Sexo y marihuana

16 Ago 2014
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FOTO TOMADA DE VENEZUELAALDIA.COM

La más intensa controversia alrededor de la marihuana se ha generalizado desde hace algunas décadas, así como el debate acerca de sus efectos y de su estatus legal. Por un lado, sus detractores remarcan las consecuencias perjudiciales sobre la salud en general, y el sistema nervioso en particular. Consideran, además, que el “porro” es la “puerta de entrada” a otras drogas, más peligrosas y más adictivas. En las antípodas, toda una corriente “pro-cannabis”, defiende su legalidad, como una forma de atacar el narcotráfico y por lo mismo garantizar un producto más puro y natural, sin “aditamentos” nocivos. Y postula que, en realidad, son muchos los beneficios de esta antiquísima planta. Tantos, como los intereses económicos que la siguen manteniendo en las sombras.

El uso crónico 

Como el alcohol, la heroína y los opiáceos en general, la marihuana es una sustancia reductora de la activación o excitación del organismo y, en consecuencia, de las estructuras implicadas en la respuesta sexual. El resultado es diverso y complejo, y de más objetiva observación en los casos de uso crónico: al disminuir los niveles de testosterona es común que progresivamente descienda el deseo sexual, tanto en hombres como en mujeres. El desempeño y el placer también pueden verse afectados: dificultades eréctiles y de eyaculación, pérdida de la lubricación vaginal, dolor coital.

Se han consignado muchos “contras” del uso prolongado del cannabis respecto de la fertilidad: reduce la producción de esperma (en cantidad y movilidad) y aumenta el número de espermatozoides anómalos. En las mujeres, puede alterar el ciclo menstrual, interferir en la ovulación y causar alteraciones graves en el feto -ya que atraviesa la barrera placentaria- llegando a aumentar las posibilidades de abortos espontáneos.

Desinhibición

Luego de fumar un “porro” (o de consumir cannabis de otra manera), algunas personas dicen percibirse a sí mismas como más relajadas física y mentalmente, con una mayor sensibilidad en el tacto e invadidas por sentimientos de afinidad y cercanía con quienes los rodean; otras, por el contrario, refieren una suerte de “efecto rebote”. Además, como ocurre con el alcohol, las inhibiciones personales y sociales se distienden (de ahí que algunos la califiquen como un afrodisíaco). Por eso, no es raro que la persona se vuelva más propensa a llevar a cabo aproximaciones sexuales o que haga cosas que no haría estando “sobria” (lo cual, si bien puede parecer un beneficio, es también potencialmente peligroso). 

Una alteración en la percepción del tiempo puede llevar a que el consumidor tenga la impresión subjetiva de que la relación sexual o el orgasmo son más duraderos e intensos. Al respecto, un factor importante son las expectativas del que consume: los diversos aspectos que esta persona le atribuye a la sustancia. Se trata de cuestiones esencialmente psicológicas, desde luego inseparables y a menudo tan poderosas como las de orden químico.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.