Transexuales de otros tiempos II

29 Ene 2020
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El Chevalier D’Éon

La aceptación e integración social de las personas transexuales tuvo su derrotero a lo largo de la historia. Un camino no exento de tragedias, con avances y retrocesos, en la lucha por la despatologización y por el acceso a los derechos humanos más básicos. Lucha que desde luego continúa hasta hoy, por más que en muchos países –como el nuestro- exista una ley que reconoce el derecho de todas las personas a ser tratadas según su identidad de género autopercibida. 
Si nos remontamos bien lejos en el tiempo, el Antiguo Testamento y su prohibición explícita del travestismo –“Las mujeres no han de usar lo que pertenece a un hombre, ni un hombre debe lucir adornos femeninos: ambas cosas son abominaciones ante el Señor nuestro Dios”-, tiñieron el pensamiento occidental durante la Edad Media, época en que el castigo a travestis y transexuales era muy severo.
Al respecto, el investigador británico Sephen Arnott refiere que, a mediados del siglo XV, una transexual morisca conocida como Bárbara la Española fue detenida en Roma y exhibida por las calles con las vestiduras rasgadas, a fin de dejar al descubierto sus genitales. Después, la trasladó a la plaza Campo dei Fiori un delegado de la ciudad que llevaba un par de testículos colgados de una estaca (pertenecían a un judío a quien se había sorprendido mientras mantenía relaciones con una cristiana). Por último, a Bárbara se le dio garrote y se la quemó en la vía pública. El tema, producto de la ignorancia, el miedo y la crueldad, configuró otra forma de Inquisición. 

Una excentricidad

En épocas posteriores, el travestismo se consideró, en cambio, una excentricidad. Un ejemplo famoso fue el de Lord Cornbury, gobernador de Nueva York y Nueva Jersey a principios del siglo XVIII, quien vestía a menudo como una mujer. Según Cornbury, su travestismo se debía a un voto que había hecho y afirmaba además que lucía esas prendas en honor a la Reina Ana, su prima y cabeza del gobierno que representaba.
Pero quizás uno de los casos más famosos de ese período fue el de Charles de Beaumont (1728-1810), también conocido como Chevalier D’Éon. Nacido en Francia, comenzó su carrera como soldado y fue luego espía al servicio de su país. Según algunos informes, el caballero llevó a cabo muchas misiones secretas en Rusia vestido de dama. Pero, tras asegurarse un puesto en la diplomacia londinense, comenzaron a circular rumores de que era una mujer que se hacía pasar por hombre. Dichos rumores se vieron alimentados por el desinterés que D’Éon había demostrado siempre por el sexo opuesto y por su nutrida colección de literatura feminista. El pueblo comenzó a apostar acerca de cuál era la verdad. La situación llegó a ser tan embarazosa para los franceses que el rey Luis XVI ordenó a D’Éon que volviera a Francia. El Chevalier se opuso y extorsionó a la corona francesa para que le asignara una pensión. A cambio, firmó una declaración en la que afirmaba ser una mujer y juraba que no haría sino usar ropas femeninas. Y así lo hizo durante más de treinta años, viviendo en Londres como una aristócrata, Mademoiselle Beaumont. Al morir, en 1811, a la edad de 81 años, los médicos que certificaron su deceso –junto con más de diez testigos- despejaron el enigma: D’Éon –obviamente de acuerdo a los cánones de la época- “había sido un hombre” durante toda su larga vida.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.