Antiafrodisíacos

17 Nov 2018
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Antiafrodisíacos

Desde tiempo inmemorial y en todas las culturas se observa una creencia arraigada en los llamados “afrodisíacos”: alimentos, recetas, pociones, amuletos y conjuros que prometen mejorar la vida sexual. Ya sea incrementando el deseo, la potencia y el placer, o bien curando disfunciones. Simétricamente y como contrapartida, siempre existieron procedimientos empleados con el objetivo contrario: los llamados “antiafrodisíacos” o “anafrodisíacos”.

En el antiguo Egipto, una de las maldiciones más temidas era la que sentenciaba la virilidad de un hombre a transformarse en rocío cuando estuviera frente a la persona amada. Un encantamiento europeo de esta índole requería colocar un trocito de verbena en la almohada del varón. Como resultado, le sería totalmente imposible tener una erección en un período de siete días.

En otras épocas, muchos de los que perdían su potencia sexual se lo achacaban a brujas locales. Incluso había quienes creían que ellas robaban penes y los colocaban en cestas alrededor de las cuales saltaban y bailaban.

Refrenar el deseo

Muchas personas, en especial las religiosas, han buscado formas de refrenar el deseo. El científico y escritor latino Plinio el Viejo –quien moriría en la famosa erupción del Vesubio- guardaba bastantes anafrodisíacos en la manga, como linimentos fabricados con excrementos de ratón, serpiente o paloma, disueltos en aceite y vino. Otros procedimientos requerían la sangre de un toro, que debía ser frotada en la espalda de la mujer.

Años después, Petrus Hispanus -el médico de Juan XXI- dictaminó que una excesiva apetencia de placer podía curarse atando los testículos con un tallo de cicuta o mediante un baño en aceite de alcanfor. Otras curas de la época consistían en comer raíces de lirio, remedio muy común entre frailes y monjas.

La lechuga también tenía fama de aplacar el deseo. Dioscórides, el célebre médico griego que practicara su arte en la Roma de Nerón, declaró que este alimento “ataja los sueños y reprime el desordenado apetito de fornicar”. Por algo se contaba que Venus, al morir Adonis, “apagó sus frustraciones en un tálamo de lechuga”.

Desayuno casto

Mucho más acá en el tiempo, dicen que la gran industria de los cereales -que logró imponerse en el desayuno de los norteamericanos- tenía originalmente la intención de moderar el impulso sexual, como una opción suave y vegetariana que desplazara a los excitantes huevos con tocino. Al igual que el pan Graham –alto en fibra, elaborado con harina de trigo no tamizada-, inventado por el ministro presbiteriano estadounidense Sylvester Graham.

Otro supuesto anafrodisíaco es el café, pero las pruebas son contradictorias: al parecer actúa como estimulante bebido en pequeñas dosis pero, en grandes cantidades, estimula la producción de cortisol -la llamada “hormona del estrés”-, lo que afecta negativamente el impulso sexual.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.