23 May 2015
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¿El amor y el buen sexo van de la mano? ¿Es conveniente tener sexo sin un compromiso afectivo? ¿Las relaciones sexuales satisfactorias nutren el amor? ¿Es éste un afrodisíaco? ¿Debemos sospechar de los sentimientos si hay dificultades en la cama? Estas y otras preguntas por el estilo interpelan supuestos muy arraigados acerca de dos realidades que tradicionalmente nuestra cultura ha considerado entrelazadas de modo poco menos que indisoluble: sexo y amor. Tanto es así, que “hacer el amor” es sinónimo de tener relaciones sexuales.

La aparición de la píldora anticonceptiva en los sesenta, el movimiento de liberación femenina, la influencia -producto de la globalización- de otras culturas con costumbres y valores diferentes, y la progresiva secularización de la sociedad, entre otros factores, fueron deslindando los componentes de este binomio que parecía inseparable.

Del sexo al amor

Está comprobado que, durante el orgasmo, se elevan los niveles de oxitocina. Esta sustancia química ha sido llamada “hormona del apego”, porque tiene la facultad de disparar sentimientos de afecto y deseos de proximidad entre las personas. Se trata de un hecho científico que en cierta medida cuestiona a los que ven al amor como un precursor esencial del sexo.

Y sugiere, en cambio, que el camino es precisamente inverso: cuando dos personas se gustan, sienten atracción mutua y tienen buen sexo, no sería raro que, con el tiempo, surgiera el amor entre ellas.

Sexo sin amor

Muchas personas declaran que las relaciones sexuales con sus parejas -a pesar de existir un gran afecto- no son tan satisfactorias, mientras que con antiguos amantes a los que no estaban tan apegados “la cama” era inmejorable. De hecho, no son pocos los que se entregan a encuentros mecánicos, impersonales y apresurados, totalmente despojados de romanticismo, y los encuentran muy gratificantes. Al respecto, por una cuestión cultural y no biológica, varones y mujeres suelen tener una percepción muy diferente de este asunto: para ellos, el sexo sin amor puede ser placentero, deseable y sin consecuencias negativas; ellas, en cambio, suelen vincular el sexo a la relación amorosa. Una diferencia que, aunque tiende a diluirse, todavía gravita, sobre todo en sociedades tradicionales, como la nuestra.

Amor con barreras

El psicólogo sudafricano Arnold Lazarus, en su conocido ensayo “Mitos maritales”, se atrevía a pensar que en muchos casos el amor puede empobrecer la intensidad de la experiencia erótica. Afirmaba: “Los que están profundamente enamorados a veces pueden estar tan concentrados en el componente afectivo que sus impulsos sexuales se diluyen y terminan en una estimulación erótica disminuida”. Para ilustrar su hipótesis, citaba la curiosa reflexión de un paciente: “Cuando amo a alguien, tengo tantos sentimientos diferentes -calidez, obligación, preocupación, protección, vulnerabilidad, compasión- que mi excitación sexual se diluye. Pero cuando estoy sólo apasionado físicamente, puedo concentrarme nada más que en el sexo”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.