La experiencia del sexo

04 Feb 2018
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Los occidentales otorgamos a lo mental una importancia superlativa. Basta ver, por ejemplo, el criterio con el que se eligen los abanderados en las escuelas y en las universidades: basado en las calificaciones, las cuales son el resultado de evaluaciones que implican memorizar, razonar, realizar operaciones, etcétera. En una palabra, basado en procesos mentales. No importa si el que lleva la bandera no da muestras de solidaridad o empatía con sus compañeros… tener el promedio más alto lo hace ser el “mejor” desde nuestro modelo educativo. Eso es lo que ocurre, al menos, en la inmensa mayoría de las instituciones.

Sin embargo, más allá de esta verdadera devoción que profesamos por lo racional -muchas veces justificada, desde luego- es innegable que también existe todo un registro de potencialidades y experiencias, ciertamente difíciles de transmitir por esa vía y expresar con palabras.

Es más, suelen ser las vivencias más intensas y significativas: una experiencia iniciática, el atisbo de lo divino, el sentimiento de estar unido a todo, un instante de plenitud, el amor… el orgasmo.

Avalanchas

¿Cómo explicar con palabras la experiencia del orgasmo? León Gindin, sexólogo argentino, fallecido hace poco, en su libro “La nueva sexualidad de la mujer”, recoge una serie de descripciones -una suerte de acertijo invita al lector a adivinar cuáles testimonios corresponden a mujeres y cuáles a varones- de lo que se siente al tener un orgasmo:

“Es como una avalancha de placer que se derrumba sobre mí, o como una comida ligera y refrescante, satisfactoria de momento, hasta que al poco tiempo vuelvo a estar a punto”.

“A veces me parece que me precipito al vacío en caída libre y otras tengo la impresión de que mi cuerpo es una gran orquesta que interpreta un gran crescendo”.

“Regocijo, alegría alborozada, me siento como un globo hinchado que en vez de estallar me inunda de una enorme ola de felicidad y de sentimientos que pasan por mí como una exhalación”.

“Soy como el tapón de una botella de champán en el momento de descorcharla”.

“Es como un salto de palanca amplificado muchas veces: primero percibo la tensión de los músculos, después salto y me precipito a un lago de aguas frías, me siento en suspensión y contengo el aliento, hasta que finalmente todo el cuerpo se distiende y noto un hormigueo general”.

“Un torrente de calor me va de los pies a la cabeza, acompañado de un fuerte ritmo palpitante; después todo se calma, como en un crepúsculo rosado”.

Es interesante cómo las personas recurren a imágenes de todo tipo para intentar acercarse a una experiencia tan difícil de relatar.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.