Diversidad sexual

10 Ene 2015
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Gentileza de: https://caminosdelespejo.wordpress.com/

La noción de “diversidad” remite a “variedad”, “desemejanza”, “diferencia”. Históricamente, lo “diverso” –en términos de raza, nacionalidad, credo, sistema de gobierno, ideología, cultura y un larguísimo etcétera- ha generado divisiones y conflictos entre los seres humanos. Pero la sexualidad constituye una de las áreas más controvertidas y cuestionadas cuando se pretende plantearla y reconocerla en clave de diversidad. Ocurre que, para la postura tradicional acerca de lo que es o debe ser la sexualidad, la idea de que exista una variedad de comportamientos –ninguno mejor ni más normal que otro- resulta algo en extremo amenazante y, por lo tanto, poco menos que inconcebible.

No es tarea fácil dejar de lado creencias y prejuicios profundamente arraigados ni los condicionamientos y fuertes mandatos sobre lo que es “normal”, “correcto”, “aceptable” o “natural” desde un punto de vista sexual. Tampoco lo es actuar o sentirse diferente de lo que marcan estos cánones sociales y culturales. Tanto es así que esta es la causa del sufrimiento, el miedo, el desconcierto y la culpa con la que han vivido y viven miles de personas. Y aquí también radica el origen de numerosas expresiones de discriminación, violencia y vulneración de los derechos de las llamadas “minorías sexuales”.

El informe Kinsey

La sexología jugó un papel importante en el surgimiento y la convalidación del discurso sobre la diversidad sexual. El entomólogo y sexólogo norteamericano Alfred Kinsey es sin duda una figura fundamental al respecto. Sus investigaciones en la Universidad de Indiana por los años cuarenta dieron origen a dos vastos volúmenes: “Conducta sexual en el hombre” y “Conducta sexual en la mujer”, los cuales proporcionaron una perspectiva sin precedentes acerca de la variedad de comportamientos sexuales existentes bajo el caparazón de “respetabilidad” de la sociedad estadounidense. Sobre la base de lo que entonces era la indagación más exhaustiva nunca antes realizada, Kinsey y sus colaboradores arribaron a conclusiones sorprendentes. Por ejemplo, que un 37% de los norteamericanos había tenido contacto sexual hasta el orgasmo con otro hombre (y algo parecido ocurría con las mujeres). Este fue el primer paso para dejar de considerar la conducta homosexual como un síntoma patológico de una pequeña minoría enferma. Y para empezar a sospechar que, si esto era cierto para la homosexualidad, entonces también potencialmente lo era para una amplia gama de otras modalidades sexuales.

A partir de esta y otras investigaciones similares que luego se sucedieron, fue surgiendo y tomando peso una cuestión de gran importancia e influencia desde un punto de vista sociológico y político: si las personas tenían una gama tan extensa de necesidades, deseos y experiencias sexuales, entonces había un enorme abismo entre los códigos morales y el comportamiento sexual.

La norma heterosexual

Desde hace algunas décadas venimos asistiendo a una corriente despatologizadora respecto de las orientaciones sexuales e identidades de género que se apartan del modelo heterosexual tradicional (“pene = varón = atracción por las mujeres” y “vulva = mujer = atracción por los varones”), considerado desde tiempo inmemorial como el único válido y posible. Por el contrario, empieza a tomar fuerza una idea menos dicotómica al respecto: no es sostenible ya hablar de categorías cerradas. La sexualidad es algo que se construye de manera constante, en relación a nosotros mismos y a los demás. Y nuestra preferencia sexual no nos hace mejores ni peores personas: somos quienes somos y sólo desde esa aceptación podemos demostrar nuestro afecto y deseo, tal como lo sentimos. El cambio paradigmático de las últimas décadas incluyó además el reconocer la sexualidad como una dimensión en la que están implicados derechos humanos básicos: el primero, a disfrutar de una vida sexual placentera, sin discriminación, sin culpas, sin presiones, sin riesgos y sin violencia.

Ser divers@

Se consideran heterosexuales a aquellos varones y mujeres que sienten atracción sexual y afecto por personas del otro sexo. Las lesbianas lo sienten por otras mujeres; los gays, por otros hombres. Existen mujeres y varones bisexuales, que se sienten atraídos romántica y eróticamente por ambos sexos. Las personas travestis utilizan vestimenta y complementos del género opuesto. A veces transforman su cuerpo pero no en todos los casos necesitan operarse. Las personas “trans” son aquellas que al nacer les fue asignado un género -femenino o masculino- con el que, conforme fueron creciendo, descubrieron que no se sentían identificados. Por eso realizan una transformación para adecuarlo a la identidad que sienten en su interior. No siempre lo hacen totalmente, a veces sólo modifican su aspecto. Travestis y trans pueden ser lesbianas, gays, heterosexuales o bisexuales. Algunas personas no se identifican con ninguna de las formas con que convencionalmente se concibe los géneros masculino y femenino.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.