Mitos maritales

26 Ago 2017
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Mitos maritales

Arnold Lazarus, el famoso psicoterapeuta sudafricano -ya fallecido- describió, en su libro “Mitos maritales”, una serie de creencias erróneas que consideraba causantes de la ruina de muchas relaciones de pareja. Una de ellas hace referencia a la idea de que la llegada de un bebé puede mejorar las cosas en un vínculo que está tambaleando.

Resulte o no difícil de creer, son muchas las personas que comparten esta fantasía: un hijo logrará unir para siempre a dos que se quieren o que alguna vez se quisieron, sin importar los problemas que existan entre ellos. Como una suerte de “cura mágica” o certificado de garantía gracias al milagro de una nueva vida.

Si bien es cierto que, como afirma el doctor Lazarus “los niños tienden a consolidar y enriquecer una buena relación…”, en una mala relación esta carga adicional sólo sirve para empeorar las cosas. ¿Por qué?

Es innegable que la paternidad no es, de por sí, tarea fácil. Basta preguntárselo a cualquier padre: las responsabilidades de una buena crianza son enormes. De hecho, la llegada de un hijo implica, en cualquier caso, una crisis, un gran cambio vital que pone a prueba la capacidad adaptativa de las personas. Hasta entre quienes funcionaban armoniosamente suelen salir a la luz conflictos ocultos y diferencias significativas de opiniones y valores que exigen nuevos acuerdos.

El hijo salvador

La idea de que un hijo tenga la misión de resucitar el amor entre sus padres es, además de un disparate, una carga demasiado pesada y, por lo tanto, peligrosa para el que, en indefensión total, se inaugura en este mundo. Tampoco un bebé puede venir a hacer felices a quienes no son capaces de hacerse felices a sí mismos. Ni es justo que recaiga sobre él -de algún modo- la decisión de que dos personas continúen juntas (el embarazo “inesperado” es bastante frecuente cuando la separación parece ser la única alternativa). La verdad es que nadie, ni chico ni grande, merece ser colocado en el rol de “tabla de salvación”.

De manera que no sólo son bajísimas las posibilidades de que la tensión en la pareja se disipe con el nacimiento o la adopción de un bebé, sino que lo más probable es que lo que no está bien, empeore. Por eso aunque a veces, por un tiempo, el bebé logre cambiar el foco de la pareja y distraer la atención de los padres, los conflictos preexistentes seguramente emergerán tarde o temprano, con el agregado que implica el cuidado de un ser totalmente dependiente.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.