Vamos Argentina ¿Todavía?
26 Noviembre 2022

Carlos Fara

Analista político

La presión de ser el favorito parece ser un activo tóxico para las selecciones argentinas de fútbol. En 1982 llegaron como campeones, perdieron el primer partido y tampoco tuvieron un gran desempeño. En 1990 llegaron como campeones, perdieron el primer match y con mucha picardía alcanzaron una final con los condimentos que se conocen. En 2002 eran la selección deseada por todo el mundo, el planeta se rendía a las genialidades de Marcelo Bielsa, había ganado las eliminatorias con holgura: se volvieron en la primera vuelta después de décadas. Ahora arribó como “este es el Mundial de Messi”. El resultado ya lo sabemos. Advertencia consuelo: España empezó perdiendo en 2010 y luego salió campeón.

¿Acaso hay una cuestión idiosincrática con la presión de demostrar que somos los mejores? Cuando todo el mundo piensa que Argentina debería estar en otro lugar de la tabla del desarrollo económico en el concierto global, los resultados están a la vista. ¿Lo mismo le pasa a nuestros president@s? Grandes expectativas difíciles de cumplir. Visto retrospectivamente, quizá los mandatarios mejor debieran llegar como los equipos de 1986 y 2014, cuando no había muchos sueños y se obtuvieron excelentes resultados.

Como era de esperarse, la política no para porque se esté jugando el mundial, en parte porque la realidad no se detiene, en parte porque en un escenario tan complejo nadie se iba a cruzar de brazos esperando los goles del 10 de la selección (¿que ya van a llegar?). Es más, es un hermoso momento para que se tejan cosas que pasen desapercibidas ante el copamiento mental por el evento deportivo más importante del planeta. Copamiento que tampoco es total ya que 1) los bolsillos siguen sufriendo el cotidiano (¿cuánto tarda irse de las manos un billete de $ 1000?), y 2) la vertiginosidad informativa hace que todos los sucesos tengan una vigencia más reducida que en cualquier otro momento de la historia.

Las cosas que están sucediendo en la Argentina no son menores, tanto pensando en la elección presidencial, como en el futuro más inmediato de los 47 millones de habitantes. Nada de lo que vemos en los medios de comunicación es nuevo en la agitada agenda nacional, pero tampoco son temas que podrían tener señal de salida: todo lo contrario, la permanencia es la regla.

Al no ser temas de fácil y rápida resolución -algunos porque no existe el interés político en que salgan de escena- tampoco impactan mucho en la opinión pública, precisamente porque van y vienen sin que afecten su cotidiano. Salvo los ítems económicos, particularmente la inflación, son cuestiones institucionales y políticas de baja presencia en la conversación ciudadana. Quizá esa sea una ventaja para la política: sigue metida en sus propios embrollos sin que eso la afecte negativamente más de lo que ya está.

Mientras el ministro de economía sigue buscando alternativas en la caja de herramientas de “el plomero del Titanic” –como él mismo se auto calificó- un detalle político sustancial fueron las declaraciones de Andrés “el cuervo” Larroque, vocero oficioso de Cristina Fernández de Kirchner y La Cámpora. Es un personaje filoso y profundo, que traduce con poca diplomacia el pensamiento real de la jefa. Por supuesto, no es que al país se le para el aliento por su intervención pública, pero si es muy relevante por las definiciones conceptuales que transmite.

En primer lugar, marcó un distanciamiento total respecto al gobierno de Alberto Fernández. Algo así como “no nos reclamen a nosotros por los resultados”. Esto, como ya lo hemos analizado, es fuego de artificio ya que para la opinión pública mayoritaria Cristina es tan responsable del balance negativo como el presidente.

El segundo tópico se relaciona con el primero: “(CFK) Se hace cargo de lo que ocurrió y se compromete con el presente y con el futuro. Obviar a Cristina me parece que es una torpeza, e imposible”, indicó. Con esto intentar paliar un ítem muy habitual en los grupos focales: ella habla como si no tuviera nada que ver. Quizá está tratando de enmendar una falencia en el discurso del acto en La Plata.

En tercer término, la mirada central es sobre cómo enfrentar al poder económico. Es decir, gobernar se trata de una gran pulseada con los dueños de la plata a quienes se debe disciplinar, por las buenas o por las malas. En consecuencia, si no se alcanzaron resultados positivos es sencillamente porque no se confrontó, o en todo caso no lo suficiente. El propio ministro bonaerense ya había dicho que la gente les pedía más kirchnerismo, no menos.

En cuarto lugar, intentan bajar las expectativas sobre la vicepresidenta para que no sea vista como todopoderosa: “nadie tiene que mirar a Cristina como la salvadora, ella está planteado que esto es mucho más complejo”. En términos de la opinión pública, si alguien es todopoderoso (como un dios) y las cosas no suceden como se esperaba es porque: a) no quiere que las cosas sucedan (ahí aflora un cuestionamiento a la voluntad real de cambiar la realidad), o b) en realidad no es todopoderosa (carecería del atributo divino). Esta declaración tiene que ver con la nueva fase iniciada en el acto de La Plata, presentando a una CFK en otro tono.

El último punto a destacar es que Larroque reconoce con pelos y señales que al cristinismo le molestó profundamente que el presidente haya ganado tanta popularidad en los dos primeros meses de la cuarentena, ya que a partir de eso la situación “se agravó” y se instaló “la idea de que se podía prescindir de Cristina”. Es decir, mayor capital político para Alberto le hizo creer que tenía una autonomía de vuelo que jamás se le debió ocurrir. El mandatario se olvidó que “el candidato (siempre) es el proyecto”.

Este análisis sirve para comprender cómo es el esquema conceptual de la vicepresidenta, y a partir de eso cómo tomará decisiones cuando llegue la instancia electoral de 2023. Con estos elementos en la mano y lo que haga la selección en el Mundial, la sociedad tendrá derecho a pensar si sigue vigente la clásica arenga, ¡“Vamos Argentina Todavía!”.

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