La poesía, una criatura de peligrosa inocencia

La poesía, una criatura de peligrosa inocencia

Melcy Ocampo es una de las destacadas voces actuales de la poesía santiagueña. Participó en la última edición del Mayo de las Letras.

RECITANDO SUS POEMAS. “La poesía seduce con la palabra, fertiliza el alma”, dice Melcy Ocampo. RECITANDO SUS POEMAS. “La poesía seduce con la palabra, fertiliza el alma”, dice Melcy Ocampo. La Gaceta / foto de Diego Aráoz

Alboroto de coyuyos. Picardías de chamamé. Abrazos de chacarera. Patio fraterno. Canto. Río. Tuna. Mistol. Estero. Pero también amor. Ausencia. Dolor. Rebeldía. La estremecen. Agitan las metáforas de la vida. “Cuántas veces neurastenias del silencio torturaron en malón mis horas. Asolando parajes de mi cuerpo, crucificando mis párpados con sus arrebatos, robándome inocencias de sol hasta olvidarme de mí. Pero hoy mi corazón ha dado un brinco. Con sutilezas de un nuevo amanecer irremediable, donde estoy siendo”, escribe Melcy Ocampo, una de las flores destacadas de la poesía santiagueña actual.

“Vengo de una infancia y adolescencia de ‘pájaro campana’, de un tiempo de ‘yutitos de seda’ cuando volaban ilusiones en un largo patio sin fronteras, con alero de música y canto. Allí entre higueras, granados, chañares y un algarrobo solariego de coyuyos que se enredaban entre chamamés, polcas y chacareras, la amistad se erigía como el único estadio, para unas copas de vino. Es que mi padre, tocaba la guitarra acompañando a los amigos del litoral que venían a visitarlo: Damasio Esquivel con su bandoneón, el correntino Mauricio Valenzuela, Antonio Tarragó Ros (padre) y otros músicos y cantores, como el santiagueño Hugo Díaz con su armónica. Todavía cosquillea mi ombligo cuando recuerdo esto, en la casa de la calle Alsina a cuadra y media del Parque Aguirre, a dos del Misky Mayu, el río que atraviesa mi vieja ciudad”, evoca la poeta, docente, directora de la Biblioteca Provincial “9 de Julio”, y asidua participante del Encuentro de Poetas y Cantautores “Manuel Aldonate”, de Monteros, del “Mayo de las Letras”, organizado por el Ente Cultural de Tucumán, a cuya última edición fue invitada.

- Seguramente, deben preguntarle con frecuencia por el origen de su nombre...

- Mi padre Damián Ocampo, “santafesino de veras”, era de Reconquista, y mi madre Blanca Josefina Coronel, santiagueña de pura cepa. Siempre digo que por mis venas, corren dos ríos enamorados: el voluptuoso y selvático Paraná y la calma con su dulzura del río Dulce. Del matrimonio nacieron cinco hijos de los cuales yo era la mayor, la del nombre difícil, Melcy, que me incomodaba repetir siempre porque era extraño, incluso hasta ahora. Mi padre me contó que había visto una balsa que cruzaba el Paraná, de Reconquista a Goya, que se llamaba Melsi y les dijo a sus amigos que cuando tuviese su primera hija le pondría ese nombre. Así fue, pero luego de convencer a la gente del Registro Civil, porque no estaba en el listado de nombres convencionales, me anotó como Melcy pero con C porque es más suave fonéticamente y con Y porque es más gráfica.

- ¿Cuándo comienza a florecer la vena poética? ¿Qué escritores le marcaron un rumbo?

- En mis comienzos, hubo una maestra que percibió en mí esa habilidad o talento para la escritura y me incentivó haciéndome participar en concursos de redacción; dentro y fuera de la escuela siempre ganaba. Era Tránsito Ruiz de Chazarreta, nuera de don Andrés Chazarreta. Pero el que me lanzó por este oficio sacerdotal de la palabra, fue el escritor Alfonso Nassif, quien era compañero de estudio en el profesorado de Letras y descubrió que escribía poesía, en una carpeta de apuntes que le presté. Con la generosidad que lo caracteriza, hizo imprimir unas plaquetas tituladas “Maquijata” y las distribuía entre amigos en recitales de poesía. Fue la Generación del 60 la que marcó mi rumbo y el compromiso con la palabra y me incorporaron al grupo, en la mitad del año 70. En ese tiempo solíamos asistir a las reuniones llamadas Juegos Florales, donde escuchábamos charlas y había lecturas de poemas de los grandes de la palabra: Canal Feijóo, Cristóforo Juárez, Horacio Rava, Christensen... En uno de esos eventos, Alfonso Nassif pidió a la gente que escuchara a una joven leer sus poemas y me nombró. Luego de hacerlo, el doctor Rava expresó: “esta joven promete mucho con su palabra”. Esta sentencia me comprometió para siempre y en 1976 recibí el premio nacional “Alfonsina Storni”, de la Fundación Givré en Buenos Aires que consolidó mi camino por la poesía. Me lo entregó el hijo de Alfonsina, Alejandro Storni. Indudablemente los escritores y poetas de la década del 60 con Alfonso Nassif, Carlos Artayer, Felipe Rojas, Carlos Figueroa, Ricardo Taralli, Julio Salgado, Betty Alba influyeron en mí, más allá de grandes escritores del país y del mundo a los que fui atravesando con la lectura.

- Una pareja de poetas se complementan o compiten. ¿Cómo fue su relación con Felipe Rojas, su consorte bandeño?

- Me casé en 1991 con el escritor, compositor y letrista Felipe Rojas. En mi nuevo hogar se volvió a repetir la historia de mi niñez, la música, sumada la poesía que venía haciendo su camino en mí desde casi una niña. Nos visitaba la gente de Sadaic: Ariel Ramírez, Eduardo Falú, Fresedo, gente de la Comisión de Cosquín, los folcloristas Carlos Carabajal, los Manseros, Los Carabajal, Alfredo Ábalos, una larga la lista. Se armaba cada fiesta inolvidable. Felipe era un pájaro a quien no había que cortarle las alas porque se moría. Cuando regresaba de sus vuelos impensados solía entrar a la casa diciendo con toda naturalidad: “hoy tengo ganas de quedarme en casa/ de meter mis manos en las carnes/ y tocarme el corazón/ hasta que el nervio atrape su dolor al músculo”. No había competencia entre nuestras profesiones. Había admiración, un rasgo fundamental en toda relación de pareja, más allá del amor. Nuestras conversaciones radicaban en todo lo relacionado con la creación y sus motivaciones, comentarios sobre libros, autores, anécdotas de sus viajes y por supuesto, todo lo relacionado con nuestro hijo Felipito Rojas Ocampo, la luz de sus ojos.

- ¿Se puede hablar una poesía santiagueña? Y si la hay, ¿qué características tendría?

- Santiago del Estero es una provincia raigal y como tal, su quehacer poético se constituye teorizado por el sentimiento y el canto, rasgos vitales para caracterizarlo con la magia del paisaje del hombre, la fe sostenedora, la eternidad, desde la creación humana elevada a la creación divina. A ello se suma su destino histórico que alienta la voz de sus poetas. De ahí su originalidad regional, su telurismo visionario. Esta lírica estremecida y auténtica es motivación de una imaginería singular. En esa levadura añosa con visión futurista se asienta la poesía santiagueña y se constituye en testimonio del sueño de sus hombres a través de un lenguaje fructificado con dimensiones cósmicas en algunos casos.

- ¿Cómo vive la poesía? ¿Se la puede encasillar en definiciones?

- No sé qué es la poesía, o tal vez lo sé, cuando la presiento. En realidad, no quiero encerrarla en una definición. Solo sé que es para mí imprescindible como el pan de cada día en nuestra mesa. Una criatura de peligrosa inocencia que nace desde el fondo de nuestro ser, como una pulsación que transita entre las sombras y golpea, de pronto, esa oscuridad hasta hacerla desaparecer. Allí se desnuda nuestro existir en el mundo que es tan solo un parpadeo y vive para siempre, a través de esa magia de la palabra, en esta expresión artística donde se ponen en juego ciertos rasgos: la sensibilidad, el conocimiento creativo, la intuición y el poder de síntesis. Lo interesante e indiscutible es que la poesía seduce con la palabra, fertiliza el alma, inyecta esperanza y evita la muerte y la desmemoria. Escribo para mí porque solo yo conozco mi realidad y la traduzco en el papel. Cuando leo el poema ante cualquier público, selecto o no, si a este lo interpela, el objetivo del poeta está cumplido. También considero que hay un futuro en el que van apareciendo las ciudades inteligentes, la inteligencia artificial con nuevas tecnologías. Pero debe estar presente la humanización en las políticas culturales del Estado, que generen herramientas adecuadas, eficientes y artísticas para crear vínculos solidarios, a manera de prácticas democráticas para una buena convivencia y en esto quiero tomar un verso con el que finaliza el poema, un poeta mendocino cuando dice: “entre un más me gusta... prefiero un abrazo”. La poesía debe ser rupturista, debe romper con todos los esquemas y como son las características de la vanguardia a través de una sucesión de imágenes, de procedimientos, que le van dando sentido al horizonte del lenguaje, es como que desenmascara esa transparencia de los signos y lo desestructura. Desestructura esa linealidad que muchas veces tenemos a través del tiempo y opera en ese espacio de lenguaje y ahí el vuelo cobra sentido.

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