Grandes: "A medida que pasan los años estoy menos segura de las cosas"

Grandes: "A medida que pasan los años estoy menos segura de las cosas"

La escritora española, una de las más destacadas y con mayor proyección internacional de la literatura de habla hispana, conversó con LA GACETA Literaria durante su estadía en Buenos Aires, donde vino a presentar El lector de Julio Verne, su último libro. Pero ella prefiere decir que este viaje es, en verdad, la excusa perfecta para encontrarse con los variados lectores que tiene en nuestro país. Aquí se refiere a su España rota, al rol de la mujer como escritora y a la desazón que le queda cuando termina una novela

27 Octubre 2013

Por Alejandro Duchini

para LA GACETA - Buenos Aires


"Si yo me aburro de lo que escribo, es indeclinable que mis lectores también se aburrirán", dice al comienzo de la entrevista. Segundos antes había dicho que no tiene problemas en eliminar aquellos textos que no le agradan. No le importa, cuando lo hace, que sean extensos y le hayan llevado demasiado trabajo. Y lo reafirma: "Inés y la alegría la escribí dos veces. Tenía fe en la historia pero sentía, de todos modos, que no iba bien. Y me dije 'la vuelvo a escribir'. Mi marido me decía que no, que me fijara bien, que había otro camino. Pero no: la volví a hacer. Pude aprovechar muy poco de lo que tenía y lo demás lo reescribí. Cuando me pasa eso siento una liberación, porque localicé el problema". Inés y la alegría (Tusquets, 2010) tiene más de 700 páginas y es el antecesor de El lector de Julio Verne, que se publicó el año pasado y que ahora presenta en la Argentina. "Aquí me siguen muchos españoles y descendientes de españoles", explicará luego, en su enorme habitación de hotel, en la que se recupera de un gran resfrío.

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-¿Qué le significan sus lectores?

-Son muy importantes. Los lectores son la libertad del autor. Yo puedo escribir los libros que me da la gana porque mis lectores me mantienen. Si no los tuviera, debería escribir los libros que los editores crean que debo escribir. Sí, los lectores son mi libertad. Pero cuando escribo no pienso en ellos. Pienso en una sola lectora, que soy yo. Y trato de ser exigente conmigo como lo soy con los libros de otros. Desde ahí se produce una misteriosa conexión que hace que si soy capaz de reírme, de emocionarme conmigo misma, normalmente a los lectores les pasará lo mismo. Por eso cuando me aburro de algo que escribí, lo borro. Igual soy una escritora muy afortunada porque mis lectores me gustan. Podría tomar una cerveza con la mayoría de ellos y pasármelo bien.

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-¿Cómo son sus lectores?

-En España, su perfil ha cambiado. Al principio me leían sólo mujeres por esa especie de reticencia de los hombres a leer a escritoras. Pero desde que empecé a escribir sobre historia he ganado muchos seguidores hombres. Aunque en general también tengo un público transversal. Y en Argentina hay un grupo compacto de descendientes de españoles para quienes me he convertido en una autora local. Hay gente de todas las edades. Y también argentinos.

-¿Por qué cree que hay hombres reticentes a leer mujeres?

-Es lógico. Tal vez por recelo a lo desconocido. Y porque el canon literario es masculino. Igual, cuando la protagonista es una mujer, hay algo de asombro. Aunque creo que en general los hombres y las mujeres nos parecemos muchísimo. Es verdad que algunos temas no se ven de la misma manera si eres hombre o mujer. Pero la división no es sólo de género. También puede dividirse en si eres hijo único o tienes siete hermanos, si eres pobre o millonario, feliz o infeliz. El mundo se puede dividir en muchas categorías. Hay otras divisiones más sólidas para separar al mundo en dos mitades que el de los hombres y las mujeres.

-¿Cree que los escritores pueden escribir desde el sexo opuesto?

-(Gustave) Flaubert se metió en Madame Bovary y mira qué bien le salió. La opción de travestirse literariamente existe desde hace mucho. Yo escribí libros en los que el protagonista era un hombre. Pero creo que hay que hacerlo cuando es bueno para una novela y no como algo preconcebido. Yo lo elegí, por ejemplo, cuando pensé que la novela necesitaba de un protagonista masculino. Es muy importante juzgar por la calidad y la situación, pero sobre todo por la calidad. La obligación del escritor es escribir buenos libros.

-¿Qué le pasa cuando escribe y se da cuenta de que algo no le gusta?

-Cuando algo no va, lo borro. Inés y la alegría la escribí dos veces. Escribí antes El lector de Julio Verne que Inés y la alegría. Intenté contar la historia de Inés en nueve capítulos y un epílogo en primera persona. Pero no funcionaba. Tenía fe en la historia. Pero me dije "esto no ha salido bien. La voy a volver a escribir". Mi marido me decía que no, que la retoque. Pero decidí volver a escribirla. Y pasó de un narrador a tres. Pude aprovechar muy poco y lo demás lo reescribí entero. Cuando me pasa eso siento una liberación, porque localicé el problema.

-¿Es fundamental el entusiasmo para escribir?

-Pues no se responder muy bien. ¿Qué te podría decir? Lo que me gusta a mi es escribir. Empezar un libro, me encanta; acabarlo, me da mucha pena. Lo vivo como algo triste, como un entierro. Terminar una novela es casi como te echen de tu casa. Mientras escribo una novela mi vida tiene sentido: me levanto, escribo, leo lo que escribí el día anterior, me zambullo como en una vida paralela. Escribo todos los días. Y cuando termino un libro y ya no tengo nada qué hacer me digo "¿qué hago ahora con mi vida?". Por eso no me gusta acabar las novelas. Supongo es porque me gusta mucho escribir.

-Algunos de sus personajes demuestran melancolía. ¿Hasta qué punto la reflejan a usted?

-Las novelas normalmente se escriben en pasado porque el autor conoce el final de historia. Tengo mucho entusiasmo para escribir y levantarme por las mañanas. Pero soy propensa a escribir novelas de personajes que no están seguros de casi nada. Porque me pasa lo mismo: a medida que transcurren los años estoy menos segura de las cosas. No me gusta ir por caminos principales sino laterales. No me interesa escribir sobre héroes y villanos, sino crear personajes con contradicciones. Tampoco me interesan las grandes tragedias sino las pequeñas amarguras de la vida cotidiana. Suelo escribir sobre las cosas que están cerca de mí. Es mi manera de mirar al mundo. Escribo sobre mi país, mi ciudad. Las cosas que tengo cerca. Y me interesan los supervivientes. Si me dijeras cuáles son mis personajes tipo, te digo los supervivientes. Quizás porque la tradición de mi país es esa. Los españoles a lo largo del siglo XX básicamente tuvimos que sobrevivir. Hay melancolía, sí, en mis últimas novelas. Tiene que ver con aquello que pudo haber sido y no fue. Los españoles tenemos la sensación de que nuestra historia termina mal. Hasta los alemanes progresaron y tuvieron democracias y desarrollo económico. Pero en España hay una cierta melancolía por lo que pudo haber sido y no fue. Esa es la melancolía de mis personajes.

-¿Seguirán los personajes melancólicos?

-En mi próxima novela, que aparecerá en marzo del año que viene, hay una persona que acaba en la cárcel, que va a morir allí, y que dice "todo se ha perdido. Y podría haber sido tan hermoso… ". Siento la pena abrumadora de la gente que luchó para tener un país más luminoso y todo se le cayó encima.

-La España actual está llena de lo que usted llama supervivientes…

-España está más complicada de lo que parece. Pero para mi no es una crisis sino una estafa. Es más grave. Las crisis económicas acaban, antes o después. Los ricos volvieron a ganar dinero y los pobres no se han enterado aún. Se saldrá. Pero el problema es que en España hay además una crisis institucional, política y moral. Nadie cree en las instituciones, los políticos están desprestigiados, los ciudadanos tienen la sensación de que hay mucha corrupción. Y eso es verdad. Pero lo más grave es la crisis de credibilidad.

-¿Es optimista o pesimista en general?

-Soy pesimista respecto de cómo vamos a salir de este momento. Pero soy optimista por naturaleza. Desde que nací. Siempre miro el lado positivo. Sin embargo, no me gusta el siglo XXI. 

El XX me gustaba mucho más, porque fue marcado por la intensidad, por grandes desastres, grandes hermosuras. Pero sobre todo marcado por la intensidad, que produce errores, virtudes y contradicciones y colorea la vida. En el XXI se ha instalado una facilidad mayor. En todo el mundo. La gente es cada vez más indiferente, individualista, insolidaria. Le preocupa menos lo que le pase a los demás. Es la consecuencia de la ausencia de ideologías. Vivimos en una sociedad en la que hay un pensamiento único, el neoliberalismo. Y no tiene oposición. La izquierda no puede enfrentarse a una situación insólita como la que vivimos con recetas de 1870. No podemos atacar enemigos nuevos con armas viejas. Hay que refundar la izquierda, también. Por eso no soy muy optimista. Es muy complicado el mundo que nos espera.

-¿Con cuáles de sus personajes se identifica más?

-Mis libros son años de mi vida. Entonces no puedo renunciar a ningún período de mi vida. Todos son importantes para mí. En todos hay personajes en los que me encarno. Tengo debilidad por los personajes que se me parecen: Malena (Malena es un nombre de tango), Juan Olmedo (Los aires difíciles), Alvaro Carrión (El corazón helado), Inés (Inés y la alegría) y Ana y Fran (Atlas de geografía humana). Los quiero a todos. A las mujeres porque comparto con ellas hasta el cuerpo. Les he dado cosas mías hasta físicamente. Y Álvaro Carrión es el portavoz de mis propias inquietudes. Y en menor medida, Juan Olmedo también.

-Cómo se imagina a Malena en el mundo actual?

-Malena se parece mucho a mí. Quizás la que más se me parece. Imagino que viviría de una forma similar a la mía. A ella, que era fuerte y peleaba, la imagino en la calle. Peleando.

(C) LA GACETA

PERFIL
Almudena Grandes Hernández nació en 1960, en Madrid. Su primera novela fue Las edades de Lulú, publicada en 1989 y llevada al cine un año después (al igual que otros cuatro títulos suyos). La novela tuvo gran repercusión y fue traducida a 19 idiomas. Luego publicaría Te llamaré Viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), Los aires difíciles (2002), Castillos de cartón y El corazón helado (2007), entre otros. Con Inés y la alegría, uno de sus últimos dos libros, ganó el Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. "Almudena Grandes es una de las más grandes escritoras de nuestro tiempo", afirmó Mario Vargas Llosa.

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