LA GACETA en el Mundial: A medio camino entre “made in China” y “Las mil y una noches”

LA GACETA en el Mundial: A medio camino entre “made in China” y “Las mil y una noches”

LA GACETA en el Mundial: A medio camino entre “made in China” y “Las mil y una noches” LA GACETA / FOTO DE GUILLERMO MONTI ENVIADO ESPECIAL

Acompáñenos en este recorrido por Souq Watif, allí donde late el corazón de Doha. ¿Qué mejor lugar para iniciar el recorrido por una ciudad que transitando las laberínticas callejuelas de su mercado? Souq Watif es un micromundo de aromas y colores emanados de las tiendas, los cafés y los restaurantes. De mercachifles maestros del regateo que se frotan las manos ante el aluvión de turistas. “Pero miran más de lo que compran”, refunfuña Hadid en un inglés tan precario como comprensible. Ese es el idioma que se habla en Souq Watif, moderna forma que adquirió la ancestral práctica del comercio, representada aquí por aquellas caravanas de beduinos que atravesaban el desierto con sus productos a lomo de los camellos.

Bajamos del subte -la estación de la línea dorada se llama, justamente, Souq Watif- y tras cruzar una plaza interminable el mercado abre sus brazos. A partir de aquí todo se cotiza en riales qataríes, aunque es de rigor que los ojos brillen ante el verde del dólar. De todos modos, hasta la más recóndita de las tiendas trabaja con posnets. Un rial equivale, aproximadamente, a 100 pesos, y para mejor comprensión hablaremos de los precios en nuestra moneda. Eso sí: el viajero sabe que jamás debe pensar en pesos cuando mete la mano en el bolsillo, son cálculos que angustian y a la hora de las cuentas finales terminan siendo improductivos. Mejor manejar un presupuesto en moneda local y… allá vamos.

¿Quién no compraría una lámpara como la de Aladino? Las más chiquitas cuestan $ 1.500 y desde allí hay para todos los gustos, incluyendo las más lujosos que trepan a $ 15.000. Son brillantes, doradas y meramente decorativas. La tentación de llevar alguna es grande, sobre todo ante la fantasía de que provienen de un orfebre capaz de entrar en tratos con algún genio. Saleem, uno de esos comedidos que nunca faltan en los mercados, a la pesca de una propina, baja las expectativas de los compradores y aclara: “el 90% de lo que venden acá está hecho en China”. Al dueño del negocio, que alcanza a escucharlo, se le dibuja la furia en la mirada.

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Mejor es ingresar a una diminuta perfumería, en la que se consiguen fragancias locales a partir de $ 1.000 la botellita. Mientras cuenta que llegó a Doha desde Bangladesh hace cuatro años, Naim vuelca un líquido exquisito, con innegables notas de madera en el color y en el aroma, hasta llenar el recipiente y ofrecerlo al paso. ¡Bienvenidos a Hossein Perfumes!, exclama, señalando el cartel que corona el local.

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LA GACETA en el Mundial: A medio camino entre “made in China” y “Las mil y una noches”

Souq Watif tiene dos caras. Una les sonríe a los turistas y acumula baratijas de toda clase, algunas que seducen como el regalo perfecto. ¿Ejemplos?  Un neceser con peine y espejo cuesta $ 3.500. Pero hay otro Souq Watif y es el antiguo mercado, relegado detrás de la calle central. Entonces conviven los hoteles boutique, los cajeros automáticos y la cocina internacional con el Qatar antiguo, aquel que no conocía la explosión de los petrodólares y sobrevivía con lo puesto. “Cuanto más vieja, polvorienta y oscura sea la tienda, más interesantes son las cosas que pueden encontrar”, sostiene Saleem. “Ustedes sigan a los qataríes y vean dónde compran ellos”, agrega. La recomendación vale también al momento de sentarse a la mesa: escondidos entre los recovecos de los muros color arena se adivina al pueblo de Doha disfrutando de genuinos kebabs, shawarmas y guisos de cordero.

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Lo que explota en los sentidos del visitantes en Souq Watif es Asia. Sus formas y colores: espejos, azulejos, narguiles, lámparas multicolores, telas. Alfombras con toda clase de diseños que refrescan el imaginario de “Las mil y una noches”. Inciensarios, cadenitas, adornos, todo en dorado y exuberante; alhajas, almohadones y toallas (la etimología de las palabras lo dice todo); muchos pañuelos y chales; dagas y cimitarras. En la tienda de Kashen Al Nakhesh se venden pistolas y escopetas antiguas. “Pero funcionan -subraya Kashen-. Es cuestión de encontrar la pólvora”. Y entre la indumentaria típica qatarí se mezclan las camisetas del Mundial, gorras y remeras propias del paladar occidental. Rincones que remiten, por qué no, a la oferta que Tucumán propone en la ex terminal de ómnibus. Porque siempre hay elementos que hermanan a los mercados alrededor del mundo.

Y como en todo mercado, hay de todo. El servicio de barbería (estrictamente masculina) que vocifera Abbi incluye corte de pelo y recorte de la barba por $ 5.000. “Y por $ 1.000 más te lavo la cabeza”, promete. Al lado está la tienda de Khor Aludayd, cuyas antigüedades son de lo más sospechosas. “Llévese un reloj de arena, tienen más de 100 años”, propone. Por más que están resguardados por una vitrina, parecen más nuevos y hechos en serie. “Es que por el Mundial mandé muchas cosas al depósito para vender banderas y recuerdos”, se disculpa.

Fedim cuenta con su propia estrategia para atraer a los compradores. Toca la rababa (un instrumento de cuerdas típico de la zona) y la música es un anzuelo. Su negocio está lleno de cintos, cuerdas, morrales de cuero y arneses para caballos y camellos. También vende puñales y espadas, y hasta pieles para colgar en la pared del living. “Son de lobo”, afirma Fedim, aunque al tacto parecen más bien sintéticas, lo que sería un alivio porque en su tienda se apilan los restos de una hipotética manada.

Muy concentrado se ve a Dineshan, quien llegó a Doha desde la India hace 19 años y dedica su arte a pintar a Tamim bin Hamad Al Thani. Se trata del emir de Qatar, autócrata cuya imagen es omnipresente en todo el país. Como Vladimir Putin en Rusia, lo que parece una constante que se repite en los Mundiales. La obra que está terminando Dineshan cuesta la friolera de 900 dólares. ¿Y te compran?, es la pregunta. “A montones”, celebra. Está claro que colgar un cuadro de Al Thani en casa es una práctica obligatoria y cuanto más se luzca el emir, más prestigio para el anfitrión.

“Si no quieren sentarse en un bodegón, se come rico en el restaurante Bismillah”, apunta Dinsehan. También sugiere el Damasco One. De uno u otro modo, la zona está copada por ecuatorianos y brasileños. Souq Watif, en el sur de la ciudad, está lejos de los esplendorosos rascacielos de Doha y del mar, allí donde se instaló el grueso de los argentinos. El mercado también atrae a los europeos, de los pocos que se ven en la previa mundialista. Y ni hablar de la indignación de británicos, croatas y neerlandeses, obligados a comer sin su infaltable cerveza. La mayoría eligió los menúes persas. Mucho glamour, cuando a pocos metros se apilan ollas, teteras y zapatos al por mayor de “Netran Shoes”.

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Pero la visita impostergable para quienes llegan a Souq Watif es el negocio de Saed Al-Jassim. Se trata de una estrella qatarí, multicampeón de fisicoculturismo y famoso buscador de perlas en áreas de buceo alrededor del mundo. Sus fotos, en clásico blanco y negro, engalanan la vidriera. Es uno de los tantos personajes de Souq Watif, juego de palabras cuyo significado es algo así como “mercado de a pie”. Y esa es la recomendación: caminar mucho, no emborracharse en el primer boliche, regatear sin exagerar y, sobre todo, dejarse llevar por lo seductor del escenario.

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