ETERNO REBELDE. El carácter hosco de Jean-Luc Godard fueron determinantes en su obra y en sus relaciones. reuters
Hubo un tiempo en que el cine francés marcó una era a nivel mundial. La Nouvelle Vague potenció en los 60 a la producción de ese país al podio entre las nuevas tendencias de la imagen y de las narrativas, revolucionando cánones y estilos con un ritmo agitado de filmación con cámara en mano, saltos de planos, entrecruces entre ficción y documental, con aportes de otras artes, con un montaje cuidado al extremo y con la condición humana de la posguerra mundial como eje argumental.
Dentro del universo de realizadores de referencia, el nombre de Jean-Luc Godard ocupó un lugar destacado junto con los de François Truffaut, Éric Rohmer, Agnès Varda y Alain Resnais.
Godard fue el último sobreviviente de ese quinteto de lujo, y ayer se despidió de este mundo por suicidio asistido, según anunció diario francés Libération. “No estaba enfermo, simplemente estaba agotado. Había tomado la decisión de acabar. Era su decisión y era importante para él que se supiese”, se publicó citando a un familiar del cineasta cuyo fuerte carácter y firme determinación fueron cruciales para desplegar su obra.
Hijo de un médico y nieto por parte de madre de banqueros suizos, vivió entre ese país y París hasta que -mientras estudiaba etnología en la Sorbona en los 50- descubrió su pasión por el cine y comenzó a publicar notas en “Cahiers du Cinéma”. Debutó tras las cámaras en 1954, con el documental “Operation Béton”, al que le siguieron cortometrajes hasta su gran desembarco en los largos en 1959: “Sin aliento” fue más que un título ya que refería a la intensidad que transmitía la película que protagonizaron Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg y que ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín.
Polémico, su segundo filme, El soldadito” estuvo prohibido en Francia durante tres años, pero siguió rodando. “Banda aparte”, “Pierrot el loco”, “Vivir su vida, “Alphaville” y “La Chinoise” (su ingreso decisivo al cine político que luego continuó con “Week End” y sus registros del Mayo Francés del 68 en “Le Gai Savoir”) fueron títulos que le aportaron reconocimientos y galardones en Venecia y en la Berlinale, entre muchísimos otros.
Incursionó además en la música con “One plus One”, rebautizado “Sympathy for the Devil”, un documental sobre los Rolling Stones; y conformó el Grupo Dziga-Vertov, con el que realizó “películas revolucionarias para audiencias revolucionarias” dentro de lo que se llamó “Los años Mao”, hasta derivar en los 70 en “Todo va bien”, con Yves Montand y Jane Fonda y volcarse en la década siguiente al cine convencional con la controversial “Yo te saludo, María” como obra clave de ese período (aunque la más premiada fue su “Prenom: Carmen”). Los 90 llegaron con “Allemagne 90 neuf zéro”, “Les enfants jouent à la Russie, ya en claro rompimiento con el marxismo, “Hélas pour moi” y “For Ever Mozart” y cayó en cierto letargo de grandes títulos hasta que deslumbró en este siglo con “Film Socialisme”, “Adieu au language” y “Le livre d’image”. Estos dos últimos filmes le valieron sus únicos premios en Cannes, en 2014 y 2018, respectivamente. En 2010 había recibido el Oscar honorario.
Comprometido y visionario (“hay que aprovechar las contradicciones del sistema para deslizarse dentro y hacerlas estallar. Esto será posible dentro de algunos años, con el desarrollo del video, lo que dará a los militantes un instrumento audiovisual que permita un trabajo político más eficaz”, escribió en los 70), la ausencia física de Godard es, en sí misma, el final del puente del cine europeo del siglo XX al XXI.








