En tu casa o en la mía

25 Jul 2015
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sexualidad.salud180.com

Nunca será lo suficientemente subrayada la gravitación que tuvieron la revolución sexual de los años sesenta y el movimiento de liberación femenina para que las mujeres empezaran a vivir su sexualidad de un modo más placentero, despojándose de culpas, represiones y tabúes. Y, por supuesto, pudiendo tomar decisiones sobre su capacidad reproductiva. El descubrimiento de la píldora anticonceptiva fue, sin dudas, el puntapié inicial para muchos cambios sociales y culturales que mejorarían progresivamente la vida de millones de mujeres, al ayudar a desmantelar las creencias erróneas de todo tipo que rodeaban -y aún rodean- a la sexualidad. Pero curiosamente, así como algunos postulados que parecían inamovibles fueron cayendo por absurdos y anacrónicos, los nuevos tiempos trajeron aparejadas nuevas falacias, ubicadas en el otro extremo del péndulo.

Una de ellas es analizada por la sexóloga argentina María Luisa Lerer en su libro “Sexualidad femenina. Mitos, realidades y el sentido de ser mujer”: aquel que presupone que “la visita de un varón a la casa de una mujer que vive sola -y viceversa- equivale a sexo”. 

Aunque parezca increíble, todavía son muchos los hombres que piensan que una mujer que no pasó directo de la casa paterna al hogar conyugal -o que se separó de una pareja- y vive sola, está “liberada”. En el sentido de estar dispuesta a lanzarse a tener relaciones sexuales con cuanto hombre trasponga el umbral de su casa. Una idea tan prejuiciosa como aquella que miraba con malos ojos que una “señorita” accediera a quedarse sola con alguien, puertas adentro, sin la presencia de un tercero que funcionara como control o testigo de su “buen comportamiento”; lo que antes aparecía bajo la figura de un chaperón. La versión moderna condiciona, incluso, a los varones, quienes a veces se sienten obligados a acometer y cumplir con lo que creen que se espera de ellos (les atraiga o no la chica en cuestión). “Como si simplemente tomar un café o mantener una conversación fuera en desmedro de su virilidad”, reflexiona Lerer.

Este y otros conceptos anacrónicos empobrecen la relación entre hombres y mujeres, se trate de amigos o de dos que están empezando a conocerse sin saber en qué acabará todo. Así, no es de extrañar que pasar un tiempo juntos en una casa -algo tan lógico, natural y por otro lado, cómodo- quede descartado como opción, hasta no estar ellas “dispuestas a todo”. Pero debiendo estar dispuestas, eso sí, a perder en espontaneidad, en misterio y hasta en el encanto que tienen aquellas cosas que no se planifican.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.