Ella golpeó la mesa y eligió una solución salomónica para levantar su imagen

Ella golpeó la mesa y eligió una solución salomónica para levantar su imagen

Análisis. Por Hugo E. Grimaldi

19 Marzo 2008
Bue­nos Ai­res.- La pre­si­den­ta de la Na­ción pu­so su se­llo en el fa­llo sa­lo­mó­ni­co que de­jó fue­ra del Go­bier­no al ti­tu­lar de la Ad­mi­nis­tra­ción Fe­de­ral de In­gre­sos Pú­bli­cos (AFIP), Al­ber­to Abad, y al nú­me­ro uno de la Adua­na, Ro­dol­fo Eche­ga­ray, se­gún el or­ga­ni­gra­ma, es­te, co­la­bo­ra­dor del pri­me­ro.
Si hu­bie­se efec­tua­do una lec­tu­ra ver­ti­ca­lis­ta de la si­tua­ción, Cris­ti­na Fer­nán­dez ha­bría man­te­ni­do en sus fun­cio­nes al je­fe, ya que la in­su­bor­di­na­ción se cas­ti­ga con el re­le­vo, tras las crí­ti­cas que hi­zo el adua­ne­ro a la len­ti­tud en mo­der­ni­zar el Sis­te­ma de Con­trol lla­ma­do “Ma­ría”. Ade­más, Abad co­man­da­ba la de­pen­den­cia más exi­to­sa del Go­bier­no, con una es­ta­bi­li­dad de más de cin­co años a pu­ros lo­gros y era el sím­bo­lo de una ins­ti­tu­cio­na­li­dad que, en otras áreas de Go­bier­no, se ha per­di­do.
Pe­ro és­te no fue el ca­so, a la ho­ra de op­tar por uno u otro, ya que en la de­ci­sión se tra­tó a los dos fun­cio­na­rios por igual, en una cla­ra se­ñal po­lí­ti­ca que los igua­la.
Con su fa­llo, Cris­ti­na equi­pa­ró la pro­sa­pia de pin­güi­no de Eche­ga­ray, un pe­lea­dor to­do te­rre­no, en­fren­ta­do a ul­tran­za con la Po­li­cía Ae­ro­por­tua­ria y con cuán­tos otros se le cru­cen, con los lo­gros ma­ni­fies­tos de Abad, un hom­bre de per­fil ba­jo y más que ren­di­dor pa­ra el mar­ke­ting fis­cal.

Las encuestas mandan
¿Por qué el gol­pe so­bre la me­sa? La Pre­si­den­ta aca­ba de ver las en­cues­tas que la mues­tran dé­bil en ma­te­ria de ima­gen, pro­ba­ble­men­te por­que ya na­die pue­de di­si­mu­lar el gol­pe de la in­fla­ción en el bol­si­llo, o peor aún, por­que la gen­te ob­ser­va cier­ta in­sen­si­bi­li­dad ofi­cial en re­co­no­cer el pro­ble­ma. Es­to le ba­ja pun­tos, pe­ro ade­más la mues­tra con cier­ta de­bi­li­dad en la eje­cu­ción.
No bas­tó co­rrer a Gui­ller­mo Mo­re­no del cen­tro de la es­ce­na o dar­le pro­ta­go­nis­mo a Mar­tín Lous­teau. El mi­nis­tro de Eco­no­mía aca­ba de ge­ne­rar­le otro gra­ve pro­ble­ma, ya que le pu­so al Go­bier­no to­do el cam­po en con­tra.
Al­go es­tá más que cla­ro, que es que ni Abad ni Eche­ga­ray re­nun­cia­ron: fue­ron echa­dos.
Una de­ci­sión de es­te ti­po, ade­más de crea­ti­va, la mues­tra a la Pre­si­den­ta ejer­cien­do su po­der a ple­no. Y si eso es lo que pi­de la gen­te pa­ra vol­ver a creer en ella, gus­to­sa Cris­ti­na aca­ba de mos­trar­le a la so­cie­dad que ella es la que man­da.

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