Tiempo de balances
Cuando se viene el
final de un año es frecuente hacer una suerte de balance de la etapa que está
terminando. Si bien algunos se resisten a esta costumbre –argumentando que
simplemente se trata de un cambio de día en el almanaque, como cualquier otro- la
verdad es que todo lleva a que reflexionemos en este sentido. Pedidos de informes
y evaluaciones anuales, actos de cierre, brindis de despedida, cajas navideñas,
regalos, tarjetas, mensajes y mails… esto
y más se amontona, casi como si no hubiera vida después de diciembre.
Dónde estábamos cuando empezó el año y dónde estamos ahora. Qué proyectos teníamos y hasta qué punto logramos cumplirlos. Qué cosas difíciles nos pasaron y de qué manera las afrontamos. Sorpresas gratas, sorpresas tristes empiezan a desfilar por nuestra mente, a veces con cierta melancolía, en el ajetreado último mes del año.
La “falta”
Como existe el
prejuicio sociocultural de que estar en pareja es más deseable que no estarlo,
es bastante común que los “solos” computen este ítem como una verdadera
carencia. Más de uno sentirá que esta situación hasta le empaña un poco los
festejos. No faltarán incluso los que, con buena intención y genuino afecto,
agraven esta sensación con frases de tipo “ya te va a llegar”. Es curioso: las
personas podemos estar bendecidas en las cosas más esenciales –sobre todo, si
miramos lo que pasa en el mundo- e igual sentirnos desdichadas porque no tenemos
pareja. Llenos de amor, de dones y de logros… pero sin esa “persona especial”
que –creemos- nos hará sentir plenos.
Pero, ¿no es
lógico anhelar cambios para nuestra vida? ¿Por ejemplo, una relación romántica
y un proyecto de vida compartido? Obviamente, pero igual de importante es no
caer en una mirada demasiado estrecha, que olvide otros muchos aspectos por los
podemos estar agradecidos.