Anatomía sexual femenina
11 Ene 2014
La dificultad de las mujeres para referirse abiertamente a sus órganos genitales se traduce, desde tiempo inmemorial, en la utilización de toda una serie de términos eufemísticos. En muchas culturas -incluida la nuestra- no sólo abundan las expresiones curiosas e imprecisas al respecto, sino también las connotaciones negativas. Un claro ejemplo son las palabras del célebre médico francés Andrés Du Laurens, facultativo de la corte del rey Enrique IV: “¿Cómo puede ese animal divino que es el hombre sentirse atraído por esas partes femeninas sucias y fangosas colocadas en la zona más baja del tronco?”.
Por supuesto que en contraste con esta desvalorización, otras visiones han manifestado, con creces, absolutamente lo contrario frente al sexo de la mujer. Es el caso de la concepción taoísta, autora de exaltadas metáforas para aludir a los genitales femeninos: “perla”, “crisol”, “fénix”, “loto”, “puerta de Jade”, “valle de la alegría”, “sendero del yin”, “palacio celestial”, “pequeño arroyo”, “gruta del placer”, “tarro de miel”, “aposento misterioso”, “noble portal”, entre muchas otras. Lo mismo ocurre con el término “yoni”, utilizado en el Tantra para referirse a la vagina. De origen sánscrito, esta palabra remite al amor, al respeto e incluso a una actitud devocional: literalmente significa “espacio sagrado” o “templo sagrado”.
Un antecedente más moderno de la celebración de la genitalidad femenina es la famosa obra teatral “Monólogos de la vagina”, escrita por la norteamericana Eve Ensler. En ella se encadenan una serie de historias donde la vagina “habla” desde diferentes experiencias: las relaciones sexuales, el orgasmo, la masturbación, la menstruación, el parto, la violación, la circuncisión femenina. Traducida a varios idiomas, esta pieza sigue exponiéndose a lo largo y ancho del mundo, convertida en un ícono del feminismo y de la lucha contra la violencia de género.
Las cosas por su nombre
Los genitales femeninos se dividen en internos (conducto vaginal, cuello uterino, útero, trompas de Falopio y ovarios), y externos (diferentes partes de un todo denominado “vulva”). Los primeros están directamente relacionados con la reproducción, y los segundos con el placer sexual. Sin embargo, todo el sistema se encuentra comprometido con el goce: durante el orgasmo se producen contracciones uterinas, por ejemplo.
El canal vaginal -según cierto criterio, también parte de los genitales externos- se extiende desde la vulva hasta el cuello del útero. Mide entre 7 y 10 cm. de largo, y 3 a 5 cm. de diámetro, en estado de reposo. Su orificio está rodeado por unos pliegues cutáneos conocidos como “labios menores”, que están ocultos por otros más gruesos, los “labios mayores”. La lubricación se debe a las secreciones producidas por unas glándulas que rodean la abertura vaginal, llamadas “glándulas de Bartholin”.
El clítoris, cuya parte visible está ubicada en la unión de los labios menores, es tal vez el órgano que más controversias y mitos ha originado. El viejo Freud, por ejemplo, postuló erróneamente que las mujeres que experimentaban orgasmos a través de la estimulación clitorídea eran sexualmente inmaduras. Y hubo un tiempo en que se pensaba que el lesbianismo se debía a la posesión de un clítoris anormalmente grande. En realidad, este órgano es mucho mayor de lo que “a simple vista” parece (mide casi 10 cm., si se toma en cuenta que sólo asoma una pequeña porción de las 18 partes que lo constituyen). Deriva del mismo tejido fetal que el pene, es parecido a éste en muchos aspectos y, en términos generales, su funcionamiento es también similar: se trata de una estructura eréctil cuyos tejidos son como una esponja, capaz de llenarse de sangre -aumentado su tamaño- al ser estimulada. Pero existe un rasgo distintivo: mientras el pene está implicado también en el sistema urinario, respecto del clítoris no ha podido descubrirse hasta el momento otra función que la de proveer placer a la mujer.
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