos ser más condescendientes con nuestro judeocristiano ‘no pecarás de pensamiento, palabra, obra y omisión’. Sobre el primero podemos darnos por vencidos, y si no lo hacemos, nos arriesgamos a aumentar los dos siguientes”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.