Juego de tronos

“La gravísima responsabilidad que tendremos que soportar exigirá una fuerte dosis de sacrificios y esfuerzos, jornadas de trabajo sin tregua, con olvido de las comodidades y apetencias que provocan las funciones públicas. Esta acción deberá ser realizada en un rígido marco de moral administrativa, extirpándose de raíz todo intento de corrupción, peculado, negociado o enriquecimiento ilícito, y con una severa austeridad republicana. En mi gobierno no habrá medallas recordatorias, ni fiestas palaciegas, ni cómodos ni aventureros del pillaje, ya que la decencia y la honestidad serán la norma incorruptible de mis años de gobierno”

Fernando Pedro Riera, domingo 11 de diciembre de 1983, el día que asumió como primer gobernador en democracia de los tucumanos, luego de la dictadura.

Trono, sitial, escaño, poltrona, sede, silla. El diccionario de sinónimos de la Real Academia española nos propone estas palabras cuando buscamos una similar a “sillón”. En síntesis, un lugar donde podemos sentarnos. Pero hay sillones que son únicos. Que conllevan una carga diferente para el que lo utiliza. Uno de ellos, en Tucumán, es el de Lucas Córdoba. El ilustre tucumano se sentó dos veces en ese sitial que quedaría para siempre como el símbolo de quienes gobiernan la provincia. Como dato, entre sus dos períodos como titular del Ejecutivo a fines del siglo XIX y a principios del XX, fue senador. En la serie de “Juego de Tronos”, el lugar al que accedían los gobernantes era incómodo, hecho con espadas, frío, duro y afilado. Quienes accedían a él podían cortarse y perecer por alguna infección. Pero, literalmente, se mataban por ocuparlo. El sillón de Lucas Córdoba, en cambio, es cómodo, mullido, cálido. Pero parece tener el mismo tipo de embrujo que el creado por el escritor George R. R. Martin. Su atracción es irresistible. Quien lo usa no quiere sentarse nunca más en otra parte. Se vuelve irresistible. Su poder es atrapante. En diciembre los argentinos celebraremos 40 años en democracia. Una fecha para festejar. La principal herramienta de los ciudadanos en democracia es el voto. Y los tucumanos la íbamos a usar otra vez el domingo. Estaba todo listo. El poder, como cada cuatro años (más las intermedias de diputados y senadores) lo íbamos a tener nosotros. Pero había factores que presagiaban una tormenta perfecta. Y el fenómeno climático se desató con toda su furia a 120 horas de poder sufragar. Y arrasó con todo.

“Ante la Legislatura hice el juramento legal y constitucional, pero ahora, ante ustedes hago el juramento popular de entregar mi vida si es posible para favorecer a los humildes”.

Juan Manzur lleva 16 años en las más altas esferas del poder en Tucumán. Primero, como vicegobernador de José Alperovich en 2007 (con un período como ministro de Salud de la Nación) y luego como gobernador desde 2015. Sabe como pocos lo que es el poder en la provincia. Pero sólo tiene 54 años. Y quiere más. Por eso, jugó al límite. Como esos delanteros que se meten entre los centrales contrarios para aprovechar un centro llovido. Hoy, el dedo del pie es offside. Y cuando ya creía que podría levantar la Copa, el técnico del otro equipo pidió revisión y fueron al VAR, o a la Corte Suprema de Justicia, que para este caso es lo mismo. Allí está el partido ahora, detenido, con los jugadores esperando. No hay una definición porque más allá de si Manzur estaba adelantado o no, el VAR puede decidir que se lo expulse. Y ahí comienza otro juego. Su deseo de poder lo llevó a poner en riesgo hasta la propia fórmula que encabeza Osvaldo Jaldo. Del otro lado, la Corte jugó su propio partido. Estiró los tiempos de resolución hasta el límite. Y ni siquiera decidió el fondo de la cuestión (si Manzur puede o no ser candidato a vicegobernador) sino que resolvió suspender los comicios para los dos principales cargos electivos a días de que se concretaran. Su decisión está lejos de ser inocente. Y aquí, otra vez, la figura del poder. En medio de una pelea encarnizada con el kirchnerismo, la Corte mostró que tiene cartas para jugar, y vaya si lo hizo…

“La reconstrucción de Tucumán exige la integración de los marginados para que el respeto a la dignidad del hombre sea el punto de partida de cualquier acción de gobierno. Gobernaré para todos los tucumanos, sin sectarismos ni banderías”.

Hace pocos meses, el Papa Francisco, una figura con un enorme poder mundial, aseguró: “En Europa, primero y ahora en América, los hombres elegidos se han encargado de endeudar a su pueblo para crear una atmósfera de dependencia. ¿Y por qué? Por su propia necesidad egoísta de aumentar su propio poder personal”. Poder. ¿Qué suerte de encantamiento sufren los que lo ostentan que se sienten casi obligados a detentar a capa y espada? En nuestra Constitución, todos los que de una u otra manera conducen la sociedad son parte del poder. Por eso forman parte del Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial. Son, como su definición lo dice, los que pueden hacer algo. Para estas elecciones se ponían en juego 347 cargos: gobernador y vicegobernador, 19 intendentes, 49 legisladores, 184 concejales y 93 comisionados rurales. Y se presentaron casi 18.000 candidatos. El poder todo lo atrae, como el Ojo Oscuro de Saurón. “El poder es un gran afrodisíaco”, decía Henry Kissinger. Y si no se puede ostentarlo, en Tucumán, lo mejor es recurrir al nepotismo. Lo admitió el propio concejal de Aguilares, Gonzalo Fernández, hermano del diputado Agustín Fernández, quien nuevamente es candidato: “cada grupo político cree que lo mejor para la continuidad de la gestión es un familiar o el hijo”. Pero tanto poder ¿para qué? En Tucumán hay 400.000 pobres, más casi 71.000 indigentes. El poder que detentan muchos desde hace años no se ve reflejado en beneficios de quienes los eligieron. Eso sí, tenemos dirigentes millonarios o la Legislatura más cara del país. El contraste es enorme.

Por todo esto, en momentos como estos, bueno es recordar a un prohombre de la política tucumana, una figura que no genera grietas. Comenzaba a detentar nuevamente al poder luego de años oscuros en Argentina. Fernando Riera llegó pobre, y se fue aún más pobre. Y ese domingo en el que comenzaba su gobernación, se mostró irreductible: “La reconstrucción de Tucumán exige la integración de los marginados para que el respeto a la dignidad del hombre sea el punto de partida de cualquier acción de gobierno. Habrá participación popular que reemplace la noción de que la democracia se ejercita únicamente a través del voto, y se implementará una justicia social en toda la provincia que posibilite devolver el equilibrio natural de toda sociedad.”, dijo antes de su juramento ante su gabinete y los invitados. Y luego salió al balcón y le habló al pueblo: “En gobiernos anteriores no hemos entregado limosna. Hemos dado y seguiremos dando nuestro cariño, con firmeza de corazón y emoción de caricias. Ante la Legislatura hice el juramento legal y constitucional, pero ahora, ante ustedes hago el juramento popular de entregar mi vida si es posible para favorecer a los humildes”. Cuando dejó el cargo sólo era propietario del 25% de una casa en Bella Vista, en la que falleció. El poder es entregado por el pueblo, y debería ser utilizado para el pueblo. Riera lo sabía. Hoy, en este juego de tronos, esa idea es, como mínimo, difusa.

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