La promesa del incendio

Por Fabián Soberón - Escritor - Docente en la Escuela de Cine de la UNT.

14 Septiembre 2022

El nacimiento de la Nouvelle Vague está asociado indisolublemente con “Cahiers du cinema”, la revista que tenía en su staff a André Bazin y a los jóvenes críticos Jean-Luc Godard, François Truffaut, Jacques Rivette, Eric Rohmer, que buscaban lo más rápido posible convertirse en directores. Godard es, quizás, el más osado del grupo y quien realiza la película que funciona como manifiesto de la Nouvelle Vague. En “Sin aliento” (1960), Michel es un joven díscolo que mata a un policía y huye. Se cruza con una chica que le dice algo a favor de los jóvenes y Michel se burla: él prefiere los viejos. La chica tiene en sus manos un ejemplar de la revista “Cahiers du cinema”. Michel (Jean Paul Belmondo) dialoga con su amiga Patricia (Jean Seberg) en un boulevard; se establece una relación de amor y rechazo en todo el derrotero del joven criminal. En un cuarto hablan de múltiples asuntos y ella le recomienda que lea la novela “Las palmeras salvajes”, de Faulkner. Michel mira a cámara y rompe la cuarta pared pero esto es sólo el principio de una escalada de experimentaciones y rupturas. Cuando transitan por las calles de París el plano de ella es de espaldas. Vemos sólo su nuca. La película no inicia con un plano general y el final no es epifánico. En “Pierrot, le fou” (1965), Ferdinand, el loco, está enamorado de una chica. Él fuma y es un delincuente. Ella maneja armas de fuego. Deambulan y conversan mucho. Matan a  un enano y son perseguidos. Finalmente, ella huye con un amante. Él se siente traicionado. La busca en una isla y la mata; luego se suicida.

“El desprecio” (1963) es, tal vez, la que más cinéfila de aquella época: una tensión irresuelta crece entre un productor (el emblemático Jack Palance), un guionista (Jean Piccolli), un director de cine (el insuperable Fritz Lang, quien hace de sí mismo) y una estrella cinematográfica (la icónica Brigitte Bardot). La relación entre ellos es el símbolo de la relación de tensión en el cine clásico y el cambio de paradigma en los inicios del cine moderno. En este sentido es el centro de la cinefilia de Godard y de su generación.

Quemar todo y salvar dos o tres películas

Godard le pidió a Henri Langlois que dinamitara la cinemateca francesa. Como un juez ciego y perfecto, quería que quemara todos los filmes. Langlois se rió. Godard decía que si lo hacía, tendría la oportunidad de salvar dos o tres películas. Y que así sería recordado como un héroe, como el salvador de la memoria imperfecta del cine.

En sus películas, y en la promesa del incendio, perduran los retazos brillantes de un cine utópico, que rompió el molde y que propuso, para siempre, una forma de la cinefilia. El celuloide de Godard aún gira: el loco Pierrot, la prostituta de “Vivir su vida”, el asesino errático de “Sin aliento”, y muchos otros, deambulan en la imaginación. Godard vive su vida en ese pasado cinéfilo y en el incendio futuro.

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