Las dudas de Darwin

05 May 2019
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Emma Wedgwood y Charles Darwin

¿Quién no ha recurrido a una “lista” para ordenar, frente a alguna alternativa dada,  los pensamientos? A veces la hacemos mentalmente, otras necesitamos volcarla por escrito, para después repasarla y así aclarar nuestras dudas. 
Algo de esto le ocurría a Charles Darwin cuando consideró la posibilidad de casarse, en abril de 1838. En el reverso de la carta de un amigo, un no tan joven Darwin -tenía 29 años- desplegó una lista de las ventajas y desventajas de contraer –o no- matrimonio (la cual integra la numerosa correspondencia que publicó su hijo Francis hace más de un siglo).

La lista

En cuanto a las ventajas de casarse, el naturalista inglés detalló, en primer lugar, “hijos” (“Dios mediante”), una compañera constante “y amiga en la vejez”, que se sienta “interesada en uno”. Tener un objeto de amor y alguien con quien jugar (“mejor que un perro en cualquier caso”); un hogar y alguien que se ocupe de la casa. Destacó “los encantos de la música y la conversación femenina”. Pero, si bien por un lado eran todas “cosas buenas para la salud”… no dejaba de ser “una terrible pérdida de tiempo”, que incluía la obligación de visitar y recibir visitas y el no poder leer por las noches. Habría “menos dinero para comprar libros” y la necesidad de trabajar más si eran muchos los hijos (lo cual “por otro lado, es malo para la salud”).
La columna de “no casarme” estaba encabezada por la “libertad para ir adonde quiera” y la posibilidad de “reducir al mínimo la vida social”. Tener conversaciones con hombres inteligentes en los clubes y no estar obligado a “visitar a parientes ni a ceder en toda clase de pequeñeces”. Se evitarían “los gastos y la ansiedad que causan los niños”. Pero, sin una esposa, acechaba el peligro de “volverse ocioso y engordar”.

La decisión

El creador de la teoría de la evolución terminó por concluir que “queda demostrado” que lo mejor es casarse: “Dios mío, es intolerable pensar en pasar toda la vida como una abeja obrera, trabajando y trabajando, al final para nada. (…) viviendo solitario en una casa sucia y llena de humo en el viejo Londres”. Mucho más amable se le ofrecía la visión de “una hermosa y dulce esposa en un sofá, frente a un buen fuego, con libros y tal vez con música”. 
Seis meses después de escribir la curiosa lista, Charles Darwin se casó con Emma Wedgwood, su prima. Tuvieron diez hijos y permanecieron juntos durante más de cuarenta años, hasta la muerte del científico en 1882.
En una de sus cartas a Emma, una semana antes de la boda, Darwin escribió: “Creo que me humanizarás y no tardarás en enseñarme que existe una felicidad superior a la de elaborar teorías y reunir datos en silencio y en soledad”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.