El centro se enciende a todo volumen

El centro se enciende a todo volumen

Recorrimos las principales calles con un decibelímetro. En promedio, la ciudad alcanza un sonido ambiental de unos 90 dB. De acuerdo con las mediciones, hay demasiados ruidos dañinos para el oído.

Se enciende muy temprano. A veces, ni siquiera se apaga. Y funciona a todo volumen. Así palpita el centro de la capital. Los colectivos hacen temblar las casas. Los autos aceleran, tocan bocina. Los martillos neumáticos resuenan por el boom inmobiliario. Las alarmas estallan a cualquier hora. Los gritos de vendedores ambulantes se mezclan con los estruendosos parlantes de los locales de música. Ruidos y más ruidos. Estridentes, agobiantes. Nunca la urbe sufrió tanto el fragor. Los expertos sostienen que el nivel acústico se duplicó en los últimos años, tanto que es necesario modificar normas y poner nuevos límites.

Las pruebas están a la vista. Y también al oído. El ruido en el centro supera en más (y mucho más) de 20 decibeles (dB) los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud como "aceptables" para nuestra audición. En su Guía para el Ruido Urbano establece que después de los 65 dB los sonidos son perjudiciales.

Los topes no son caprichosos. Una bocina, por ejemplo, suena a más de 90 dB, lo cual puede dañar la audición, además de afectar los procesos cognitivos de las personas.

OctavioCarabetti, ingeniero de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), nos acompañó en un recorrido por el microcentro. Decibelímetro en mano medimos, calle a calle, cuáles son los ruidos más venenosos para nuestros oídos. Comprobamos que incluso cuando algún sector parece silencioso está rozando los niveles peligrosos para la salud.

De forma casi generalizada el decibelímetro marcaba de 90 dB para arriba. Claro que hubo ocasiones más ruidosas, que llegaron a situar las mediciones en más de 120 dB, lo que supone un grave riesgo para el oído humano. Basta una comparación para entender esto: un avión al despegar libera sonidos de 140 dB.

Habituados... para mal

Es casi mediodía de martes. La plaza Independencia parece una gloria para los sentidos sin las habituales manifestaciones. El decibelímetro, perfectamente calibrado, marca un nivel de 80 dB. Increíble. "Es que poco a poco nos vamos acostumbrando a los ruidos, y hasta cuando los sonidos son nocivos no los percibimos como tales", explica Carabetti. La aparente tranquilidad dura poco tiempo. El semáforo da verde y la pantalla del aparato sube de inmediato a 90 dB. No ha pasado ningún vehículo preparado para destrozar tímpanos. Sólo han iniciado la marcha algunos taxis y rodados particulares.

Muy cerca, en Crisóstomo Alvarez al 400, los autos les dan pelea a 12 líneas de ómnibus. Nadie quiere ceder su espacio. Resuenan las bocinas. Aceleran y frenan. Los motores señalan 93,5 en el decibelímetro. Nadie puede mantener una conversación normal en esa esquina si no es a los gritos.

En 24 de Septiembre y 9 de Julio no son los gigantes del tránsito los más estruendosos. Cuando arranca una moto, el aparato sube estrepitosamente hasta dibujar 126 dB. "¿Por qué tanto ruido?", se le pregunta al conductor. "Esta moto no es mía, pero sé que en general los motoqueros lo hacen para que los escuchen y no los atropellen", dice.

El paso de vehículos en San Martín al 600 supera con creces los límites: un camión de caudales dispara el sonómetro a 94 dB. El varita activa el silbato y los decibeles suben a 107.3. Y otra vez las motos elevan las marcas. Pasó una docena y todas con caños de escape capaces de romperle los nervios a cualquier peatón. En la city hay otro protagonista de los ruidos: el celular. Aunque suene inverosímil, un ringtone produce un ruido similar al de la bocina.

Las peatonales podrían ser de las más tranquilas por la ausencia de autos. Nada más lejos de la realidad. El nivel de ruido en ellas supera los 85 dB cuando los vendedores ambulantes promocionan a los gritos breteles de silicona y pares de medias a $ 5. Ni hablar de los sectores en los cuales los negocios ponen parlantes en la vereda y música a todo volumen.

El aparato no dudó. La calle Córdoba es la más contaminada por los ruidos. Durante un largo rato el aparato no bajó de 90 dB. Cada paso de un micro rozaba los 100 dB.

"Los vidrios y las puertas retumban. No hay forma de estar tranquilo aquí. Esto es insalubre; siento que mi cabeza va a explotar", describe desde su evidente enojo Eliana Martini, comerciante de Córdoba y Maipú. Como ella, son cada vez más los vecinos que se niegan a vivir a todo volumen. Mucho menos quieren una ciudad que siga haciendo oídos sordos.

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